Sufrir alguna amenaza a la vida (por salud, accidente o delito) es, según los especialistas, una de las causas más frecuentes de estrés postraumático. Y haber tenido una pistola gatillada sobre la cabeza es un motivo suficiente para que ese hecho genere alguna consecuencia sobre la persona afectada. Casi que sería anormal que eso no ocurriera.
Quienes hablaron con Cristina Kirchner tras el atentado que sufrió describen un panorama similar. Ella parece obligada (o necesitada) de contar a cada uno lo que le pasó. Explica que no vio ni el arma ni al agresor y que el ataque coincidió con el momento en que se cayó un libro que le alcanzaban para firmar. Solo por eso dijo “uy”, se agachó y se tomó la cabeza. Cuenta que siguió caminando con normalidad, aunque un poco más apurada por su custodia que le repetía “vamos, vamos”. Recuerda que recién cuando llegó a su departamento supo que la habían querido matar.
Dice que está triste y dolorida. La jueza Capuchetti le ofreció el servicio de asistencia a las víctimas que tiene el Ministerio Público Fiscal, pero no lo aceptó. Está convencida de que salvó su vida gracias al rosario que le regaló el papa Francisco y que siempre lleva consigo.
Quienes la vieron la describen conmovida y shockeada. En la misma situación está su familia, en especial su hija Florencia. Explican que Cristina es un “animal” político acostumbrado a soportar todo tipo de presiones, pero que “esto es distinto porque rompe con cualquier lógica del juego político”.
“Nunca, nunca, nunca, ella imaginó que esto podía llegar a pasar en la Argentina –explica un amigo–. Fue cayendo a medida que transcurrían los días y sí… está conmocionada y dolorida. Cree que hay que parar con esto.”
La gran cuestión a dilucidar es qué significa cuando ella dice “esto”.
Ellos vs. otros ellos. El “esto” vinculado a un nuevo intento de magnicidio se podría resolver determinando si, además de los detenidos, hay otros involucrados en el hecho y si existen más grupos violentos capaces de cometer nuevos atentados, para detectarlos y detenerlos. Este “esto” también podría acotarse con equipos de seguridad que velen mejor por aquellos líderes más expuestos.
Ahora, si cuando la vicepresidenta dice “hay que parar esto” a lo que se está refiriendo es a frenar el clima de violencia verbal y gestual que ganó a una parte de la sociedad y de sus representantes políticos y mediáticos, entonces la solución debería incluir a toda la dirigencia. Empezando por ella.
Si los actores políticos no son conscientes de que ese tipo de mensajes atraviesa a todos los sectores y partidos, se seguirán escuchando acusaciones sobre los otros en lugar de mirarnos a nosotros. Que fue lo que ocurrió desde el jueves 1 de septiembre: nosotros amamos, ellos odian. El problema es que el “nosotros” y el “ellos” varía según quien lo dice.
De hecho, la primera encuesta realizada tras el ataque (Trespontozero), muestra un 88% de “ellos” (votantes de Juntos por el Cambio) que creen que se trató de un hecho inventado para victimizar a Cristina. Mientras los que creen que fue un intento de asesinato son otros “ellos”, casi todos votantes del Frente de Todos.
Si lo que se intenta es solidificar más la polarización de cada extremo, ratificando solo las creencias de los propios, el camino elegido es el correcto. Si el “hay que parar esto” que Cristina pronuncia en la intimidad, y que también se escucha entre otros oficialistas y opositores, indica la toma de consciencia de que existe una deuda pendiente que cruza a todos, entonces tendrán que animarse a elegir un sendero distinto.
La pregunta es si el estado de conmoción que razonablemente afecta a la vicepresidenta puede ayudarla a ver la realidad desde otro lado.
Un escenario distinto. Qué pasaría si en su primera exposición pública, en lugar de un mensaje cuestionador optara por uno conciliador. Qué escenario se abriría en el país si en lugar de atacar a opositores, jueces y medios, aprovechara lo que le pasó como prenda de diálogo. No necesitaría hablar bien de ninguno de esos sectores, sino de tender la mano a la oposición para, más allá de las diferencias, entre todos “parar esto”.
¿Sería un problema para ella y el Gobierno o, por el contrario, transmitiría una sensación de tolerancia, empoderamiento y perspectiva de futuro? ¿Confundiría a los seguidores extremos o, tras el shock de haber visto a su líder en peligro y guiados por ella, se alinearían sin dudar?
Cristina tiene un problema acuciante y real que es su situación judicial. La táctica de destruir las causas desde la política podría requerir, desde su lógica, plantear un escenario innegociable de buenos vs. malos. Pero también tiene la opción de dejar actuar a los jueces (su mensaje ya les llegó), sabiendo que los tiempos judiciales y los fueros parlamentarios juegan a su favor.
Hubo dos declaraciones que podrían indicar cierto giro político.
La primera fue la del ministro del Interior. Wado de Pedro pasó de acusar del ataque a las “tres toneladas de editoriales que sembraron un clima de odio y revancha” a proponer esta semana “un diálogo político para bajar un cambio”.
De Pedro no empezaría a llamar uno por uno, como está haciendo, a los distintos referentes opositores sin el ok de su jefa.
La segunda declaración fue la del diputado Eduardo Valdés, amigo de Cristina y de su familia, quien sorpresivamente sugirió la posibilidad de una charla entre la vice y Héctor Magnetto. Además, Valdés llamó a “escucharnos más” y, al igual que De Pedro, se solidarizó con Mauricio Macri por las amenazas que recibió.
El diputado no habla con autorización previa de Cristina, pero sí recibe advertencias cuando lo que dice no va en línea con lo que ella piensa. Por ahora nadie lo cuestionó.
De una a diez, cuántas posibilidades hay de que ese giro en realidad se concrete. ¿Una, menos de una?
Y cuántas posibilidades habría de que, si eso ocurriera, otro expresidente como Macri respondiera con la misma actitud conciliadora. ¿También muy pocas?
Es cierto que los Mandela son excepcionales en la historia de la humanidad, pero hacer hipótesis sobre futuros deseables sirve de excusa para repensar los peligros de seguir en esta grieta.