Francisco se ha quedado sin palabras ante la violencia que niños, adolescentes y jóvenes del Este de Congo le han narrado en primera persona en la nunciatura de Kinsasa. Como si no bastaran las palabras, le han llevado machetes y cuchillos iguales a los que las milicias usaron para asesinar a padres y hermanos; esteras en las que las mujeres fueron humilladas; martillos usados para mutilar; o lanzas con las que los atacaron… Y le han asegurado que perdonan a sus agresores.
Escuchando sus historias, el Papa ha dicho que estas «crueles atrocidades deshonran a toda la humanidad» y ha pedido «que abran los ojos quienes los cierran o miran para otro lado». Además, ante el uso de la violación como arma de guerra, Francisco ha asegurado que «agredir a una mujer y a una madre es agredir al mismo Dios».
La idea inicial era mantener este encuentro con el Papa en Goma, en Kivu del Norte, epicentro de la violencia en República Democrática del Congo. Pero para evitar aglomeraciones que pondrían en peligro a la población local y al séquito del Pontífice, al final, varias decenas de víctimas han viajado a Kinsasa para contar personalmente su situación al Papa.
«Después del colonialismo político, se ha desatado un 'colonialismo económico' igualmente esclavizador»
No ha sido un encuentro de denuncia, sino un intento de reclamar la atención de la comunidad internacional. Primero cada víctima narraba su historia. Luego dejaba bajo una cruz los instrumentos de tortura, y a continuación se acercaba al Papa, que les tomaba las manos o los muñones, les acariciaba la frente y les daba las gracias.
El Pontífice ha escuchado la historia de Bijoux Mukumbi Kamala, de 17 años, que llevaba una niña vestida de naranja en brazos y otra vestida de rosa en su espalda. «Íbamos al río a buscar agua y nos encontramos con rebeldes, que nos apresaron y nos llevaron al bosque. Cada soldado eligió a quien quiso de nosotras, y el comandante me tomó a mí y me violó como a un animal. Fue un sufrimiento atroz. Me convirtió prácticamente en su mujer. Me violaba cuando quería, varias veces al día. Tuve la suerte de escapar tras 19 meses de sufrimiento. De esta experiencia volví embarazada. Tuve gemelas, que nunca conocerán a su padre».
Emelda M'karhungulu de Bugobe, contó cómo los rebeldes asaltaron un viernes por la noche su pueblo, se llevaron a todos como rehenes y les obligaron a cargar con lo que habían saqueado. «En el camino mataron a muchos hombres con balas o cuchillos. A las mujeres nos llevaron a un bosque y nos convirtieron en esclavas sexuales. Cada día, entre cinco y diez hombres abusaban de cada una de nosotras. Nos hacían comer la carne de los hombres que mataban. Los que se negaban a comerla eran despedazados. Nos tenían siempre desnudas para que no escapáramos. Pero yo escapé cuando nos mandaron a buscar agua al río», explicó al Papa.
«Pongo bajo la cruz de Cristo estas ropas de hombres armados que aún nos causan terror, porque cometen violencias atroces e incalificables, también en la actualidad. Perdonamos a nuestros verdugos y pedimos a Dios la gracia de una convivencia pacífica, humana y fraterna. Gracias Santo Padre por haber venido», concluyó.
Luego, el sacerdote Guy-Robert Mandro Deholo le mostró los dedos mutilados y leyó la historia de Désiré Dhetsina, superviviente de un ataque al campo de desplazados internos de Bule en el que las milicias asesinaron a 63 personas, entre ellas 24 mujeres y 17 niños.
«Vivimos en campos de desplazados sin esperanza de volver a casa, a causa de los asesinatos, la destrucción, los saqueos, las violaciones, el desplazamiento de poblaciones, los secuestros, el acoso. Parece la ejecución de un plan de exterminio, de aniquilación física, moral y espiritual», explicaba.
La población del Este de Congo vive desde hace 25 años bajo la amenaza de casi 130 milicias armadas que quieren expulsarles de las regiones de Kivu e Ituri, una extensión parecida a la de Andalucía y Extremadura juntas. Sus habitantes viven traumatizados y aterrorizados y los niños son las primeras víctimas. La situación ha provocado 5,6 millones de desplazados, y 522 mil refugiados en los países cercanos. Sin lágrimas, contaron por primera vez este miércoles por la tarde sus historias.
