El qué y porque desde Washington: Afganistán… el barril sin fondo

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    Lo positivo de poner a un presidente contra las cuerdas de vez en cuando, es que al defenderse nos cuenta cosas que, de otra manera, en el día a día de la vida, permanecerían por siempre ocultas. El ejemplo más reciente es lo dicho por el presidente Joe Biden acerca de que en dinero contante y sonante, la guerra en Afganistán le costó a Estados Unidos... ¡Trescientos millones de dólares diarios durante casi veinte años!

    En Washington hablar de miles y millones de millones de dólares es lenguaje diario. Everett McKinley Dirksen el legendario líder del senado decía al principio de los años 60’s “Mil millones aquí, mil millones por allá, y pronto estas hablando de cantidades importantes de dinero”. Si esta aseveración fue hecha al principio de los años 60’s, imagínese en estas seis décadas que han pasado, la cantidad de dólares que el país ha aventado al viento como si fuera confeti.

    El proyecto, “Costos de la Guerra de la Universidad Brown”, en Rhode Island, calcula que el costo acumulado de las operaciones de guerra en Afganistán y Pakistán es de 2.31 billones de dólares (billones en el mundo hispano) Lo que para Estados Unidos serian 2.5 Trillones dos millones y medio de millones de dólares. Y escuche esto, esas enormes cantidades de efectivo no incluyen los gastos futuros más altos; la atención de por vida para los veteranos de EE.UU y sobre todo los pagos de intereses futuros sobre el dinero que el gobierno pidió prestado para financiar la guerra.

    En el caso de Afganistán, los billones gastados en su reconstrucción suman mas que lo desembolsado después de la segunda gran guerra en el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa. El General David Petraeus, que en la época moderna es el principal teórico de aventar dinero para ganarse el corazón del enemigo, fue el primero en abogar por una estrategia en la que el dinero asegura la paz. Emplear capital como arma, ha escrito el General Petraeus, ayuda a ganar guerras. El dinero puede servir como munición.

    A los militares, entrenados para destruir en la guerra, se les cambia el papel radicalmente y se les hace asumir una mayor responsabilidad, gastando dinero ya no para destruir, sino para reconstruir y edificar proyectos de desarrollo en el campo de batalla.

    En Afganistán, los soldados no lo hicieron solos. No. Hubo contratistas privados locales y muchos otros con base en Estados Unidos, en Europa y en Asia.

    En Afganistán las fuerzas armadas de Estados Unidos gastaron miles de millones de dólares en proyectos de construcción; desde viviendas, hasta escuelas, drenajes, caminos y carreteras. Hubo también una enorme asistencia agrícola y microfinanzas.

    Usando la guerra de Afganistán como modelo, la doctrina militar ahora se extiende y en esa nueva teoría de guerra, el desarrollo económico está siendo reformulado como una forma constitutiva de combate.

    Por favor no me malinterprete, el uso de la fuerza y las balas de plomo no fueron hechas a un lado, no, esas tácticas militares de conquista permanecieron siendo usadas también hasta el último día.

    Pero, donde hay dinero fácil, hay manos largas, así como corrupción… y es cierto que Kabul y Jalalabad son muy distintos hoy, a lo que fueron cuando estuve ahí cubriendo los primeros días de la guerra en octubre del 2001. Pero la diferencia hoy no es para impresionar a nadie. La verdad, las carretadas de dinero gastadas ahí… ni siquiera se notan.

    Las razones están comprendidas en los reportes de la Oficina del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán, o SIGAR, que en una serie de capítulos titulados “Lecciones Aprendidas” narra los resultados de las auditorías que muestran a su vez el papel tóxico y central que jugó la corrupción, desde el primer día, obstaculizando los esfuerzos de Estados Unidos en Afganistán.

    El mismo gobierno estadounidense estima que el 40% dé la ayuda a Afganistán desde 2001 fue embolsada por funcionarios, gánsteres y caudillos, capos de la droga y hasta insurgentes.

    Muchos años antes de que se hiciera público lo que hoy llaman “The Afghanistan Papers”, el almirante Mike Mullen siendo en el 2009, Jefe del Comando Conjunto de Estado Mayor, llegó a Kabul y se dio cuenta de que había escuelas que se edificaron, pero que no tenían maestros, por que los que estaban enlistados nunca se presentaron. Evidentemente, había maestros fantasma a quienes se pagaba puntualmente. Y había también caminos que se crearon, pero que nunca se terminaron y hasta edificios para juzgados que de igual modo se construyeron pero que nunca se usaron. Hasta que algún pastor vio el potencial de usar esos edificios para guardar ahí las cabras que cuidaba.

    La corrupción surgió desde que al presidente Barack Obama se le ocurrió que con ayuda de Estados Unidos, Afganistán sería el modelo de un país que del atraso resurge en una nueva democracia. Usted se tiene que preguntar porque, si el vicepresidente de Obama que era un ex senador de apellido Biden, no lo convenció desde entonces de cerrar la puerta y dejar de soñar con domesticar lo que no es domesticable.

    El derroche en Afganistán no tiene igual en la era moderna, Estados Unidos construyó edificios públicos con los estándares occidentales, pero sorprendentemente una vez terminadas las obras, nadie supervisaba ni el nuevo edificio, ni tampoco el presupuesto operativo para esa instalación.

    Por eso los lugareños vieron edificios en medio de sitio totalmente rural y se pusieron a usarlos para lo que era familiar para ellos… almacenar granos y semillas y/o cabras.

    En Washington los lobistas y cabilderos trabajaron horas extras obteniendo de la élite política contratos de construcción para más elefantes blancos. En la capital del país quien tenía conexiones de alto nivel obtenía buenos contratos y de ahí, para cumplir como buenos ciudadanos, repartían partes a otros subcontratistas más pequeños.

    La verdad, no se puede culpar a toda esa gente de no seguir con atención lo que ocurría con lo que construían una vez que las obras estaban terminadas, porque los sitios eran extremadamente peligrosos.

    Varios comités y subcomités de la cámara de representantes investigaron los sistemas de transporte por carretera que abastecía a las fuerzas armadas estadounidenses, y descubrieron que el sistema: "... había sido alimentado por una vasta red de protección dirigido por grupos oscuros de caudillos, jefes de tribus, comandantes, así como funcionarios afganos bastante corruptos y otros aun más que los primeros.”

    Los comités concluyeron: "... Los pagos de protección para el paso seguro eran una fuente potencial significativa de financiamiento para los talibanes”. La advertencia decía claramente, este sistema corre el riesgo de, “socavar la estrategia de Estados Unidos para lograr sus objetivos en Afganistán”. Qué es exactamente lo que ocurrió al final.

    Irónico que muchos de estos contratistas independientes que se hicieron ricos con el dinero para reconstruir Afganistán, fueron los mismos estadounidenses rescatados en el puente aéreo de Kabul, del que hoy todavía el país sigue hablando.

    Afganistán, después de veinte años, regresó a poder del Talibán. Ve usted lo que ocurre cuando el dinero se usa como si fueran balas para conquistar el corazón del enemigo.

    * Por casi tres décadas el periodista Armando Guzmán se ha ganado el reconocimiento en México y Estados Unidos por su cobertura en Washington. Puede seguirlo en los diferentes medios y plataformas, como radio, televisión, prensa escrita e internet.

    De: Los Angeles Times

     

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