—¿Quién es?
—Soy yo.
—¿Qué vienes a buscar?
—A ti.
—Ya es tarde.
—¿Por qué?
—Porque ahora soy yo la que quiere estar sin ti.
“Olvídame y pega la vuelta”, canción del dúo Pimpinela
Lo bueno de la televisión es que uno tiene el control. Si no te gusta lo que estás viendo, cambias de canal o apagas el aparato. Todo con una mano, y a tu libre albedrío.
Pero fuera de tu habitación, la cosa es diferente. Quienes manejan el control son los que mandan. Son ellos los que te dicen lo que debes hacer, oír, ver, sentir, vivir. Y tú, simple mortal, no tienes posibilidad alguna de cancelarlo, porque ellos tienen el control.
Cuando pagas el boleto del colectivo o cargas nafta a tu vehículo, cuando compras en el supermercado o en el quiosco de tu barrio, cuando concurres al cajero automático a sacarle tus últimos pesos, cuando financias con tarjeta de crédito la adquisición en cuotas de alimentos, sabes perfectamente que estás en la zona de control de ellos, de los que manejan tu vida con sus decisiones y sus indecisiones.
Probablemente eres de aquellos que encuentran siempre el lado bueno a las cosas, piensas que si no solucionan los dramas diarios que te afectan no es por su responsabilidad de gobernantes sino por la de los empresarios avaros, los países imperialistas, los sectores concentrados. Es lo que te quieren hacer creer.
Pero la bondad nunca puede nacer de la ingenuidad, de mirar la vida a través del cristal de los relatos color de rosa, porque eso es torpeza, ignorancia dolosa, razonamiento falaz. El ciudadano común no puede darse el lujo de ser ingenuo.
Cierto que es difícil gobernar. Muy cierto. Pero muchas veces nos preguntamos si los que gobiernan están atentos exclusivamente a los problemas de gobierno o distraen su atención en otras cuestiones que constituyen el lado oscuro de la política.
Pareciera que esta administración está más dedicada a lo último. A pesar de los gravísimos problemas económicos, sociales e institucionales, gasta gran parte de sus energías en disputas de conventillo, o mejor deberíamos decir, de alcoba, que lo convierten en un “gobierno Pimpinela”, donde las cuestiones parecen pasar por lo hormonal más que por lo sustancial.
Cristina, como en la canción de los Pimpinela, ya no quiere estar con Alberto, se siente engañada por su compañero de fórmula.
Cuando todavía falta más de un año para las Paso, y un año y medio para la finalización de la interminable gestión albertiana, el mismo Gobierno se encarga de demostrar una y otra vez que el tiempo es un concepto psicológico y no físico. Como dijera Shakespeare: “El tiempo es muy lento para los que esperan, muy largo para los que sufren”.
Es que esta gestión bifronte está más para las tablas que para los estrados. Convierten las cuestiones institucionales en disputas de poder que, parodiadas por sus protagonistas, se parecen al escenario patético de la mediocre comedia.
En estos tiempos, nuestro país es un país de ficción, pero de la peor. No tiene la sustancia de un drama shakespeariano, de una ópera de Verdi, de una novela de Víctor Hugo. Es, más bien, un novelón de la tarde común y silvestre, cuyo argumento va siendo escrito día a día con la improvisación de un guionista vulgar.
Todo el destino de un país se juega a suerte y verdad en la relación hormonal de los artistas. Por un lado, un actor de poca monta, acostumbrado a tener tres líneas en una obra, al que le dieron el papel protagónico que solo logró ponerlo en evidencia. Le quedó muy grande, sirve solo para los “bolos” de segunda.
La coprotagonista es una actriz melodramática consumada. Pero no es esta su mejor actuación, no parece sentarle la interlocución con quien eligió por su mediocridad.
Supo tener mejores interpretaciones. Por ejemplo la de “abogada exitosa” que representó en Harvard, a pesar de sus dificultades para explicarle a los alumnos de Harvard la manera en que se hizo multimillonaria a partir de los sillones del poder.
También supo interpretar papeles históricos. Se sintió “arquitecta egipcia” al inaugurar el Polo Audiovisual en la Isla de Marchi, recordando a Imhotep, el arquitecto que diseñó la pirámide escalonada de Saqqara. Se percibió “faraona” cuando inauguró en Ushuaia el gasoducto que atraviesa el estrecho de Magallanes, al recordar al faraón Keops que mandó a construir la gran pirámide de Giza.
Pero sus sueños son solo eso, sueños, al decir de Calderón de la Barca. Ni lo suyo es producto de su trabajo como abogada, ni estuvo cerca del Egipto de los faraones. Está aquí y ahora, y en la parodia nacional que interpretan con Alberto.
Aunque hay que reconocer que esa “salsa criolla” de Alberto y Cristina tiene clase mundial, no se filma en un set televisivo o en un estudio de cine; lo hacen desde distintos escenarios, ya sea iniciando el diálogo en Resistencia (Chaco) y respondiendo desde Madrid o Berlín.
Eligió el territorio del Coqui Capitanich para tirarle la enésima andanada a Alberto, en oportunidad de recibir de la Universidad Nacional del Chaco Austral el título “honoris causa”. En su “clase magistral”, si así puede llamarse a su vulgar parrafada política, ninguneó nuevamente al presidente, destacando su generosidad al escoger candidato a quien no tiene ningún voto y “permitirle” (sí, per-mi-tir-le) elegir su gabinete.
Aprovechó, además, para repetir su teoría de que la expansión de la base monetaria no genera inflación y que los ajustes del FMI traerán una segura derrota electoral en 2023.
Alberto, dejando sus últimos jirones de dignidad, se fue al exterior para responder con menguada fortaleza. Cristina “tiene una mirada parcial” fue lo más contundente que se le escuchó, aunque, más por temor al “síndrome del café frío” o del “pato cojo” que por convencimiento, se animó a decir que iría por la reelección.
Lo cierto es que, entre planteos de Cristina y respuestas “ni ni” de Alberto, el tiempo va transcurriendo, la situación deteriorando y nosotros, los ciudadanos, asistiendo, absortos, a una obra teatral de pésima calidad, cuyo final, más que intuirse, se conoce.
No le resultará esta vez al peronismo su estrategia de siempre, ser a la vez oficialismo y oposición. Ya no tiene margen, Cristina ni siquiera alcanzará a salvar la ropa de su menguado capital electoral bonaerense, porque las próximas medidas de quita de los subsidios e incrementos de tarifas impactarán de pleno en la santa bárbara de su estructura.
Mientras asistimos a esta disputa de alcoba (gubernamental), los problemas se acrecientan en proporción geométrica, y las esquirlas de un presumido final explosivo de la comedia alcanzarán no solo a los plateístas, también a los del gallinero.
Hay una protagonista excluyente, tóxica, egocéntrica y megalómana. Mientras no se baje del escenario, no saldremos de esta patética comedia de enredos, que finalmente nos está llevando puestos a todos.
Por Jorge Eduardo Simonetti