Las dudas respecto del futuro lo abruman desde hace varias semanas. Es el epílogo de una trayectoria inigualable, con todo lo que ello implica, tanto en el ámbito concreto como en el aspecto emocional. Dueño de una de las carreras deportivas más emblemáticas de todos los tiempos, Roger Federer cumple nada menos que 40 años en plena incertidumbre sobre el devenir.
Un tiempo atrás, en febrero de 2018 y con 36 años, se había erigido como el número uno del mundo más veterano de la Era Abierta, desde 1968, después de superar la marca de Andre Agassi. El mes pasado, con 39 años y 337 días, se convirtió en el tenista masculino de mayor edad en llegar a los cuartos de final de Wimbledon, luego de enterrar el récord del australiano Ken Rosewall, quien alcanzó esa instancia con 39 años y 224 días en la edición de 1974.
Pero Federer lleva meses sin ponderar los logros vinculados con su longevidad, por cierto asombrosa en la historia del deporte, porque pertenece al selecto grupo de tenistas que pelean por la historia. Si bien aquel registro tiene valor propio, Wimbledon emergía como el gran objetivo de su calendario, en el promedio de la temporada que marcó su regreso después de catorce meses.
Se despidió en esos cuartos de final después de caer con el polaco Hubert Hurkacz y no pudo conquistar su noveno trofeo en La Catedral, aunque se retiró ovacionado del Centre Court por la historia que supo construir en el césped que marcó el nacimiento del tenis. ¿Aquella fue su última función en el pasto sagrado de Wimbledon? La respuesta dejó las primeras dudas: "No lo sé. Realmente no lo sé. Tengo que evaluar las cosas. Mi objetivo siempre fue jugar otro Wimbledon. La meta inicial era apuntar al año pasado, aunque de cualquier manera habría sido imposible por la pandemia. Pude hacerlo este año y me hizo muy feliz".
Días más tarde anunció su baja de los Juegos Olímpicos de Tokio y alegó un "retroceso" con su rodilla, en un comunicado que blanqueó, al menos desde lo que exhibió hacia afuera, el escaso despliegue que tuvo durante el partido ante Hurcakz. Certezas, muy pocas; interrogantes, infinitos. La única verdad, sin embargo, es la realidad: después de las dos cirugías del año pasado en la rodilla derecha, su físico, por más extraño que resulte para los idealistas del tiempo, ya no reacciona como siempre. Y el dolor de ya no ser recrudeció tras su salida de Wimbledon, incluso más allá de los altibajos desde su regreso en Doha, en marzo de este año.
En lo que va del año el suizo apenas jugó trece partidos, con un global de nueve victorias y cuatro derrotas. Son, en efecto, los únicos trece compromisos que protagonizó en los últimos 18 meses: hasta la vuelta en la capital de Qatar, tras más de 400 días ausente, no jugaba desde el Abierto de Australia de 2020.
La leyenda es imborrable, como bien dijo Toni Nadal semanas atrás: nada ni nadie podrá ensuciar a Federer. Pero Federer no es un jugador perteneciente al gran pelotón. ¿Alguien lo imagina en ligas de segundo lote? El suizo lo tiene claro: ya no quiere seguir por el recuerdo sino por un presente que lo coloca en la irrefrenable lucha por ser el mejor de los tiempos, una batalla que mantiene con Novak Djokovic y Rafael Nadal, los dos hombres con los que comparte el récord de más cantidad de títulos de Grand Slam (20). Con la ausencia confirmada en los Masters 1000 de Toronto y Cincinnati resulta una incógnita vislumbrar cómo llegará al Abierto de Estados Unidos, una cita clave en la disputa tripartita.
El tiempo, no obstante, es imparable. Nadie lo puede frenar. Ni siquiera Federer, quien pareció haber encontrado la fórmula para ralentizar su paso mientras alimentaba el mito y se reinventaba una y otra vez para superar a las nuevas generaciones. En un contexto incierto, en plena deliberación por lo que vendrá, Federer se transformó en el quinto tenista masculino activo de 40 años o más: ubicado en el 9° puesto del ranking ATP acompaña al croata Ivo Karlovic (42 años; 207° del mundo), al checo Jaroslav Pospisil (40; 730°), al japonés Toshihide Matsui (43; 940°) y al francés Stephane Robert (41; 978°). Más allá del presente la clave estará en la rodilla, el verdadero marcapasos de su porvenir.
La lesión que lo tiene atrapado
El menisco de la rodilla derecha es el mayor problema de Federer, un prototipo de perfección que experimentó escasos dolores físicos durante su carrera, con dos excepciones: las lesiones de espalda en 2013 y de rodilla izquierda en 2016, la que lo dejó afuera de los Juegos de Río de Janeiro.
Las dudas sobre el futuro jamás crecieron ni se mantuvieron en el tiempo como ahora, con una rodilla derecha que no responde como Federer y su equipo esperaban hacia mediados de temporada. Por primera vez el ex número uno del mundo necesita algo más que el tenis, la elegancia y la presencia de sus golpes. En este momento requiere un empuje que trasciende la parte deportiva y que, como si fuera indispensable aclararlo, no le garantiza volver a pelear en los primeros planos. El margen de maniobra, con 40 años, se vuelve cada vez más ajustado.
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