Entre tantos otros, uno de los principales cruces entre Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, refirió a como idear el sistema educativo.
A mediados del Siglo XIX, en las ya famosas “Cartas Quillotanas” y “Las Ciento y Una”, se refleja este debate rico en chicanas, dimes y diretes, pero profundamente vigente hasta el día de hoy. Si quisiéramos darle el gusto a la brevedad que anima a una nota de este tipo, deberíamos resumir aquél profundo intercambio epistolar en dos posiciones: una, la de Sarmiento, en la cual el objetivo del naciente sistema educativo debería estar orientado a la formación del ciudadano, en los parámetros que por tal se comprendía en las postrimerías de la ilustración, y la otra, la del autor de “Las Bases”, que no renegaba del objetivo sarmientino, pero que mayor hincapié hacía en la necesidad de que este sistema estuviese en íntima consonancia con el mundo del trabajo y el desarrollo productivo de la Nación.
Más de un siglo después, se vuelve evidente que la preocupación de Alberdi no resultó baladí. La escisión de nuestro sistema educativo y el ámbito de la producción es marcada. Y, sin embargo, lo que en Argentina ya podría decirse que constituye una tragedia que genera atraso tecnológico, casi nula movilidad social y desempleo estructural (aquél que no depende tanto de los ciclos económicos, sino de las competencias adquiridas por los recursos humanos disponibles), en el resto del mundo también parece haberse convertido en motivo de preocupación, cuando menos.
A lo largo y ancho del globo, comenzó a notarse desde hace ya algún tiempo, que el paso por el mundo universitario no significaba la adquisición de las competencias necesarias que luego los diferentes rubros de la economía demandaban. Se naturalizó así, por un lado, que tras casi 20 años de instrucción formal (incluyendo primaria y escuela media), un individuo terminaba sus estudios superiores sin tener garantía alguna de estar preparado para desarrollarse eficientemente en la competitiva economía actual y, por el otro, que este mismo educando debería luego compensar esas carencias invirtiendo más tiempo y dinero en actualizaciones, posgrados específicos y cursos, incluyendo aquellos que los propios oferentes de empleo se ven obligados a brindar.
Dicen los que se dedican al estudio del mismo, que “el Mercado”, este proceso masivo de coordinación de expectativas, se suele adelantar a los procesos sociales incluso más que los propios intelectuales o pensadores. En tal sentido, el pasado 11 de marzo, la multiplataforma Google lanzó un plan a escala global orientado a la certificación de competencias laborales. Este hecho que pasó para muchos desapercibido, se podría llegar a constituir en el mediano plazo, en un acontecimiento absolutamente amenazante para el sistema formal de educación en general y para el universitario en particular.
Asiento la razón de esta afirmación en varias consideraciones. Por un lado, las universidades han olvidado en muchos casos que una de las razones principales por las cuales los alumnos invierten tiempo y dinero en ellas, es para insertarse luego de mejor manera en el Mercado laboral. Pero si el propio Mercado ha comenzado a considerar que ese paso no solo no es suficiente, sino que siquiera es necesario, gran parte de la razón de ser de este nivel educativo podría desaparecer o modificarse radicalmente, como ha sucedido con infinidad de procesos y tecnologías en el pasado.
A su vez, esta segunda afirmación adquiere razonabilidad, si consideramos que justamente el programa lanzado por Google no contiene entre sus requisitos el haber alcanzado el nivel de estudio universitario para poder adquirir estas competencias. Si a lo anterior sumamos el enorme abaratamiento de costos que este tipo de iniciativas tienen para el alumno, en conjunto con su infinitamente mayor capacidad de adaptación a los cambios tecnológicos y culturales, bis a bis la burocrática naturaleza de los claustros universitarios y su tendencia de hierro al sostenimiento de programas que se vuelven vetustos cada día más rápido, la amenaza de esta iniciativa para el statu quo universitario es aún más claro. Sobre todo, considerando que cada día más, millones de personas intentan incorporarse al Mercado laboral sin tener a priori los recursos necesarios para adquirir ese aspiracional histórico que significaron los títulos de tercer nivel.
Así mismo, iniciativas como las que describía anteriormente, facilitan la incorporación de este sector desfavorecido de la economía, mediante su asimilación rápida y efectiva, incluso en rubros como el tecnológico en el cual los ingresos medios son bastante superiores a los que se podría esperar de un recién iniciado. Todo lo cual, naturalmente, facilitaría un fenómeno de movilidad social a escala global sin parangón.
Desde ya, para nuestra concepción latina, lo ocurrido este 11 de marzo puede no significar mucho. Nuestra idiosincrasia considera que el factor principal de validación de nuestros títulos no es el Mercado sino el Estado, en sus distintas instancias formales constituidas a tal efecto. Esta concepción, a su vez, ha facilitado la incorporación de múltiples rigidices que han redundado luego en carreras cada día más largas y distanciadas del mundo laboral, como tal vez previó Alberdi casi un siglo atrás.
No debiera sorprendernos entonces que esta ola de innovación nos tome desprevenidos como nos ha ocurrido tantas otras veces, producto de nuestros dogmatismos culturales y nuestra falta de visión sobre el derrotero inevitable que el mundo ha elegido.
Por Mauricio Vázquez