Los valores que se pregonan hacia adentro no parecen tener valor en la calle. Pero no se trata sólo del deporte. Alfredo Fernández analiza las otras variables: la clase, el dinero, el alcohol y la responsabilidad de un Estado que, hasta ahora, parece ausente
Fernando Báez Sosa ya no está. Miro sus fotos de familia y comprendo que para sus seres queridos es una pesadilla increíble su ausencia. Ahora que los rugbiers están detenidos, que miles de personas insisten en seguir mirando el video, que la justicia se pone en marcha para juzgar a los responsables, leo, escucho, consulto y pienso, con la certeza de que no hay ni un segundo más de vida para Fernando después de los golpes brutales que le causaron la muerte.
Algunas personas expresan su indignación señalando que si se pide bala para los pibes chorros, no hay por qué tener una actitud diferente con quienes mataron a Fernando.
El odio y las balas no solucionan ninguno de los dos problemas. La justicia penal llevará adelante las actuaciones por el homicidio de Fernando, pero el proceso y las previsibles condenas no repararán nada ni abrirán camino alguno para seguir adelante luego de lo sucedido.
Hay quienes señalan que el rugby es sólo un deporte, rescatan sus valores y creen que lo sucedido lo excede, pues expresa la violencia que vive nuestra sociedad. Pero al mismo tiempo, nos encontramos con testimonios de personas que conocen su cultura, sus códigos, sus prácticas, y relatan situaciones que nos muestran que el problema es más grave que diez chicos ocasionalmente violentos y alcoholizados.
El rugby es sólo un deporte, pero hay cuestiones que hacen a su identidad y su cultura claramente relacionadas con lo sucedido.
Deporte de clase y de varones.
Desde IJóvenes investigamos qué sucede con las vidas de adolescentes y jóvenes de clase media alta y lo expusimos en nuestro libro ATR. Allí pudimos ver que el rugby es uno de sus deportes preferidos, por ellos y sus mayores, pues expresa identidad de clase.
Podemos identificar en el rugby dos cuestiones fundamentales: lo practican preferentemente jóvenes de clase media alta y existe un predominio abrumador de varones.
Aún cuando existen iniciativas que comienzan a proyectarlo hacia los barrios y a las cárceles, los clubes de rugby siguen siendo en su gran mayoría un espacio de clase media alta. Y aún cuando algunas mujeres han comenzado a practicarlo y muchas de ellas lo hacen con actitud crítica de sus códigos y su cultura, 95% de quienes juegan rugby son varones.
Tercer tiempo y alcohol.
Desde las primeras a las últimas divisiones existe la tradición del “tercer tiempo”: el momento al final de los partidos destinado a que los rivales coman juntos, tomen algo y compartan un espacio más allá del enfrentamiento en la cancha, buscando fortalecer el espíritu de “fraternidad”.
“Los que tienen dieciocho o diecinueve y empiezan a jugar con las ligas mayores tienen acceso a alcohol, porque se da que en el tercer tiempo hay marcas como Quilmes o Branca que patrocinan y regalan bebidas. Hay una tensión entre el club y esta situación, ya que a veces terminan pasados de alcohol”. El testimonio de Gabriel consignado en ATR coincide con el de Cristian, quien vive el rugby como entrenador de adolescentes, sufre lo sucedido y reconoce que la presencia del alcohol es una cuestión conflictiva que no se limita a los mayores y es una “marca aspiracional” para los rugbiers de 14, 15, 16 o 17.
“En el rugby todos tomamos alcohol. No hay ninguno que salga y no tome. Con marihuana u otras drogas, conozco a algunos que consumen, pero mucho menos que el alcohol. El punto de vista del rugby es muy distinto al del colegio. En el colegio hay muchos chicos que consumen drogas, en cambio en el rugby está mal visto, no podés fumar marihuana ni cigarrillos. Y drogas sintéticas menos, porque no rendís”, reconocía Mateo con sólo 17 años.
