Interna oficial: por qué nadie quiere ser leal a Alberto Fernández

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    De todo el episodio del reencuentro de los Fernández, del posterior cruce en off y en on de Matías Kulfas al cristinismo y de su traumática salida, hay un conclusión que se antepone a todas: ser leal a Alberto se paga caro. Defender al Presidente, ponerse de su lado en la interna, o cobijarse bajo su ala demostró ser un negocio pésimo para todos los que lo intentaron. El ahora ex ministro de Producción se sumó a una lista larga de los que creyeron en el mandatario y ahora se arrepienten.

    De esto puede dar fe un ex ministro, del riñón albertista, que hace dos meses visitó a Fernández en la Quinta de Olivos. Era la primera vez que hablaban o se veían desde que el Presidente lo había echado. Había sido un caso parecido al de Kulfas: en un momento en que las papas quemaban, el mandatario lo había entregado a las fieras. En aquel momento, casi todo el Gabinete -no sólo el expulsado- había sentido que la manera en que se manejó la renuncia había sido imprudente. Que Alberto se había manejado como si no le importara la cosa, como si no le importara el ministro ni su larga carrera, como si no le importara nada más que él y sus sueños de reelección. Era una sensación que en estos días se volvió a repetir.

    De aquel encuentro, un almuerzo que duró varias horas, el ex funcionario se fue con una idea. “Es impresionante. Alberto me dijo que le había costado mucho la decisión, que no había sido fácil y que bla bla bla, pero jamás pidió perdón, ni disculpas. Ni una sóla vez”, contó luego, en un retrato de la psicología presidencial que habla por sí sólo. A esta realidad sucriben todos los que corrieron la misma suerte. Marcela Losardo, otrora ministra de Justicia, llegó como la histórica socia de Alberto en el mundo del Derecho, pero nunca recibió el apoyo que esperaba de su íntimo amigo ante los embates K. La frutilla del postre de esa tragicomédia fue que presidencia anunció su renuncia dos semanas antes de que se formalizara, días que Losardo los vivió como en la cubierta del Titánic -aunque suene increíble, la cortina de esa película sonó en una entrevista en Canal 9 en el momento exacto en que Fernández anunciaba que Martín Soria sería el reemplazante-. Nicolás Trotta, ministro de Educación, sufrió una y otra vez las desautorizaciones públicas que le hacía el mandatario, como cuando este salió a desaconsejar el cierre de aulas por la segunda ola y al día siguiente Fernández anunciaba lo contrario. La frutilla del postre de esta -otra- tragicomedia fue cuando el mandatario salió a defender a una docente que, totalmente fuera de eje, le gritaba a un alumno durante un debate político. Trotta había criticado ese accionar y la defensa de Alberto a la mujer fue la gota que revalsó el vaso. Este funcionario, como Kulfas, también se sorprendió cuando el Presidente lo mandó a echar.

    Se podría escribir un libro de los otros casos. Ginés González García, ministro de Salud que expulsó por el escándalo del Vacunatorio VIP, le pidió a Alberto que le deje hacer una conferencia de prensa para dar su versión de los echos. En un escueto mensaje de Whatsapp que le envió el entonces jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, Fernández denegó su único pédido. Felipe Solá podría hablar un largo rato de lo que entiende que es falta de códigos del mandatario. A él lo echó por teléfono Cafiero cuando estaba en México, a minutos de presidir una cumbre de la Celac en su condición de Canciller. Encima, quien le notificó la decisión fue él mismo que lo iba a reemplazar. “No tuvo las agallas ni de decirmelo él”, es una frase que suele repetir el ex gobernador bonaerense. Agustín Rossi también sufrió un destrato similar. Cafiero y Alberto lo convencieron de dejar su cargo como ministro de Defensa para ir a competir a las primarias en Santa Fe. Cuando CFK decidió apoyar al candidato rival, el Presidente evitó meterse en la pelea y le soltó la mano. Rossi perdió por varias cabezas en esa interna, y encima se enteró durante una entrevista en vivo que el mandatario le había pedido la renuncia. Luis Basterra, otrora ministro de Agricultura, se enteró por la televisión de la fallida expropiación a Vicentin. En aquel momento pensó que era un error debido al vértigo que producía la llegada de la pandemia, pero más de un año después se dio cuenta de lo contrario: ahí también se volvió a notificar por la televisión del cierre de las exportaciones de la carne. Son sólo algunos casos, que se agravan con la evidente doble vara de Alberto: a los funcionarios K que le renunciaron luego de las PASO no los echó, a Luana Volnovich, titular del PAMI que se fue a vacionar al Caribe con su novio -segundo en ese organismo-, tampoco la echó, a Fernanda Vallejos, la diputada ultra K que lo trató de ocupa y mequetrefe ni siquiera le envió una queja. Pero a Kulfas se lo saca de encima con un hiriente tuit en el que se queja de “hablar en off en desmedro del otro”, una práctica que el Presidente jamás dejó de hacer.

    Por todo esto es que hoy ningún miembro del Gabinete se anima a poner las manos en el fuego por Alberto: la experiencia prueba que sale mal. Dos de los ministros, otrora intendentes, ya están buscando la manera de volver a su pago chico antes de que la interna -y la falta de apoyo presidencial- se trague su carrera política. “Por algo en las reuniones de Gabinete no hablamos de política”, dice, resignado, un integrante de este staff. En este equipo todos miran con preocupación a Martín Guzmán: si la historia se repite será él el próximo a quien el Presidente le soltará la mano. "Es que Alberto tiene la lealtad de un mosquito", es una frase que suele repetir Guillermo Moreno, ex secretario de Comercio que lo trató bastante durante los gobiernos K.

    Hay una frase que el Papa -otro que se sintió traicionado por Alberto- usa para explicar la política: “El poder que no se ocupa se pierde”. Alberto no lo ocupó y a quienes quisieron hacerlo en su nombre los hizo expulsar. El desenlace de esta historia parece evidente.

    De: Noticias

     

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