Cuando Lily Teafa era una niña, sus tíos iban a pescar cada día y volvían a su casa, en Tuvalu, con una buena captura para compartirla con sus vecinos. Ahora, la mayoría de los días vuelven y dicen “sei poa”, algo así como “poca pesca”. Esta mujer de 28 años colabora con una organización liderada por jóvenes, que se dedica a proyectos relacionados con el cambio climático, como la recuperación del coral en esta diminuta nación del Pacífico. Teafa dice que las señales de que su país está desapareciendo están por todas partes: “Vayamos a donde vayamos de picnic, sobre todo en los extremos norte y sur de esta hermosa isla, siempre observamos que el mar se ha llevado un trozo de tierra”.
Se prevé que Tuvalu será uno de los primeros países, a nivel mundial, en desaparecer por completo debido al cambio climático. Las tres islas de coral y los seis atolones que componen el país suman una superficie terrestre de menos de 26 kilómetros cuadrados. Con las cuotas actuales de subida del nivel del mar, algunas estimaciones sugieren que la mitad del terreno de la capital, Funafuti, quedará inundada por las mareas dentro de tres décadas. En el año 2100, el 95% de la superficie quedará bajo agua periódicamente por mareas especialmente altas, lo que básicamente la volverá inhabitable. Esto, dentro del periodo de vida previsible de Teafa.
La cuestión de la supervivencia es urgente. Teafa dice que, especialmente para la juventud, el miedo es la emoción predominante: “Es el peor sentimiento posible, peor que tener miedo a las alturas, miedo a la oscuridad. Ahora tenemos miedo al futuro”.
Para hacer frente a esta realidad, en Tuvalu se han puesto manos a la obra para recuperar terreno mientras tratan de preservar su cultura y su historia en internet, un plan pionero que podría convertir Tuvalu en la primera nación completamente digitalizada en el metaverso.
Funafuti cubre por completo el atolón donde está situada, con una calle principal que divide longitudinalmente la isla en dos partes iguales, hasta el punto de estrecharse hasta los 20 metros de costa a costa. La mayoría de los edificios ya se agrupan lo más cerca posible del centro de la isla; casas, tiendas, iglesias y salones comunitarios están situados justo al filo de la calzada. Al pasar, se puede echar fácilmente un ojo al interior de los hogares ―sus cocinas, cómo preparan la comida en el fuego, cómo arreglan sus coches― mientras los niños juegan en los patios.
El agua está subiendo con tal rapidez, que por todas partes hay tuvaluanos que cuentan historias sobre cómo, de repente, se han encontrado de pie en medio del agua llegándoles a las rodillas, agua de mar que pasa, burbujeante, a través del terreno poroso en el centro de la isla. En las líneas costeras, saltan a la vista la erosión y grandes cantidades de desechos arrastrados por las corrientes. Restos de infraestructuras y hogares vacíos permanecen abandonados a lo largo de la orilla. Los cementerios se están borrando y los ciudadanos han recurrido a crear tumbas cerca de sus casas.
La subida del agua, alimentada por la crisis climática, también supone un riesgo extremo para el agua potable, la seguridad alimentaria y el suministro energético. Cultivos críticos para la subsistencia, como el coco y la pulaka (un tubérculo), están fracasando en un suelo con alta salinidad, y los cambios meteorológicos traen ciclones destructivos, temperaturas récord y periodos más frecuentes de sequía. Los alimentos frescos son prácticamente inexistentes, lo que hace a la población más dependiente de productos importados, que son caros y carecen de valor nutricional.
El capataz Uilla Poliata recuerda cuando iba a pescar con su padre de niño, a la caza de su propio alimento: “Esa es la única forma de sobrevivir: con alimento local. Pero ahora es muy difícil obtener comida de la tierra, las plantaciones están dañadas por el agua salada. El mar se está llevando hasta la tierra firme”.
Aproximadamente una quinta parte de la población de 12.000 ciudadanos de Tuvalu ya se ha mudado, muchos de ellos a Nueva Zelanda, con la ayuda del programa “acceso del Pacífico”, un papel que permite obtener permiso de residencia en Nueva Zelanda cada año a un máximo de 150 personas. Muchos tienen dificultades para ganarse la vida y les preocupa perder su identidad cultural.
Kelesoma Saloa lleva más de diez años viviendo en Nueva Zelanda y se siente profundamente desubicado. “Venir de una sociedad autosuficiente a una sociedad muy comercializada es muy, muy difícil”, dice. “Aquí, si no tienes dinero, no puedes sobrevivir. No es como en las islas: si no tienes dinero, tienes a tu familia, tu pequeño terreno, tu pescado”.
