La gestión converge en Guzmán. El exministro de Deuda deviene ministro de Negociaciones. Urnas, vacunas y salarios. Hay plan; ¿es viable? Atados a lo imposible. Será que la prédica de que la economía solo admite soluciones técnicas –y únicas– ha sido demasiado intensa durante décadas o que esta maraña llamada Argentina se empecina en vivir al revés del mundo, pero llama la atención que las fotos que mejor resumieron en los últimos días el pulso nacional volvieron a poner en el primer plano a la política.
Sí, justo cuando asuntos como reactivación, salario, consumo, dólar y gasto público incuban las claves del futuro, el país, si no pone patas para arriba, al menos relativiza la célebre consigna de 1992 de James Carville, entonces estratega del candidato Bill Clinton, que rezaba “es la economía, estúpido”. Acá no.
Hay que aguzar la vista, en realidad. Los temas mencionados son efectivamente dominantes y el trazo grueso de la dinámica oficial converge en el ministro de Economía, Martín Guzmán. Sin embargo, aunque los números contienen los grandes objetivos, la gestión de estos será, más que nunca, política.
El Gobierno busca un equilibrio entre ambos polos para bajar poco a poco la fiebre, algo que está por verse si logra, pero no serán estos tiempos de sumisión de la negociación a los números, como con el súper-Cavallo de los 90 o como en la etapa en la que Nicolás Dujovne estroló la 4x4 del proyecto del centroderecha contra un paredón que mostraba una pintada de "Macri 2019".
Lo dicho quedó expuesto en el inicio del diálogo sectorial, fetiche histórico del peronismo. El bebé viene de culo por nacer en un año en el que las urnas definirán mucho más que la de por sí importante relación de fuerzas en el Congreso en el bienio final del mandato de Alberto Fernández.
Jugado, el Presidente ordenó que Guzmán se haga cargo del alineamiento de expectativas en torno al Presupuesto 2021. El ordenamiento macro paulatino y la reactivación de la economía serán, junto al avance de la vacunación contra el covid-19, los ejes de la narrativa oficial en la campaña. Definitivamente, nada será fácil para este presidente.
Todo fue impasse en 2020. La pandemia inverosímil dejó en segundo plano aspectos de gestión que ahora emergen. En parte por esa coyuntura y en parte por la tendencia a la inercia de algunos ministros –algo que la vice, Cristina Kirchner, resumió en la fórmula ganchera de los “funcionarios que no funcionan”–, ciertos temas clave no fueron abordados. Uno de ellos es el mencionado alineamiento de expectativas.
El titular de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, consumió el año pasado toda su energía en aguantar los trapos, de modo que la paralización de la actividad se llevara puesta la menor cantidad de unidades productivas posible. En tanto, su par de Trabajo, Claudio Moroni, no tuvo necesidad de hacer política de ingresos –encajar la evolución de los salarios en la dinámica económica deseada– cuando la inflación se desplomaba del 53,8% al 36,1%, reflejo de la paz de los cementerios, y los planteos sindicales se limitaban a rogar por el sostenimiento del empleo.
Los jefes gremiales, sin embargo, no pueden persistir si solo generan pérdidas, por lo que vuelven a la pelea cuando la economía comienza a mostrar ondulaciones en el electroencefalograma y el Gobierno más los necesita.
El encargado de poner los patos en fila en el nuevo comienzo de la administración Fernández es Guzmán, cuya figura eclipsará a otras. Más allá del rol, en lo personal, su desafío será dejar de ser un ministro de Deuda para convertirse en el hombre que sintetice la acción de gobierno. Le queda, sin embargo, una previa que debe rendir antes de mayo: el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Los aplausos empresariales del jueves fueron promocionados desde usinas oficiales como un inesperado gesto de respaldo. Los ceos criollos son duchos en hacer alucinar al poder político, así que es mejor buscar la verdad en otro lado. La salva de palmas que unió a hombres y mujeres de sectores históricamente afines al peronismo –la industria de menor porte y competitividad– con otros, refractarios, fue producto del alivio: el hablar pausado del ministro, su esfuerzo por argumentar y los valores técnicos de su exposición –más allá de agujeros negros que deberá iluminar en su momento– despejaron temores sobre un regreso de prácticas a lo Guillermo Moreno. En verdad, el propio presidente había preparado el terreno para esa reacción cuando le dijo el miércoles, de entrada nomás, a la Mesa de Enlace que no se tome demasiado en serio su amenaza de aumentar las retenciones o imponer cupos a las exportaciones.
