Milei parece perder contacto con el mundo que lo rodea y ve cómo lo que deseaba se le escapa aunque lo observa atentamente
Nuestros libros son botellas al mar, mensajes lanzados en la inmensidad de la ignorancia y la miseria; pero ocurre que ciertas botellas terminan por llegar a destino, y es entonces que esos mensajes deben mostrar su sentido y su razón de ser, deben llevar lucidez y esperanza a quienes los están leyendo o los leerán un día (Cortázar, 2017).
Cortázar fue muchos Cortázar. Entre todos, se pensaba ante todo como un escritor comprometido con su tiempo o como él mismo se denominó un “latinoamericano escritor”. En este sentido, buena parte de la obra de Julio Cortázar dialoga con lo político desde lo fantástico, tal como ocurre en cuentos como Apocalipsis de Solentiname o Reunión, o en la novela El libro de Manuel. Otros textos, en cambio, se alejan de la realidad aún más y operan en otro plano. Tal es el caso de Axolotl, cuento incluido en la colección Final del juego (1956), que a priori no parece tener una intención política explícita. Sin embargo, su trama —la transformación del narrador en aquello que observa obsesivamente— habilita una lectura alegórica potente. El final se nos adelanta desde el principio: el protagonista se transforma en un axolotl. En este caso, a diferencia de la metamorfosis kafkiana, aquí no hay castigo ni culpa: hay fascinación, narcisismo y encierro. El narrador se vuelve lo que contempla, se aliena, y termina encerrado en su propia imagen.
La fascinación del narrador con los axolotl no es sólo científica o estética, es ante todo, narcisista. Hay algo de sí mismo que proyecta en esas criaturas inmóviles, un deseo de entenderse a través del otro, aunque ese otro esté encerrado, mudo, ajeno. La transformación en una de esas criaturas es el resultado de una obsesión que ya no distingue entre lo que se ve y lo que se es.
CUANDO EL NARCISISMO SE DISFRAZA DE LIDERAZGO POLÍTICO
El presidente argentino Javier Milei suele publicar irónicamente en X la frase "FENÓMENO BARRIAL" cada vez que una noticia internacional, según él, pone en valor su gobierno. Con sus tweets busca refutar la idea de que su irrupción en la política no fue aquel fenómeno circunscripto a la Ciudad de Buenos Aires que vaticinaban los políticos y los medios tradicionales. En línea con esa obsesión por proyectar su figura más allá de las fronteras impuestas, Milei ha convertido su presencia en la agenda internacional en una suerte de política pública para la Argentina. Bajo esta lógica, el 2 de abril de 2025, el presidente realizó su décimo viaje a los Estados Unidos. La excusa esta vez fue la entrega de un premio por parte de una fundación que ni siquiera tiene sitio web. Sin embargo, el verdadero objetivo del viaje de Milei era conseguir una foto con Donald Trump y así ofrecer una imagen de respaldo político en dos temas clave para el país: la llegada de fondos frescos del FMI y un trato preferencial en materia de aranceles. Sin embargo, la foto no llegó y todo quedó en ideas y vueltas que culminaron en un desplante en el evento realizado en el propio predio de Trump que tiene en Mar-a-Lago, Florida.
Mientras Milei esperaba beneficios concretos por su abierta simpatía por Trump, terminó por encontrarse con promesas vagas e indiferencia, sin el espaldarazo necesario para obtener reservas que permitan afrontar vencimientos internacionales y recibiendo el mismo trato que otros países latinoamericanos abiertamente críticos de los Estados Unidos. Esto último enciende luces de alerta ya que que en la práctica implica que muchos productos argentinos que ingresan al mercado estadounidense encuentren nuevas barreras comerciales. Esta cuestión, sumada al tipo de cambio prácticamente fijado por el gobierno argentino, podría tener consecuencias aún más profundas en materia de balanza comercial, haciendo menos competitivos a los productos argentinos (por ejemplo, otros países podrían devaluar para compensar el encarecimiento de sus bienes) y dejando abierto el ingreso masivo de productos importados (especialmente de China) buscando nuevos mercados menos permeables a regulaciones.
Es válido pensar si la obsesión de Milei lo vuelve un Axolotl político: quieto, inmóvil, encerrado en su pecera ideológica, observado por los otros mientras baila al ritmo de los Village People en eventos de poca monta, preso de su propia cosmovisión del mundo. Milei se vuelve un bicho raro para el mundo, que cada vez genera menos curiosidad e interés.
Así como el narrador de Axolotl deja de ser humano y se funde con lo que contempla, Milei parece perder contacto con el mundo que lo rodea. Ve, sin inmutarse, cómo lo que deseaba se le escapa, pero aún cree que lo observa atentamente. Su fascinación con Trump no es sólo ideológica: es narcisista, especulativa, mágica. Pero como en el cuento de Cortázar, no hay reciprocidad. Sólo queda un ser exótico encerrado en una pecera, deformado por el vidrio y la distancia. Trump ya no lo mira. Y el axolotl, ajeno a todo lo que pasa alrededor sigue allí, con la nariz pegada al vidrio.
Autor: Lisandro Gomez
Politólogo con especialización en Administración Pública