Saloa, antiguo oficial en la industria pesquera de Tuvalu, trabaja ahora como guía y educador en el Museo para el Recuerdo de la Guerra en Auckland: “A veces siento que he traicionado a mi gente, que abandoné a mi gente. Pero aquí tengo la oportunidad de hablar de la difícil situación de mi gente”.
Aunque Saloa migró para asegurar un futuro menos incierto a su familia, no cree que cambiar de lugar sea la solución. “Mi tercera hija ha nacido en Nueva Zelanda, así que ella no sabe nada sobre Tuvalu, se ha perdido algo así de importante", dice Saloa. "Me pone triste, ha perdido esos hermosos valores de Tuvalu con los que debería haber crecido: respeto, ayudar al prójimo, trabajar juntos… Eso aquí no existe; lo enseñan en el colegio, pero es completamente diferente”.
Australia ha ofrecido terreno para la reubicación a los tuvaluanos, pero solo a cambio de derechos marítimos y de pesca, una propuesta que ha rechazado el Gobierno de Tuvalu. Las vecinas Fiji también han ofrecido terreno, pero se enfrentan a sus propias amenazas climáticas. Al no haber una provisión para la protección y asistencia a refugiados climáticos según la Convención de Refugiados de Naciones Unidas de 1951, los tuvaluanos están buscando otras opciones.
No existe terreno más alto sobre el que reconstruir nada, pero muchos tuvaluanos no quieren abandonar su hogar ancestral. Ya hay gestiones en marcha para recuperar territorio en el marco del Proyecto de Adaptación Costera de Tuvalu. Se lanzó en 2017 con el apoyo de la fundación internacional Green Climate y en colaboración con el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas. El objetivo del proyecto, denominado L-TAP o “Te Lafiga o Tuvalu” ("el refugio de Tuvalu"), es reducir la exposición a los riesgos costeros y proporcionar al país una estrategia de adaptación a largo plazo.
La recogida y el análisis de datos sobre las elevaciones de terreno de alta calidad y sobre la profundidad del suelo marino muestran que el 46% de la zona central construida más grande de los islotes de Funafuti, Fongafale, ya está, de hecho, bajo el nivel del mar. Este dato es crucial para el desarrollo del L-TAP. Este es el panorama: 3,6 kilómetros cuadrados de terreno elevado y seguro con una reubicación gradual de los habitantes y de las infraestructuras con el paso del tiempo; un suministro sostenible de agua; mejora en la seguridad alimentaria y energética; y espacio para expandir zonas públicas y comerciales, incluidas oficinas gubernamentales, centros educativos y hospitales. El ministro de Finanzas, Desarrollo Económico y Cambio Climático de Tuvalu, Seve Paeniu, dice que el objetivo es demostrar a las entidades donantes actuales y potenciales la viabilidad de invertir en un proyecto a largo plazo.
Poliata, que trabajó como marinero antes de estudiar teología, es ahora uno de los capataces del proyecto a nivel local. “Es un gran reto, pero también me proporciona otra experiencia”, dice. “No sabía que se podía aspirar arena de la albufera para conseguir más terreno”.
Poliata cree que el terreno recuperado ayudará a la sociedad tuvaluana a ganarse la vida y proporcionar un incentivo para quedarse: “Como tuvaluanos, debemos quedarnos y proteger nuestro país, porque si salvamos Tuvalu, también estaremos salvando el mundo”.
En 2021, el ministro de Justicia, Comunicaciones y Asuntos Exteriores de Tuvalu, Simon Kofe, saltó a los titulares cuando se dirigió a la cumbre del clima COP26 mientras estaba de pie en medio de agua del mar que le llegaba hasta las rodillas. “Nos estamos hundiendo”, dijo al mundo.
Frente a su potencial extinción, Tuvalu ha planteado el proyecto Futuro Ahora, un conjunto de tres iniciativas de calado diseñadas para preservar su nacionalidad, su Gobierno y su cultura en caso de que se produzca el peor escenario posible. En primer lugar, animan a la comunidad internacional a trabajar conjuntamente para implementar soluciones contra el cambio climático, y haciendo suyos los valores de la cultura tuvalu de “olaga fakafenua” (sistemas de vida comunitaria), “kaitasi” (responsabilidad compartida) y “fale pili” (ser un buen vecino). Además, quiere garantizar la categoría de Estado de Tuvalu y sus fronteras marítimas de acuerdo con el derecho internacional en caso de que su tierra deje de existir. En tercer lugar, pretende desarrollar una nación digital.
Un aspecto del proceso de digitalización incluye la transferencia a la nube del acceso a servicios gubernamentales y consulares, y todos los sistemas administrativos que esto conlleva. Esto permitiría seguir con la convocatoria de elecciones, y las entidades gubernamentales podrían seguir ejerciendo su función.