Los modales que agradan a los ceos en la misma medida en que irritan al kirchnerismo de paladar negro implicarán una sintonía fina permanente en mesas de diálogo sectoriales. Hasta ahora, poco han aportado los acuerdos de caballeros para contener la inflación de alimentos, que superó largamente el promedio el año pasado y remixó ese hit en enero, lo que agrava los indicadores de pobreza e indigencia, erosiona las bases de apoyo del Frente de Todos y, lo más importante, desespera a millones de familias.
Hay plan
Guzmán, que evidentemente no es radical, intentará que el Presupuesto 2021 se doble si es inevitable, pero que no se rompa; ese es su plan económico. El corazón de este, la inflación proyectada en el 29%, es teoría ya que el propio texto prevé una posible desviación de cuatro puntos. Mejor cortar camino y hablar entonces de 33%, de modo de pasar rápidamente al único interrogante que vale: ¿ese número es viable?
Año electoral al fin, el dólar oficial debería crecer nominalmente 25%, de modo de atrasarse solo un poco frente a la trayectoria imaginada de los precios, apuntalando el consumo y el humor social. Los salarios, en tanto, deberían superar en un par de puntos la inflación real, mientras que el resto del aire para el crecimiento de la masa salarial debería llegar por el lado de los puestos de trabajo perdidos en la pandemia que se recuperen.
El ministro no quiere las paritarias cortas de las que hablan sindicalistas que creen más en las proyecciones de inflación del mercado financiero, que van del 45 al 50%, que en las del Presupuesto. Sin embargo, algo de eso ocurrirá, ya que el techo de cristal –que no se ve, pero puede lastimar la cabeza– oscilará en el 33% para los gremios con mayor poder de fuego y en el 30% para el resto. Si los precios amagan con desbordar esos números antes de las elecciones, ¿es pensable que el Gobierno rechace una reapertura de las negociaciones?
Si bien la tarea es exigente, Guzmán tiene algo a favor: un diagnóstico realista sobre el veneno de la inflación. Allí donde fallan una y otra vez los liberales, que la consideran solo un producto del déficit fiscal y la emisión monetaria que lo financia, aquel acepta ese argumento, pero lo complementa con otros factores. Los precios suben también por costos –tarifas, impuestos y, aunque jamás lo dirá en voz alta, salarios– y, fundamentalmente, por movimientos bruscos del tipo de cambio o por la expectativa de que se produzcan.
En su visión, todos esos frentes deben ser atacados a la vez. El equilibrio de las cuentas públicas es un objetivo fuerte, aunque llegará de a poco, limitado como está por la política y los rezagos sociales. De la mano de eso, la emisión de pesos debe ir frenando. Como el cepo llegó para quedarse, el tipo de cambio no se le irá de las manos, asegura. La cuestión de los costos es la más áspera en la relación con los empresarios: las tarifas –y los subsidios que imponen– se normalizarán de a poco y sin el vía libre que la angurria de los prestadores tuvo en la era macrista; los salarios crecerán más que los precios, pero no habrá jubileo; los impuestos… bueno, paciencia con eso.
Por si la exigencia fuera poca, el ministro tendrá que esforzarse para contener a las cuatro patas del Frente de Todos: el Presidente y su necesidad de resultados; Cristina y su vocación por repasar, cada tanto, las líneas de cal de la cancha; el titular de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, a quien ayudó en su iniciativa de mayor impacto –la reducción del impuesto a las Ganancias para los trabajadores mejor remunerados–, y los gobernadores, a quienes debió tranquilizar con el argumento de que la merma de esos recursos coparticipables será más que compensada por la supresión de la rebaja para las empresas que se había prometido en tiempos de Mauricio Macri.
El diálogo social es una práctica con historia en la Argentina, pero esta siempre ha mostrado resultados pobres y de muy corto plazo. Sin embargo, acaso el país no tenga otro remedio que recorrer ese camino, mixtura de política y economía, por intransitable que parezca.
No hay nada que hacer: esta tierra es feraz en paradojas.
Por Marcelo Falak