Con la efervescencia en franca merma luego de la clasificación de la Selección Argentina a las semifinales del Mundial de Qatar, gracias a un épico triunfo ante Países Bajos, vale decirlo de manera taxativa: Lionel Messi les dio una lección a los falsos moralistas.
La insurrección final del capitán, en una nueva versión años atrás desconocida -adormecida, acaso-, lo incluyó todo: una pincelada de otro planeta, el enojo como combustible, un palo a la FIFA, el reclamo por el árbitro -Mateu Lahoz- y, sobre todo, la simbólica revancha contra Louis Van Gaal.
El experimentado técnico neerlandés, viejo conocido del fútbol argentino, volvió a demostrar que aborrece la sangre criolla. La desprecia porque, en términos futboleros, escapa de su encorsetada lógica, pero también la envidia: las dos veces que dirigió a su país en Copas del Mundo quedó eliminado ante el desorden argentino. Y en su propia ley: siempre perdió por penales.
Van Gaal no es más que un pequeño ideograma en un concepto conformado por dos máximas: la suficiencia europea del orden establecido y el tacticismo extremo del fútbol. Es un Refutador de Leyendas que, sostenido por su libretita de sistemas, sólo pretende develar la identidad de los Reyes Magos. Su plan queda enterrado cada vez que un genio tira del mantel.
Lo hizo Riquelme, dos décadas atrás, cuando desobedeció sus órdenes en Barcelona para dibujar dos asistencias en un partido contra Racing de Santander. Van Gaal se lo había dicho sin tapujos: "Cuando usted no tiene la pelota jugamos con uno menos". Ahora lo hizo Messi, veinte años después, cuando diseñó una pincelada para asistir a Molina y destrabar la partida de ajedrez planteada por Países Bajos. Convirtió el penal durante el tiempo reglamentario y también sumó el suyo en la definición.
Van Gaal, en pocas palabras, lo había enfurecido: "Messi no juega mucho cuando el rival tiene la posesión". Y apareció el Topo Gigio, con saltito y mirada penetrante incluidos. Aquel emblemático reclamo de un joven Riquelme ante el Macri presidente de Boca tuvo su versión 2022 contra otro mezquino. Luego, apenas consumada la victoria, lo fue a buscar a van Gaal y le hizo un gesto con la mano que se entendió como: "Hablá ahora".
Messi respondió en la cancha y también lo hizo fuera de ella. Como emblema de los Hombres Sensibles revalorizó la dinámica de lo impensado que rompe con cualquier plan armado con fichas. Los futbolistas no son fichas y yo soy el mejor de la especie. El dardo fue directo: "Van Gaal vende que juega al fútbol y mete pelotazos".
Su principal catalizador emergió en la administración del enojo: se alimentó de la bronca contra Van Gaal y frente a la filosofía de juego de Países Bajos para preparar el desquite. Les mostró los dientes y dejó salir la sangre criolla: "¿Qué mirás, bobo? Andá para allá", le tiró a Wout Weghorst, autor de los dos goles neerlandeses.
Los paladines de la moral le saltaron al cuello desde el pedestal de la soberbia. Prefieren al héroe silencioso, calladito, europeo, antes que al más sanguíneo de los Messi. El Messi más argentino. Por eso cierta prensa del mundo reflejó, con una buena dosis de altanería, la irreverencia del mejor futbolista del mundo, apoyado por sus compañeros en los burlones festejos tras un partido cargado de emociones, pero no contó la película completa.
Las declaraciones en la previa, la apretada en grupo a Lautaro Martínez antes del último penal y las provocaciones de los neerlandeses despertaron el corazón del equipo de Lionel Scaloni, que también respondió con altura: "Al final no jugamos con uno menos: Leo se sintió tocado y demostró que es el mejor de todos los tiempos".
Se entiende, de todos modos, en un mundo en que la gente cree sólo en lo que se ve y en lo que se toca. No comprenden las personas como Van Gaal, diría Dolina, que es cien veces más verosímil un personaje que no se ve jamás y tiene la apariencia de nuestros sueños. Les duele que Messi sea un capitán bien argentino: imperfecto en la perfección, temperamental en la injusticia y pasional en el triunfo. Les duele, en definitiva, que Messi quiera preservar la identidad de los Reyes Magos.
Historia de Pablo Amalfitano
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