Entre sus compañeros el alcohol está mucho más aceptado, incluso si al día siguiente hay partido. “Una noche, que al otro día tenía que jugar, no tomé y la pasé peor. Porque ves que están todos re felices y vos sobrio. Si todos hubiésemos estado sobrios por ahí no habría sentido tanta diferencia. A mí me da relax, no estoy tan pendiente de mis preocupaciones”.
Violencia, autocontrol y manada.
“Una sola vez en mi vida tuve miedo de morir. Ocurrió a los 16 años, en Miramar. Estábamos con dos amigos en un boliche cuando un equipo de Rugby de Tucumán se propuso a los gritos: “Vamos a matar a los porteños”.
El episodio marcó para toda la vida al periodista Adrián Murano, que lo relata con detalles en un hilo de twitter.
“Las patadas me fisuraron una costilla. A uno de mis amigos le fue peor: casi pierde un ojo. La manada cesó de golpear al sonido de una sirena. Apenas abrí los ojos vi el cañón de una 9 mm que me apuntaba, con un policía detrás. Mis amigos y yo fuimos demorados por desmanes en la vía pública. Adoloridos y en shock intentamos explicar que no habíamos iniciado ni participado de ninguna pelea, que habíamos sido atacados por ser porteños. Entre carcajadas, un suboficial nos mandó a callar a un calabozo”.
“Pelea fue el término que usó el policía para concluir que no debía hacer nada con los agresores, miembros de un club de Rugby de la alta sociedad tucumana. ¿Cuántos episodios idénticos alfombraron durante 30 años el crimen de Villa Gesell?”.
Distintos testimonios hacen eje en el control de la violencia como una de las claves de la cultura del rugby que necesita ser fortalecida. Pero la lógica de conformación del grupo y sus mecanismos de solidaridad son exclusivamente internos y no tienen correlato en su relación con el resto de la sociedad. Si el énfasis en el control es uno de los ejes, resulta de suyo que el descontrol sea la válvula de escape.
Somos mejores porque tenemos más dinero.
En gran parte de los clubes hay un eje muy fuerte en la cuestión socioeconómica. La cuestión de clase se cruza con la exacerbación de la unión grupal como fortaleza para enfrentar a todo lo que pueda resultar amenazante.
Es nosotros contra el resto. Suelen proclamarse mejores desde la reivindicación de los valores propios del rugby, pero la realidad que casi nunca verbalizan es “somos mejores porque tenemos más dinero”, señala el ex árbitro de rugby Alejandro Cánepa.
La lógica de gueto comienza a percibirse desde la escuela. “Yo trato de llevarme bien con todos, pero entre los que se dedican a hacer mucho deporte y los que no se da una división. Si sos rugbier vas en grupo para todos lados, adentro y afuera de la escuela. Y las chicas populares, si salen con un rugbier, se sienten más populares”, señala Martín, estudiante de una escuela de City Bell.
Esa violencia no sólo se expresa en el enfrentamiento callejero sino también hacia el interior del deporte, en la estigmatización del más débil y en ritos iniciáticos que según algunos testimonios, incluyen humillaciones, golpes y violaciones.
El culto al cuerpo y el ejercicio de la violencia constituyen un narcisismo desde el que se busca llamar la atención de las mujeres. Pero el macho no se detendrá ahí, como lo demuestran distintos casos de violencia de género al interior de clubes de rugby que han tomado estado público a partir de las denuncias de sus víctimas.
En el caso del Club Universitario, las denuncias de mujeres por las fotos privadas viralizadas y las reacciones contra ellas, motivaron que la ex novia de uno de los rugbiers denunciara la violencia física y las amenazas a las que era sometida por su pareja. Que las mujeres se hayan animado a denunciar y que ese club cuente con una Comisión de Género que intervino y convocó a “acompañar los necesarios procesos de reflexión”, marcan que existe más conciencia de la problemática de género, pero también que la violencia patriarcal es inocultable.
