En medio del debate electoral acerca de la dolarización, en las últimas semanas aparecieron dos comentarios que pasaron desapercibidos.
Por un lado, Carlos Rodríguez, nombrado por Milei como parte de su consejo asesor tuiteó: “Los australes que imprimió Alfonsín, los licuó en parte la híper de 1989, otra parte, los licuó la híper de 1990, otra parte se canjeó por un Bonex en diciembre de 1989 y lo que quedó, se canjeó por dólares billete en abril de 1991 a la tasa de mercado de 10 mil:1”. Llega a esto después de decir que “hay muchas soluciones para los pasivos monetarios, desde su simple licuación hasta su canje por dólares billete que debería ‘conseguir’ el BCRA o su cambio por un bono”.
Por otro lado, Horacio Liendo en un muy interesante reportaje en La Política Online hace un comentario sobre la economía peruana que vale remarcar: “Perú tiene 30 años de estabilidad macroeconómica. Es interesante, porque Perú tuvo hiperinflaciones como Argentina, terrorismo como en Argentina, represión y discusiones sobre la represión como Argentina, inestabilidad política como Argentina”. “Recuerdo que estaba en el Ministerio de Economía en esa época, cuando los peruanos estaban comenzando, y tuvimos algunas reuniones, vinieron a ver lo que hicimos, y tomaron el camino, que era más lento. La convertibilidad produjo una reducción de la hiperinflación a la inflación, y a la estabilidad en tiempos absolutamente récords, que no fue el caso de Perú, llevó más tiempo, pero se logró sostener en el tiempo ese régimen y hoy es la economía con menos inflación de la región. Esto se mide en décadas, no se puede decir que un plan es bueno o no, en tres o cuatro años.”
Perú con un régimen de agregados monetarios sobrevivió al ciclo de dólar fuerte global y tasas altas que arrancó en 1996 y las sucesivas crisis emergentes. La Argentina con la convertibilidad tuvo una crisis económica terminal, que involucró la ruptura de contratos (corralito y default) y una brutal transferencia de ingresos, después de cinco años de transitar un ajuste deflacionario que no sobrevivió a la devaluación de Brasil en 1999. Sobre todo, después que el FMI le soltara la mano en septiembre de 2001 al no desembolsar el último tramo del acuerdo con el mercado de crédito cerrado. Es cierto que, como dice Liendo, la convertibilidad era más que un régimen cambiario, era un cambio en el funcionamiento de las instituciones, pero sin prestamista de última instancia no sobrevivió al ajuste nominal cuando se agotó el financiamiento con reservas de una salida del 20% de depósitos de los bancos. En el caso de Ecuador vale la pena leer el relato en primera persona que hace Jamil Mahuad en su libro “Así Dolarizamos Ecuador” publicado cuando se cumplieron 20 años de la dolarización y del golpe de Estado que sufrió pocos días después de implementada. El libro tiene más de novecientas páginas y un relato en primera persona del violento shock de oferta que vivió Ecuador en el año 1999. El país venía de firmar la paz con Perú un año antes, manejaba una tasa de inflación crónica en la zona del 30% y un bajo crecimiento de la economía, situación que se agravó cuando la suba en la tasa de interés de EE.UU. en 1996 empezó a afectar el fondeo de las economías emergentes.
En 1999 recibió cuatro shocks: el barril de petróleo llegó a valer menos de US$ 10, las lluvias provocadas por “el Niño” no sólo afectaron la producción agropecuaria, sino que además, rompieron la infraestructura del país, la “mancha blanca” dañó la producción de camarones, y la producción de flores fue perjudicada por la erupción de dos volcanes. El shock de oferta afectó en simultáneo la cuenta corriente y la calidad crediticia de los bancos. El cierre del acuerdo con el FMI se dilataba, frente a las dificultades para pasar por el Congreso las medidas para poner en orden las cuentas fiscales, fuertemente afectadas en la transición por el shock de oferta.
