El centro de Madrid sólo lo descongestionaba este martes, en pleno puente de la Constitución, un partido de España. Las calles con presencia marroquí que aún quedan en el barrio de Lavapiés, un encuentro de octavos de Marruecos. La coincidencia de ambos en Ar Rayyan, en el Estadio de la Ciudad de la Educación, dibujaba en los bares un ambiente de tensión propio de un Clásico.
Al llegar a Al Bahía, un restaurante y tetería de la parte alta de la calle que da nombre a este multicultural barrio, varios hombres ataviados con banderas del reino alauí apuran sus cigarros previos al partido, los del miedo. Los regentes del bar, que no dan abasto, distribuyen tés y sillas a partes iguales.
La entrada al local ha sido previamente despejada de mesas y reocupada por varias filas de butacas, que miran hacia la primera televisión del bar. En la parte del restaurante, no cabe un alfiler, pero el gerente se las ingenia por buscar el último hueco para que nadie se quede sin ver "el derbi". "Esto para nosotros es como un Madrid-Barça, pero más importante", lanza un marroquí cuya familia reside desde hace tres décadas en España. Llegaron desde una ciudad costera a 150 kilómetros de Marrakech. Él y sus dos hermanos, que vivieron en esas calles hasta hace unos años, se han juntado para ver el partido en el mismo restaurante en el que él trabajó en el año 2012.
La entrada la llenan hombres de todas las edades. Y cámaras de televisión y otros periodistas. Conecta con la parte trasera por un pasillo y una ventana de estilo mudéjar que permite ver la pantalla más lejana si alguien tapa la reservada para esa sala. Aquí hay mesas de chicos jóvenes, de grupos de amigos mixtos, hombres que no han cabido en el vestíbulo y de mujeres más mayores, que animarán el cotarro y que humedecerán sus mejillas tras la tanda de penaltis. Incluso se coló algún intruso del África Subsahariana que vestía una sudadera de España y que estuvo a punto de tensar los ánimos en la segunda parte de la prórroga.
El gerente de Al Bahía avisaba tras el himno en su idioma: "Tranquilidad y paz, no somos animales. No quiero peleas. Aquí no va a pasar lo de Bélgica". Se refería a los disturbios que se produjeron hace diez días en el norte del continente tras el encuentro entre ambos países, en el que ganó el equipo que hoy encarnó a la verdadera furia roja. "Somos buena gente", es lo único que tradujo al castellano para que no quedasen dudas.
"Que gane el mejor y ya está", lanzaba una joven en la esquina de la sala principal del restaurante. La afición marroquí estallaba en aplausos, silbidos y arengas con cada acción, desde el "bien, bien, bien" de la primera internada nacional al "là, là, là" ("no, no, no"), acompañado de algún cándido improperio, que le dedicaban al portero Bono, su nuevo héroe, por driblar en el área chica con un rival enfrente. También en la Casa Árabe se han juntado decenas de compatriotas para ver a su selección.
Marruecos no anima igual que España. Los aficionados del país vecino celebran cada detalle de su equipo. Los robos -innumerables en el partido de hoy-, los a veces torpes regates de sus jugadores e incluso los cambios de efectivos. Su ilusión, a diferencia de la de muchos que hoy iban con los de Luis Enrique, no se estiraba con la cerveza. Aquí esta bebida era igual de inaccesible que en país que alberga este Mundial. El té y alguna Fanta se convierten en la gasolina de los forofos.
España muere en los penales
La primera mitad pasa con tensión e ilusión. Le sigue un segundo cigarrillo del miedo. "Que gane el mejor", vuelve a lanzar un periodista. "O que gane el peor, pero que gane Marruecos", responde uno de los hermanos, el menor, que se ha colocado su bandera de capa. La segunda parte sobreviene sin pena ni gloria para ninguno de los dos candidatos a clasificarse para la siguiente fase.
"Queremos que Marruecos se convierta en el primer país árabe en jugar los cuartos de final de un Mundial", dice uno de los aficionados, que toma un respiro en la puerta del restaurante, camuflada ya por la oscuridad del final de la tarde.
Las dos mitades de la prórroga congregan a parte de los marroquíes que han acudido a Al Bahía en la acera. Se agachan para ver desde la ventana las tímidas, pero más peligrosas del encuentro, llegadas de los suyos. Recogen los cristales de unas botellas de aceite que se han desprendido al suelo para evitar males mayores. "Aquí hoy no se pelea nadie", alerta uno de los jóvenes que los tira a la basura.
Para las penas máximas, entran todos al refugio alauí de Lavapiés. Las tres paradas de Bono, con sus correspondientes errores españoles, y los goles de su selección desatan la locura. El pequeño local se transforma en una caldera. Todos festejan, fotos se abrazan. No dan lugar a la celebración. Abandonan la sala en cuestión de minutos y ponen rumbo a sus casas.
"Esto para nosotros es muy importante. Ya ganaréis vosotros en la siguiente", se despiden deportivamente dos ancianos que venían el partido desde la tercera fila del vestíbulo. "Toda África y todo el mundo árabe iban con Marruecos. Sólo quedábamos nosotros en Qatar", sentencia uno de los hermanos.