A la leyenda del «Rey republicano» se sumó el fake de los «valores republicanos», cuando los valores democráticos nacieron cien años antes de la Revolución Francesa en la Monarquía inglesa.
La mayoría de los españoles (el 68 por ciento, según la encuesta de GAD3 para ABC) prefieren la Monarquía a la República, pero no les gusta decir que son monárquicos. Llevan 45 años oyendo hablar de una Monarquía republicana o de una República coronada, de juancarlistas antes y de felipistas ahora. Y en estos más de 40 años no se ha hecho casi ningún esfuerzo para explicar qué es la Monarquía Parlamentaria ni qué ventajas aporta respecto a una República. Ni siquiera se han explicado los valores de la Constitución de 1978, que son los de la Monarquía. No ha habido pedagogía de la democracia española, ni se han contrarrestado los bulos y fakes que algunos sectores republicanos han dejado correr en un terreno abonado por la ignorancia.
Cuando se restauró la Monarquía, en 1975, en España apenas había monárquicos (un 6 por ciento, según «La historia de la Monarquía», de José Antonio Escudero). Las campañas del franquismo contra Don Juan de Borbón habían hecho su efecto. Al principio, Don Juan Carlos suscitaba la desconfianza de la izquierda, porque había sido designado por Franco, y pronto decepcionó también a parte de la derecha por promover la legalización del Partido Comunista para que hubiera una democracia plena. La mayoría de los españoles querían ser demócratas pero, después de una guerra civil y de 40 años de franquismo, tenían que aprender a serlo. El golpe del 23-F, que puso todo aquello en peligro, afianzó la democracia.
La pervivencia de la Monarquía como forma de Estado no puede depender solo de la personalidad excepcional de cada uno de sus sucesivos Reyes En plena Transición, el dilema no era Monarquía o República, sino democracia o dictadura. La prioridad era consolidar la democracia, y pronto se la vio como algo inseparable de la Monarquía Parlamentaria. En esas circunstancias, el propio Rey aceptaba que los españoles se declararan juancarlistas, en lugar de monárquicos, y que a él le llamaran el «Rey de los republicanos». Algunas de esas expresiones fueron parte de las cesiones que hubo que hacer para que socialistas y comunistas aceptaran la Monarquía Parlamentaria. «Lo que ha subyugado a los españoles no es la institución en abstracto, sino el Rey», afirmaba Felipe González. «España no es un país monárquico», insistía Santiago Carrillo.
A la leyenda del «Rey republicano» se sumó el fake de los «valores republicanos». Muchos historiadores dieron por bueno -algunos todavía lo dan- que los tradicionales valores democráticos nacieron en la Revolución Francesa (1789). Sin embargo, la democracia parlamentaria había nacido cien años antes (1688) en la Inglaterra monárquica durante la llamada Revolución Gloriosa, y tanto Voltaire como Montesquieu, que habían viajado a la isla, se inspiraron en ella.
En medio del bombardeo republicano, los españoles han ido sacando sus propias conclusiones sobre la utilidad de la Monarquía en un país como España, pero lo han hecho a fuerza de observar e interpretar los acontecimientos sobre la marcha y en algunos momentos se ha echado de menos una voz en off que explicara el por qué de muchos símbolos, gestos, momentos e incluso silencios.
Con su carácter arrollador y los logros históricos alcanzados, el reinado de Don Juan Carlos fue tan personalista que los españoles valoraban mejor al Rey que a la Corona en todas las encuestas, al revés de lo que ocurría en otras Monarquías, como la británica. Ello implicaba que los miembros de la Familia Real española, especialmente el Rey, debían mantener un alto nivel de exigencia consigo mismos, porque la red de apego a la Corona era tan fina que, si cometían fallos personales, podía romperse también. Pero a nadie parecía preocuparle entonces esa debilidad.
Todo ello ha tenido graves consecuencias décadas después. La más inmediata fue que retrasó, más allá de lo que hubiera sido deseable, el relevo en la Corona. Don Juan Carlos había empezado a cometer inexplicables errores personales y sometió a su hijo, Don Felipe, a una espera innecesariamente larga, dolorosa y arriesgada, como se ha visto después.
Don Felipe sí se ha identificado desde el primer momento como un «Rey monárquico»; de una Monarquía renovada y adaptada a los nuevos tiempos, pero convencido de sus valores. Su discurso de proclamación, en el que expuso su «convicción personal de que la Monarquía Parlamentaria puede y debe seguir prestando un servicio fundamental a España», fue toda una lección de pedagogía monárquica. Después, ha habido otras, como las palabras que dirigió a su hija, la Princesa de Asturias, cuando le impuso el Toisón de Oro y le explicó en público qué era ser Rey: « Te guiarás permanentemente por la Constitución, cumpliéndola y observándola; servirás a España con humildad y consciente de tu posición institucional; y harás tuyas todas las preocupaciones y las alegrías, todos los anhelos y los sentimientos de los españoles...».
Apenas llevaba un mes como Rey, cuando adoptó medidas para proteger a la Corona, incluso de los errores que pudieran cometer sus propios miembros. Y es que la pervivencia de la Monarquía como forma de Estado no puede depender solo de la personalidad excepcional de cada uno de sus sucesivos Reyes.
por Almudena Martínez-Fornés.