Frente a la coyuntura tan hostil se acelera la salida de capitales y algunos bancos se apuran a girar el capital de trabajo al exterior acelerando la corrida contra el sucre y los depósitos. En junio de 1999 con la tasa de inflación en 13% mensual y el país enfrentado a fuertes movilizaciones sociales que paralizaban aún más la economía, el gobierno decide congelar los depósitos antes de “irse a una hiperinflación”. Para junio de 1999 el dólar valía casi 11 mil sucres; 70% más que lo que valía en diciembre de 1998, y aún con el sistema financiero acorralado, a fin de ese año el dólar había escalado a casi 20 mil sucres.
Dolar
La dolarización se produce a 25 mil sucres un mes más tarde. Para entonces el sistema financiero estaba fuertemente dolarizado y todavía acorralado, las transacciones de la economía empezaban a indexarse al dólar, pero además, los precios relativos estaban acomodados. Los salarios se ubicaban en una tercera parte de los precios, las tarifas no se habían atrasado y en una economía abierta y sin brecha cambiaria, los precios de los bienes reflejaban la paridad de importación.
La pregunta correcta según Mahuad no era “¿Cuál es la capacidad que tenemos para dolarizar la economía?
Sino, ¿cuál es la capacidad que tenemos para desdolarizar?”
Frente al punteo de las condiciones para dolarizar Mahuad sostiene: “Ecuador es una economía pequeña, muy abierta, muy integrada a la economía de Estados Unidos, espontáneamente dolarizada –incluyendo depósitos y créditos de los bancos– y que cuenta con un Banco Central que actuaba en medio de una política nacional populista que durante décadas había sido presionado por el Congreso para que cubriera con emisión de sucres el déficit público”. Convengamos que, con excepción de la inconsistencia fiscal, ninguna de las demás condiciones, ni las coyunturales ni las estructurales aplica a la Argentina actual. La dolarización requirió, auditoría mediante, el saneamiento del sistema financiero que para entonces todavía estaba acorralado, y la creación de un sistema de encajes adaptado a una economía sin moneda, y por ende, sin prestamista de última instancia. Para cuando dolarizaron, la corriente “el Niño” estaba cediendo, la producción normalizándose, y el escenario de tasas altas en el mundo empezaba a ceder.
Partiendo desde abajo, el ciclo ayudó con la suba de los precios internacionales a partir de 2004 que llevó el barril de petróleo a un pico de US$ 140 en 2007. El ciclo estuvo impulsado, además, por una política fiscal extraordinariamente expansiva que entró en contradicción cuando en 2014 el barril del petróleo se desplomó a menos de US$ 50 y se agudizó el uso de las reservas para sostener al fisco (reservas que son la contracara de los requerimientos de liquidez de los bancos).
Desde entonces, la economía entró en recesión y durante la pandemia tuvo muy poco margen para hacer política contracíclica. De hecho, aún no retornó a los niveles prepandemia y el PIB per cápita se ubica 8,3% por debajo de los máximos de 2014. Es cierto que el sistema financiero se mantuvo en pie, con algún reajuste de las reservas de liquidez en el marco del último acuerdo con el FMI, pero también es cierto que más allá de la volatilidad de los precios internacionales, el país no volvió a tener shocks negativos de la magnitud de los que recibió en 1999. En las últimas semanas Ecuador volvió a ser noticia cuando el actual presidente cierra el Congreso y llama en simultáneo a elecciones con un riesgo-país que saltó a 2 mil pbs.
Pretender que el régimen monetario haga el trabajo que debe hacer la política es un grave error. No es la mejor idea coordinar una nueva crisis para destronar al populismo, si el camino es la licuación y/o la reestructuración de pasivos, ni tampoco coordinar un aumento en el endeudamiento para canjear los pesos. Menos aún, poniéndonos una camisa de fuerza que nos haga endebles a shocks externos que no controlamos. Aprendamos del pasado.
De: Marina dal poggetto y Milagros Suardi