La oposición sale a la caza del cargo de Massa y va por la sucesión presidencial

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    La elección de medio término puede generar mayor o menor impacto político en el Ejecutivo, le da un termómetro a la administración sobre la valoración de su gestión y siempre, tiempo para corregir, aunque no la capacidad de hacerlo.

    Sin embargo, el espacio de poder que sí condicionan las elecciones de medio término, es el del Congreso y la jugada simbólica, de símbolos encadenados para los próximos dos años, que puede implicar la remoción de presidente de la Cámara de Diputados.

    De acuerdo al reglamento del cuerpo, el presidente lo designa el bloque que detente la mayoría o de no existir una mayoría, la primera minoría. Hasta hoy claro, esa minoría dominante la detenta el Frente de Todos, por lo que se le pudo entregar a una de las patas de la alianza gobernante, la presidencia del cuerpo, más precisamente a Sergio Massa.

    El problema es que, de acuerdo al resultado de las PASO, la alianza opositora Juntos, quedaría con un solo diputado menos que el Frente de Todos. Un mínimo incremento de su caudal de votos y el caprichoso juego del sistema proporcional d´hont podría generar que se invierta la fórmula: simplemente ganando un diputado mas Juntos y perdiendo uno el oficialismo.

    Eso permitiría a la oposición poner una persona en la línea sucesoria debajo de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y el presidente provisional del Senado. Parece complejo que esa persona llegue a sentarse en el Sillón de Rivadavia alguna vez, pero el símbolo político de perder el cargo, es fulminante.

    Son muchas las elecciones de medio término perdidas por los oficialismos. En el gobierno de Raúl Alfonsín (eran 6 años y tenía 2 elecciones de medio término) el gobierno perdió las elecciones de 1987, pero Juan Carlos Pugliese de mantuvo al frente de la Cámara. Incluso, cuando el mismo fue designado por el presidente como ministro de Economía, su reemplazo fue Leopoldo Moreau, líder del bloque radical.

    Por su parte, el menemismo perdió la elección de 1997 y nada puso en riesgo la presidencia de Alberto Pierri, lo mismo pasó con las elecciones de 2009 y de 2013, en las que el kirchnerismo perdió las elecciones.

    Solamente una vez, a un oficialismo que perdió una elección de medio término, le quitaron la presidencia de Diputados: fue la gestión de Fernando De la Rúa. Allí, frente a la derrota electoral, el peronismo tomó la presidencia que detentaba Rafael Pascual y la puso en manos del bonaerense Eduardo Camaño el 5 de diciembre de 2001, 15 días antes de la caída del gobierno. Como símbolo, preocupante.

    Fue Patricia Bullrich la que dejó entrever ya dos veces que la oposición saldría a la caza del cargo que hoy detenta Massa. Hay profunda preocupación en el gobierno por tal eventualidad. Por lo simbólico y porque gobernar con alguien de la oposición fijando la agenda en una de las cámaras, podría determinar la necesidad de gobernador dos años más por DNU.

    También habría un recambio de composición de las presidencias de las comisiones, en ambas Cámaras, pero especialmente en Diputados. Lo que parecen detalles es, para los pasillos del poder, un problemón. El presidente de cada comisión es el que pone en tratamiento los temas.

    No importa de que proyecto se trate, si el presidente de una de las comisiones se niega a poner en tratamiento determinado tema, no hay forma que ese proyecto llegue al recinto para sancionarse.

    El poder ya mermado del Presidente luego de la derrota electoral y la derrota interna contra su implacable vicepresidenta Cristina Kirchner, sumado al golpe eventual de una nueva derrota electoral incrementada en noviembre, puede encontrar el moño de semejante paquete, en la pérdida de la conducción de la Cámara de Diputados, y la necesidad además, de subsanar la destrucción del poder de Massa, que quedaría como un diputado liso y llano, lo que no se condice con el proyecto político del presidente del Frente Renovador.

    Además, la asimilación con el evento ocurrido en la gestión de De la Rúa le agrega dramatismo a una situación ya de por sí compleja. Por cierto, en el gobierno quieren revertir la elección, confían en que la distribución indiscriminada de fondos y objetos de bienestar, no solamente no profundice la derrota, sino que invierta los resultados, al menos en algunos casos.

     

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