Sesenta y nueve días después del inicio de la invasión rusa de Ucrania las potencias occidentales mantienen el mismo perfil en su confrontación con Moscú y el respaldo al presidente ucraniano Volodímir Zelenski: sanciones y jueguito de equilibristas entre dos estatutos; ni co-beligerantes, ni neutros. En lo primero, al día siguiente de un nuevo contacto telefónico entre el presidente francés, Emmanuel macron, y el ruso, Vladimir Putin, la Unión Europea preparó la sexta ola de sanciones contra Rusia. El documento que se filtró durante la noche del martes al miércoles fue examinado hoy mismo por los 27 miembros de la UE.
Concretamente, la Comisión Europea propone un embargo progresivo sobre el petróleo y los productos petrolíferos que se le compran a Rusia. Según la presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen, Europa “renunciará progresivamente a los suministros rusos de petróleo bruto en los próximos seis meses y a los productos refinados de aquí a finales de año”. Rusia exporta hacia la Unión Europea dos tercios de su petróleo. En 2021, Moscú suministró 30% del bruto y 15% de los productos petrolíferos derivados adquiridos por la UE. Josep Borrell, el jefe de la diplomacia europea, indicó que los 27 le habían pagado a Rusia unos 80 mil millones de dólares por esas compras.
Sanciones contra sistema bancario, iglesia ortodoxa y medios
El sexto paquete de medidas restrictivas contiene otras sanciones contra el sistema bancario ruso, los jerarcas de la iglesia ortodoxa y medios de difusión o comunicación. Sin embargo, lo esencial es el tema energético y aquí adentro hay dos contenidos: la propuesta europea es una cosa, su realización es otra. En su intervención de este miércoles ante el Parlamento Europeo, la misma Úrsula von der Leyen reconoció que “no será fácil. Algunos Estados dependen fuertemente del petróleo ruso, pero debemos trabajar para implementarlo”. Los problemas empezaron poco después de que la presidente de la Comisión terminara su discurso. Para ser aprobado, el embargo energético debe ser adoptado por unanimidad en el seno de la instancia representativa de los 27 (el Consejo). El objetivo, sin embargo, está lejos de ser sencillo como lo demostró la primera jornada de la negociación que se llevó a cabo este miércoles.
Hungría y Eslovaquia
Los países están distanciados porque su dependencia energética ante Rusia no es la misma para todos y algunos, a cuyo frente está Hungría, reclaman exenciones temporales al embargo. Hungría y Eslovaquia dependen absolutamente de los hidrocarburos rusos que transitan por el oleoducto de Droujba. Por esta razón, estos dos países podrían continuar con la compra de petróleo ruso hasta el año 2023. Pero la excepcionalidad que se aplicaría a Hungría y Eslovaquia despertó el apetito de otros países como Bulgaria (depende en un 100% del petróleo ruso) y República Checa. Ambos exigen el mismo trato. Todo el proceso de reemplazo del petróleo o el gas de Moscú no se hace de un día para otro sino que se necesitan años. Hay, por consiguiente, cierta distancia entra las propuestas de la Comisión Europea y lo que realmente es posible llevar a cabo.
Úrsula von der Leyen insistió en que “los europeos continuarán ejerciendo una máxima presión sobre Rusia al mismo tiempo que se reducen a lo mínimo los daños colaterales para nosotros y nuestros asociados”. Como siempre, la postura europea se desliza por una cuerda floja. La responsable europea también agregó en la lista de sanciones la expulsión de Sberbank del sistema SWIFT de transacciones internacionales y de otros dos bancos. Sberbank es la entidad financiera más importante de Rusia y controla el 35% del mercado. Según Von der Layen, se trata de reforzar “el aislamiento total” para disminuir la capacidad de Moscú para financiar la guerra en Ucrania.
Si bien es cierto que Vladimir Putin encontró sobre el terreno una resistencia mayor de la esperada, en gran parte debido al respaldo con material militar suministrado por Occidente, por ahora el ejército ruso sigue su avance en territorio ucraniano. Hay tanta claridad espantosa por un lado como nieblas del otro. El ejército ruso invadió Ucrania hace 69 días, pero Occidente nunca detalló la naturaleza de su intervención en Ucrania. Más bien, se ubicó con dos perfiles contradictorios: activo y no beligerante. Ello le permite participar en el conflicto con la entrega de armas sin jugarse más allá. Por ejemplo, la OTAN jamás inició el proceso de integración de Ucrania y lo mismo vale para la Unión Europea. Pese a las reiteradas demandas del presidente ucraniano, los 27 rechazaron incluso la inclusión de Ucrania en el bloque comunitario durante la última cumbre celebrada hace poco más de un mes en Versalles (Francia).
El pasado 24 de febrero, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dijo: “nuestras fuerzas no intervienen y no intervendrán en el conflicto con Rusia en Ucrania”. Un par de días más tarde, el dos de marzo, el presidente francés, Emmanuel Macron, aclaró “no estamos en guerra con Rusia”. Toda la ambigüedad de la estrategia aliada consiste en mantener la guerra dentro del territorio ucraniano, evitar que desborde hacia los países de la OTAN al mismo tiempo que se suministran importantes lotes de armas “defensivas”. Esa es precisamente la línea que traza el derecho internacional para el cual un país no puede ser considerado como beligerante mientras se limite a la entrega de armas o dinero.
Los aliados occidentales, pese a su fuerte retórica, se han mantenido en ese esquema. La retórica, al final, va mucho más lejos que los hechos. La postura del presidente Macron, es una perfecta ilustración de esa “cuerda floja”. Diálogo telefónico asiduo con Putin, y, aunque tardía al igual que Alemania, entrega de armas pesadas a Ucrania (cañones de artillería Cesar, misiles anti tanques Javelin y obuses, un total de 615 toneladas de armamento por un total de 100 millones de dólares). Desde el inicio de la crisis, Macron habló 20 veces por teléfono con el jefe de Estado de Ucrania y 18 con el mandatario ruso. La última vez fue este martes, cuando Putin le reclamó a Occidente que dejara de ayudar con armas a los ucranianos y Macron lo interpeló por la horrenda situación en Mariupol. El balance de esa dualidad es mínimo: sus resultados son escasos. Occidente ni siquiera ha sido capaz de mediar en la negociación sobre la instauración de verdaderos corredores humanitarios para la población civil.
Putin infunde miedo. Su potencia nuclear y el terror que los occidentales le tienen a una guerra total han mantenido a los occidentales dentro de esa dualidad. Palabras, condenas, sanciones, armas y nada más. La clave mayor sigue siendo los hidrocarburos, tanto el gas como el petróleo. Las disparidades internas entre los 27, sus intereses cruzados y complejos así como la fuerte dependencia energética alejan, por ahora, un embargo total.
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