El busto del expresidente Carlos Menem en el Salón de los Patriotas de la Casa Rosada generó algunas discusiones. Hay quienes piensan que no debería ser reconocido. Sostienen que el reconocimiento de la democracia a un exmandatario debería tener en cuenta sus cualidades morales. Según ellos, Menem carecería de esa valía. No quiero discutir eso. Todos los expresidentes constitucionales, por el hecho de serlo, deberían tener su lugar. Si este es el criterio, y no preferencias personales, no hay razones para justificar su ausencia.
Lo que quiero analizar es la posición de Javier Milei sobre la historia, sobre nuestra historia. En especial porque eso nos da algunas pistas del futuro que nos promete.
Camila Perochena, en Los usos de la historia en la política argentina actual, estudia con rigor cómo las batallas del pasado son recurrentes en nuestra disputa política cotidiana. Analiza tres sujetos relevantes: Cristina Fernández, Mauricio Macri y Javier Milei.
La expresidenta tenía un compromiso claro con la historia, al menos desde su perspectiva. Esa visión era parte de un relato: en esa reconstrucción, podría encontrarse un ellos y un nosotros. Una excusa para presentar la imagen de una verdadera batalla cultural. Según da cuenta Perochena, el responsable de organizar los festejos históricos del kirchnerismo estaba preocupado por asentar tres “e”: épica, ética y estética.
Sólo basta recordar a Zamba, las evocaciones continuas a Juan Manuel de Rosas, Juan Perón y Eva Duarte; la romantización de la “juventud maravillosa”; el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego. Antes: la reescritura del prólogo al Nunca más; el pedido de disculpas de Néstor Kirchner el 24 de marzo de 2004 y el desconocimiento de los logros del gobierno de Raúl Alfonsín en materia de derechos humanos.
Fabio Wasserman, en El barro de la historia, estudia el mismo problema, pero enfocado en la presidencia de Mauricio Macri. Para el expresidente, sostiene, existía una visión futurista en la que no hay nada para rescatar en un pasado que arrojaba 70 años de atraso. Para Juan Carlos Torre y Santiago Kovadlof, según reconstruye Jorge Liotti en La última encrucijada, esta “falta de historia” fue uno de los déficits del macrismo.
Señal de futuro
El discurso del actual presidente es más parecido al de Fernández de Kirchner porque, quizá, tiene “demasiada” historia. Milei recurre habitualmente a la historia en sus discursos. Es una lectura muy particular, hay que reconocerlo: insiste en que son 100 años de decadencia; identifica héroes y villanos; momentos fundacionales y de quiebre.
Hay una característica sobresaliente: cada momento de quiebre se emparenta con el surgimiento de la democracia y no con su ruptura. En ese relato, 1916 y 1983 son dos años que no merecen ningún reconocimiento. También son usuales sus referencias a Alberdi, aun cuando es difícil reconocer ese Alberdi.
Pensar –y comprender– la historia política de un país no es un acto inocente, siempre consiste en pensar la propia comunidad. Un pasado común, una lectura de ese pasado, brinda una señal del futuro que buscamos. Los modos en los que leemos ese ayer nos muestran un mañana, un lugar hacia dónde queremos ir.
¿Por qué y para qué abrimos el cofre que contiene nuestra memoria, nuestra historia, nuestra sufrida experiencia? Existe un uso obvio, instrumental y estratégico: señalar amigos y denostar enemigos. Pues, ¿qué sentido tiene interrogarnos por un pasado plasmado en la memoria colectiva si no con una idea de porvenir? Si el conocimiento histórico no pretende contentarse con una simple descripción de hechos pretéritos, se trata de una interrogación sobre la mejor comprensión de nosotros mismos.
Por eso, se trata de una reflexión colectiva. Más aun cuando el intérprete de aquellos acontecimientos es un participante relevante de esa misma comunidad. En la búsqueda de ese pasado, se proyecta la necesidad de un destino común y se determinan cursos de acción colectivos para alcanzarlo.
Con todas estas cuestiones, y quizá muchas más, lidia el intérprete histórico situado. Además, debe ser consciente de que vivir en una comunidad, política y deliberativa, es algo necesario y valioso. Es necesario porque hace más factible la convivencia pacífica, la satisfacción de las necesidades propias y ajenas. Es valioso porque, así, es posible el reclamo de ser partícipes del diseño de aquellos cursos de acción, sin frustraciones ni naufragios individuales.
Guerrero memorial
Perochena sostiene que todos los líderes políticos hacen uso de la historia en función del presente. A partir de este dato, recuerda que se han distinguido cuatro tipos de “actores memoriales”, según cómo se vinculen con el pasado. Los “guerreros” se consideran portadores de una “verdadera historia” frente a otros que cultivarían una historia falsa y con quienes no es posible negociar. Los “pluralistas” aceptan la existencia de una diversidad de interpretaciones sobre el pasado. Los “negadores” evitan las políticas de la memoria y las batallas del pasado. Los “prospectivos”, por último, creen haberlo resuelto y tener la llave para guiar al pueblo hacia el futuro.
No hay dudas de que Milei es un “guerrero memorial”. Usa nuestro pasado común para identificar un adversario y, por qué no, un enemigo. El problema de esto no es la reconstrucción falsa de nuestra historia. En sus reconstrucciones, no busca desentrañar la verdad: pretende identificar un mejor modo de proyectar nuestra comunidad.
Deberíamos preguntarnos, entonces, si esa reconstrucción es plausible. Si el Juan Bautista Alberdi ejecutivista y centralista; si 1916 es un año que deberíamos criticar y no festejar; si 1983 no es un hito y ¿por qué no? una gesta colectiva; si los indultos de Carlos Menem a militares condenados por sus actos durante la dictadura son las estrellas que deberían guiar nuestro futuro. Responder esa pregunta no es relevante en términos históricos, sino de porvenir.
Es que, como dice Eduardo Sacheri, “cuando nos servimos de la Historia para justificar nuestras posiciones políticas tendemos a empobrecer, a simplificar nuestra visión del pasado. A acomodar el pasado a lo que deseamos que sea ese pasado: modelo de virtud o reservorio de vergüenza”.
De lo que se trata es, en fin, de identificar qué clase de comunidad política queremos ser. La definición de la relevancia de los hechos históricos, para eso, es una cuestión colectiva, que nos corresponde a todos. Más allá del uso político del pasado que haga nuestro actual presidente.
De: Juan Mocoroa. Docente de Derecho Constitucional, UNC y UE Siglo21