Que el rugby sea severo con la disciplina, pregone el autocontrol y aplique sanciones duras ante los incumplimientos funciona a su interior para sostener el buen comportamiento deportivo. Sin embargo, al no estar enmarcado en un proceso de concientización más amplio de respeto al prójimo, reafirma que la solidaridad y la disciplina dentro del gueto tienen como contracara una actitud desaprensiva, despectiva y violenta hacia los demás.
Tocar fondo.
Cristian es técnico de rugby y quiere que su deporte deje de ser elitista y esté cada vez más integrado al conjunto de la sociedad. Cita el ejemplo de los All Blacks, que luego de una crisis que fue de 1999 a 2004 y estuvo jalonada por distintas situaciones conflictivas, decidieron plantearse un cambio drástico que tuvo a la humildad y el espíritu crítico como dos de sus pilares fundamentales y que es reconocido como ejemplo de transformación y liderazgo.
Otro ejemplo de un momento clave del rugby como oportunidad para fortalecer el cambio es el que alumbró Nelson Mandela, cuando desoyendo los consejos de quienes le sugerían confrontar con sus protagonistas por considerarlo un reducto de racismo, percibió la gran oportunidad de respaldar al equipo nacional, desarmar las prevenciones de jugadores que eran parte de esa minoría racista y liderar a su pueblo convocándolo a acompañar a esa selección como bandera de unidad nacional.
La decepción que generó el comunicado de la UAR luego de que el asesinato de Fernando tomara estado público pone de manifiesto que esa dirigencia es parte del problema y aún no ha logrado procesar lo sucedido con un mínimo de conciencia crítica.
Sin embargo, no parece que sea un problema exclusivo del rugby y sus dirigentes. El Estado tiene la responsabilidad de promover esa transformación, de convocar a quienes protagonizan el rugby para debatir cuáles deberían ser los ejes y los objetivos de un cambio imprescindible y establecer con ellos una agenda concreta para llevarla adelante.
Desarmar la composición elitista, alumbrar una visión crítica de la lógica patriarcal y machista que ha predominado hasta el presente, promover la integración de las mujeres y establecer las medidas necesarias para terminar con la presencia institucionalizada del alcohol en la cultura del rugby deberían ser componentes fundamentales de esa agenda.
Pero sería un error creer que se trata sólo del rugby. El problema de la presencia creciente del alcohol en nuestra vida cotidiana y en especial entre adolescentes y jóvenes no se circunscribe a ese deporte. No será suficiente encarar el desafío de sacar al alcohol del tercer tiempo, si a la vez no se reconoce la creciente participación de las bebidas alcohólicas en el consumo cotidiano y el rol decisivo que para ello han tenido las campañas publicitarias sin regulación, especialmente enfocadas en el deporte y en la diversión como modo de llegada a adolescentes y jóvenes.
¿Cuánto más seguiremos postergando las iniciativas legislativas que hasta ahora no han podido aprobarse por falta de decisión política firme frente al lobby que ejercen las empresas dedicadas al negocio de las bebidas alcohólicas? ¿Seguirá siendo la diversión nocturna un negocio de temporada en el que ingresan a los lugares muchas más personas de las permitidas, incluidas menores como una de las testigos que se menciona en el caso? ¿Seguirá la seguridad siendo regulada por un grupo de patovicas violentos que deciden arbitrariamente quien entra y quien sale y sacan personas a la calle por la fuerza despreocupados de lo que pueda suceder luego?
Las grietas, los estereotipos y las estigmatizaciones no son una casualidad, sino la consecuencia de una existencia definida y organizada en torno al consumo.
¿El homicidio de Fernando Báez Sosa sólo nos conmociona como un episodio mediático más o haremos algo para no terminar como meros espectadores del narcisismo, la violencia y el desprecio por la vida ajena?
No, no hay que estigmatizar al rugby. Tampoco quedarse cruzados de brazos y dejar que la vida siga como si nada, hasta que un nuevo hecho de violencia venga a sorprendernos, indignarnos y llenarnos de impotencia.
Por: elciudadanoweb.com