Donald Trump gana minutos de televisión en Estados Unidos y recibe malas noticias a diario desde los tribunales de los diferentes estados en los cuales trata de demostrar que Joe Biden ganó la elección de hace dos martes con fraude. Pero la verdadera la pelea, la más decisiva para el presidente es la que sucede en los sótanos del Estado.
Desde el pasado jueves varios integrantes de la diplomacia de EU en México comenzaron a llamar a sus contactos en el Capitolio para que los senadores republicanos le pidieran a Trump que comenzara a compartir los informes de inteligencia con el staff de Biden de modo de iniciar la transición. El mensaje fue captado y por eso los pedidos enfáticos de los senadores de Texas, Ted Cruz y John Cornyn, que el pasado viernes le pidieron al Gobierno que siga su reclamo judicial pero que comparta la información.
Todas las agencias de seguridad, antiterrorismo, antinarcóticos e inteligencia de EU tienen un encargado en la embajada de Avenida Paseo de la Reforma. Una docena de funcionarios que necesitan que con urgencia Biden conozca los temas en curso que hacen a lo más denso de la relación entre los dos países.
La renuencia de la Casa Blanca, según entiende el embajador en México Christopher Landau, estaría afincada en que Trump teme que los demócratas se aprovechen de la información que esperan recibir y con eso pongan en marcha el dispositivo judicial para que el presidente termine encarcelado. Al no conceder, Trump gana tiempo, algo que su abogado Jey Sekulow también agradece.
La posibilidad de una detención a futuro flota en el círculo rojo de Washington. La semana pasada Jack Goldsmith comentó en una entrevista con The Washington Post que habrá fuerte presión en el partido Republicano para que "Trump sea investigado".
Goldsmith es un jugador a tener en cuenta. Profesor de Harvard, es un abogado muy cercano a la familia Bush e incluso fue subprocurador en la administración de George W. El ex presidente tardó menos de 24 horas en felicitar a Biden.
La pelea que libra Trump no es simbólica y no se trata de retacearle datos a su sucesor, es una pelea por su futuro legal. Ese fue uno de los conceptos que el pasado miércoles dos banqueros mexicanos escucharon de Gary Gensler, que se perifla para ser el hombre de Biden frente a los reguladores de Wall Street. No tardaron el llevar la información al Gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Aunque el presidente de momento se niega a felicitar a Biden, el interés por las cuestiones de seguridad y frontera tiene doble dirección. Anthony Blinken, que suena como secretario de Estado, ya tuvo por lo menos tres llamadas informales con actores del gobierno mexicano para familiarizarse sobre asuntos sensibles.
Estos movimientos sirven para entender que aunque pueda existir tensión por las fotos de López Obrador en la Casa Blanca o la demora en el llamado al presidente electo, esos gestos son solo detalles frente al volumen de la relación bilateral que se impone por su peso mismo.
Los desafíos de López Obrador no están en los gestos, sino en las realidades que serán producto de un cambio inminente en Estados Unidos. Tres elementos para entender: el regreso urgente de Biden al Acuerdo de París (y lo que ese implica para México), el poder que tendrán en la nueva administración los sindicatos que siguen de cerca el T-MEC y el cambio que viene en el Departamento de Justicia, especialmente en lo referido en la pelea contra el narcotráfico.
Por Milton Merlo