El principio de no injerencia es el grito sagrado de las relaciones internacionales. Sin embargo, quien legitima la invasión lo devalúa por “las veces que se transgrede” o por ser “relativo a un contexto”. Si bien hay violaciones, son exiguas y “de frontera”, no ominosos ataques a metrópolis en lo profundo de una nación. Vale para Bagdad con la mentira de las “armas de destrucción masiva”, o para Kiev, con la negación del hecho como conspiración, lo que nos exhorta a asumir que RT es más independiente que Algecira o fotoperiodistas que documentaron masacres.
La cínica acusación de Fake que Lavrov hace de la destrucción de barrios enteros, supone un relato aséptico de oníricos “bombardeos quirúrgicos”. El registro real de acecho que una gran parte de rusos tiene de la expansión de una OTAN que los ninguneó siempre no es aval de matanzas. Desnazificar suena nazi. ¿Será impericia en propaganda o abyección por no tomársela en serio? ¿Qué criterio (y a que arbitrio está sujeto) para sentenciar el volumen y alcance de nazismo en un país? El gobierno ucraniano absorbió al ultraderechista “Batallón Azov” al ejército, un horror, cierto como su derrota total en elecciones. Su brazo político “Svoboda” tiene, con el 1,6% de votos, un solo delegado a una Rada Suprema de 450. Mientras que en “casa de herrero” el líder de “Democracia y Libertad” quien sugería expulsar judíos y usar bombas nucleares de pocos kilotones en las ex repúblicas obtuvo 23 representantes a la Duma rusa que votan, en sintonía con el gobierno, leyes que impiden plasmar violencia de género sin hospitalización mediante, o encarcelan Lgtbiq que militen libertad sexual. ¿Qué tiene Putin pensado para Austria o Hungría con la ultraderecha tan inserta en la política? ¿Qué proporción del 44% de Marine Le Pen o de Vox en España tendrá filiación nazi?
Es un error identificar nacionalismo y fascismo por la propensión de ambos a diluir el conflicto social. El primero es positivo cuando lo subordina a la definición de un “proyecto nacional” que ensanchando la base material promueve amplia participación popular con justicia social, pero la separación es borrosa cuando tal proyecto es reemplazado por “El enemigo externo”.
Quien sostiene que: “la guerra es la continuidad de la política por otros medios”. La concibe como una relación entre jerarquías, un conflicto de poder dentro del poder. Pero si no se cosifica a la sociedad, la guerra es la continuidad del control social y la hegemonía por otros medios, habida cuenta de la proximidad entre el 30 de marzo y el 2 de abril o el envío de la marina real meses después de estallidos en UK, hechos que interpelan en el 40° aniversario de Malvinas. Aún con cuantiosas regalías de petróleo y gas, Rusia tiene un Gini regresivo (0,37) que le resta representatividad a un dato de ingreso por habitante de un país en desarrollo. Su esperanza de vida de 73 años es ocho años inferior al promedio europeo, una era geológica en términos de atraso sanitario.
El complejo militar del que dependen miles ha sido un dolor de cabeza para Putin que buscó especializarlo para restarle dependencia de contratos de defensa y presión presupuestaria, la guerra es una salida. Con una grave asimetría territorial de registro destitutivo en varias regiones, las secuelas de la crisis del 98 y Crimea suman al problema de origen: la velocidad y volumen de concentración de la transición al capitalismo es única en la historia. Actores con llegada a la Nomenklatura se hicieron de partes de empresas que valen una deuda externa. Un sector de las élites conformadas resulta muy prooccidental para el Kremlin, el control social resultante de la guerra es una chance de disciplinar no solo “hacia abajo” sino también tropa propia díscola en línea con su nacionalismo hiperventilado. Acaso las razones tengan más que ver con lo dicho que con los panegíricos de Putin a la patria inspirados en su mentor Iván llyin, quien se desmarcó del nazismo luego de años de complicidad, y solo después que Hitler consignara al pueblo eslavo a la categoría de Untermensch.
*Geógrafo UBA. Magíster UNY.