Para no apartar la mirada y para no ignorar las situaciones de necesidad y de dificultad de tantos hermanos y hermanas, este año hay más necesidad que nunca de ser generosos con ocasión de la Colletta pro Terra Sancta. Esto es porque la pandemia de covid-19 ha golpeado económica y socialmente esos territorios. Lo escriben a los obispos de todo el mundo, en nombre del Papa Francisco, el cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales y el arzobispo secretario, Giorgio Demetrio Gallaro.
En cada Semana Santa nos presentamos idealmente como peregrinos en Jerusalén y contemplamos el misterio de nuestro Señor Jesucristo muerto y resucitado. El Apóstol San Pablo, que ha tenido una experiencia viva y personal de este misterio, en la Carta a los gálatas llega a decir: “vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). Todo lo que ha vivido el Apóstol es también el fundamento de un nuevo modelo de fraternidad, que deriva de la obra de reconciliación y de pacificación realizada por el Crucificado entre todas las gentes, como escribe San Pablo en la Carta a los efesios.
Durante el año 2020 el Papa Francisco ha querido recordarnos las consecuencias de este don de reconciliación, y lo ha hecho por medio de la encíclica Fratelli tutti. Con este texto, el Papa, a partir de la experiencia profética propuesta por San Francisco de Asís, quiere ayudarnos a leer a la luz del principio de fraternidad todas nuestras relaciones y todos los ámbitos de nuestra vida: religiosos, económicos, ecológicos, políticos, comunicativos. El fundamento de nuestro ser todos hermanos y hermanas se encuentra propiamente en el Calvario, el lugar en el que, a través del máximo don de amor, el Señor ha interrumpido la espiral de la enemistad, ha roto el círculo vicioso del odio y ha abierto para todo hombre y toda mujer el camino de la reconciliación con el Padre, entre todas las personas y con la misma realidad de la creación.
Las calles desiertas alrededor del Santo Sepulcro y de la Jerusalén Vieja han hecho eco a la Plaza de San Pedro, desierta y empapada por la lluvia, atravesada por el Santo padre el 27 de marzo de 2020, caminando hacia el Crucifijo, ante quien el mundo entero se ha como puesto de rodillas, suplicando el fin de la pandemia y haciendo que todos se sintiesen unidos en el mismo misterio de dolor.
Ha sido, pues, un año de prueba, y así ha sido también para la Ciudad Santa de Jerusalén, para la Tierra Santa y para la pequeña comunidad cristiana que vive en Medio Oriente, y que quiere ser luz, sal y levadura del Evangelio. En 2020 los cristianos de aquellas tierras han sufrido un aislamiento que les ha hecho sentirse aún más distantes, alejados del contacto vital con los hermanos provenientes de los diversos Países del mundo. Han sufrido la pérdida del trabajo, debido a la ausencia de peregrinos, y la consecuente dificultad para vivir con dignidad y para proveer a sus propias familias y a sus propios hijos. En muchos Países el persistir de las guerras y de las sanciones ha agravado los mismos efectos de la pandemia. Y, además, ha faltado también parte de la ayuda económica que la Colecta para la Tierra Santa garantizaba cada año, y ello por causa de las dificultades en muchos Países para poder realizarla en 2020.
El Papa Francisco ha ofrecido a todos los cristianos la figura del Buen Samaritano como modelo de caridad activa, de un amor con iniciativa y solidario. También nos ha estimulado a reflexionar sobre las diversas actitudes de los personajes de esa parábola, para superar la indiferencia de quien ve al hermano o a la hermana y pasa de largo: “¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos te pareces? Nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda de desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente” (Fratelli tutti, 64).
La Colecta para la Tierra Santa 2021 sea para todos la ocasión propicia para no apartar la mirada, para no pasar de largo, para no desinteresarnos de las situaciones de necesidad y de dificultad de nuestros hermanos y de nuestras hermanas que viven en los Lugares Santos. Si viniese a faltar este pequeño gesto de solidaridad y de saber compartir (San Pablo y San Francisco de Asís lo llamarían de “restitución”) sería todavía más difícil, para tantos cristianos de aquellas tierras, resistir a la tentación de dejar el propio País; sería fatigoso sostener a las parroquias en su misión pastoral y continuar la obra educativa a través de las escuelas cristianas y del empeño social a favor de los pobres y de los afligidos. Los sufrimientos de los numerosos desalojados y refugiados, que se han visto obligados a dejar sus casas a causa de la guerra, tienen necesidad de una mano tendida y amiga, para versar en sus heridas el bálsamo de la consolación. Por último, no cabe renunciar a cargar con el empeño de cuidar los Lugares Santos, que son el testimonio concreto del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y del ofrecimiento de su vida, realizado por amor nuestro y por nuestra salvación.
En tal difícil escenario, marcado por la ausencia de peregrinos, siento el deber de hacer mías, una vez más, las palabras que el Apóstol de las gentes dirigía a los corintios, hace dos mil años, invitándoles a una solidaridad que no se basa en razones filantrópicas sino cristológicas: “Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza” (2 Cor 8,9). Y después de haber recordado el principio de igualdad, de solidaridad y de intercambio de los bienes materiales y espirituales, el Apóstol añade palabras elocuentes, hoy como entonces, y que no tienen necesidad de ningún comentario: “Pues os digo: El que escaso siembra, escaso cosecha; el que siembra con largueza, con largueza cosechará. Cada uno haga según se ha propuesto en su corazón, no de mala gana ni obligado, que Dios ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para acrecentar en vosotros todo género de gracias, para que, teniendo siempre y en todo lo bastante, abundéis en toda buena obra” (2 Cor 8,9).
A usted, Señor Obispo, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles, que se esfuerzan con tesón por el buen resultado de la Colecta, con fidelidad a una obra que la Iglesia pide cumplir según las conocidas varias modalidades a todos sus hijos, tengo el gozo de transmitir el vivo reconocimiento del Santo Padre Francisco. Y mientras invoco copiosas bendiciones divinas sobre esa Diócesis, les envío mi más fraterno saludo en el Señor Jesús.