«No hay palabras. Solo llorar»
«Ante la violencia inhumana que habéis visto con vuestros ojos y experimentado en vuestra propia carne, me quedo impresionado. No hay palabras; solo es posible llorar, quedándose en silencio», respondió el Papa.
El Papa mencionó algunas ciudades de las víctimas: Bunia, Beni-Butembo, Goma, Masisi, Rutshuru, Bukavu, Uvira, «lugares que los medios de comunicación internacionales no mencionan casi nunca». «Mi corazón está allí hoy», donde «hijos de nuestra misma humanidad son tomados como rehenes por la arbitrariedad del más fuerte, por el que posee las armas más potentes, armas que siguen circulando», aseguró.
«Condeno la violencia armada, las masacres, los abusos, la destrucción y la ocupación de las aldeas, el saqueo de campos y ganado, que se siguen perpetrando en la República Democrática del Congo. Y también la explotación sangrienta e ilegal de la riqueza de este país, así como los intentos por fragmentarlo para poderlo controlar», clamó Francisco.
El Papa se dirigió «a las personas, entidades, internas y externas, que manejan los hilos de la guerra en la República Democrática del Congo, depredándola, flagelándola y desestabilizándola» y les echó en cara que «se están enriqueciendo por medio de la explotación ilegal de los bienes de este país y el sacrificio cruento de víctimas inocentes». «Escuchen el grito de su sangre. ¡Basta! ¡Basta de enriquecerse a costa de los más débiles, basta de enriquecerse con recursos y dinero manchado de sangre!», pidió.
Para salir de esta espiral de odio, el Papa llamó a todo el país a la reconciliación y recordó que «el futuro no se puede construir quedándose encerrados en los propios intereses particulares, replegados en los propios grupos, etnias y clanes. Todos vuestros vecinos son vuestros hermanos, sean burundeses, ugandeses o ruandeses. Somos todos hermanos».
Después, ante el Papa y sin dramatismos, los supervivientes se comprometieron a «perdonarse unos a otros y a huir de todo camino de guerra y conflicto para resolver nuestras diferencias».
Un millón de personas en la misa
Por la mañana el Papa Francisco ha celebrado una de las misas más multitudinarias de su Pontificado. Al menos un millón de congoleños acudieron al antiguo aeropuerto de N'dolo, para asistir a una misa «por la paz y la justicia». La mayoría de ellos, pasaron la noche en la explanada.
En un clima de enorme entusiasmo, los fieles prepararon la misa con bailes y cantos. También cantaba el presidente Félix Tshisekedi, sentado en primera fila junto a su esposa, al lado de cientos de niñas vestidas de blanco que hicieron la primera comunión durante la ceremonia, y de un espectacular coro de 700 personas.
El Pontífice necesitó 40 minutos para recorrer la enorme explanada en el papamóvil. En la homilía recordó que «los cristianos estamos llamados a colaborar con todos, a romper el ciclo de la violencia, a desmantelar las tramas del odio». En concreto, pidió a «quien se dice cristiano, pero comete actos de violencia», que abandone «las armas y abrace la misericordia».
Evocando las heridas que no puede esconder la RDC, les propuso buscar en la fe «la fuerza para perdonarnos a nosotros mismos, a los demás y a la historia; el valor de poder perdonar; de realizar una gran amnistía del corazón». «¡Cuánto bien nos hace limpiar nuestros corazones de la ira, de los remordimientos, de todo resentimiento y envidia!», les dijo.
Cuando acabó la misa, el cardenal Fridolin Ambongo Besungu, arzobispo de Kinsasa, ante el presidente Tshisekedi, y los líderes de la oposición, recordó al Papa que la visita «se produce en un año electoral, que suele ser fuente de tensión social y política en nuestro país». «Con el mensaje que nos ha traído y confiando en sus oraciones, esperamos ver en nuestro país elecciones libres, transparentes, inclusivas y pacíficas», solicitó. Los fieles respondieron con el aplauso más fuerte de la ceremonia.