“Si tenemos un gobierno desplazado o una población dispersa por el planeta, tendremos un marco de trabajo en marcha para asegurarnos de que podemos seguir coordinándonos, dando nuestros servicios, gestionando nuestros recursos naturales en nuestras aguas y todos nuestros activos soberanos”, dice Kofe.
El discurso de Kofe durante la COP27 el año pasado se grabó ante una copia virtual de Te Afualiku, la primera isla de Tuvalu recreada digitalmente a partir de imágenes por satélite, fotos y grabaciones con dron capaces de reflejar granos de la arena de la playa y la dirección de las corrientes de agua en el océano. Te Afualiku representa el plan de acción para la digitalización de las islas de Tuvalu y su geografía, los atolones de coral y los arrecifes, la albufera, el suelo poroso de arena, las palmeras y lo que queda de pandanos, árboles del pan y malangas; un paisaje que puede dejar de existir en el mundo real.
Singapur, que también se encuentra en situación vulnerable ante la amenaza de la subida del nivel del mar, ya ha creado su gemelo digital, que proporciona información sobre decisiones en torno a la planificación urbanística y el desarrollo para prepararse de cara a un desastre natural potencial.
Sin embargo, Tuvalu va un paso más allá. Ante la perspectiva de perder su identidad cultural, el Gobierno estudia cómo emplear la realidad aumentada y virtual para permitir que las generaciones desplazadas y futuras de tuvaluanos sigan existiendo como cultura y como nación, una nación completa, con su sabiduría ancestral y su sistema de valores. Si este concepto se hace realidad, la gente de Tuvalu podrá interactuar en una dimensión digital, imitando la vida real y ayudando a preservar un idioma y unas costumbres comunes.
“Tenemos una conexión tan fuerte con nuestra tierra y nuestros océanos… Nuestros ancestros están enterrados aquí, así que también tenemos una conexión espiritual”, dice Kofe al Guardian. “Queremos ser capaces de preservar nuestra cultura tal cual es a día de hoy”.
Nadie ha demostrado hasta ahora que las naciones-Estado puedan ser transferidas con éxito al mundo virtual de esta manera -los retos técnicos, sociales y políticos son inmensos- y Kofe subraya que el Gobierno se encuentra, todavía, dando los primeros pasos. Añade que varias empresas del metaverso se pusieron en contacto con Tuvalu tras su discurso ante la COP27 y cita un próximo viaje a Corea para avanzar con el proyecto.
Al igual que la mayoría de las naciones insulares del Pacífico, Tuvalu es un país cristiano practicante. Todos los días a las 18:45 h el tráfico y los viandantes deben pararse y hacer una pausa hasta las 19:00 h para respetar el tiempo establecido a nivel nacional para la oración. Se cantan canciones religiosas en espiritual armonía y grupos parroquiales se reúnen en centros cívicos a modo de celebración y para bailar.
La faitele es un baile tradicional al ritmo de golpes sobre una lata de galletas ya vacía; los percusionistas golpean con sus manos un tambor de madera común, haciendo que los golpes sean cada vez más rápidos hasta que los bailarines ya no pueden seguir el ritmo y el grupo explota de risa. Las mujeres mayores explican a los jóvenes el protocolo del saludo a los ancianos en el fale kaupule, la tradicional sala de reuniones.
Esto es lo que Tuvalu quiere captar y preservar: historias y experiencias en su contexto cultural, social e histórico, al igual que su evolución a través del tiempo. En cuanto a la diáspora, una nación digital podría proporcionar de todo, desde ceremonias nupciales tradicionales hasta el idioma, que las generaciones sucesivas ya están comenzando a perder.
A Saloa le entusiasma la idea de un gemelo digital, reflejo de la nostalgia que siente. “Parece de locos, pero creo que es una idea estupenda”, dice. “Tuvalu está en el cruce entre Polinesia, Micronesia y Melanesia, y hemos aprendido mucho los unos de los otros: todos somos hermanas y hermanos. La forma en la que nos asentamos y sobrevivimos en esas islas durante 2.000 años, cómo cultivamos la tierra y sobrevivimos a sequías, y hambrunas, y enfermedades, cómo cambió nuestra cultura con la llegada de los palangi (caucásicos), cómo los sacerdotes samoanos influyeron en nuestra lengua… Y el mar. El mar siempre ha sido nuestra manera de vivir, pero ahora se ha convertido en una amenaza… Así que, ¿qué podemos hacer? ¡Crear este espacio!”
Teafa está de acuerdo con que Tuvalu deba explorar un posible futuro digital, pero dice que algunas cosas se deberían seguir aprendiendo de primera mano: “Personalmente, no quiero aprender mi cultura a través de la tecnología, a través del metaverso; quiero aprenderla físicamente, en la tierra donde crecí, con la gente con la que crecí, con el idioma que hablo cada día”.
A otros les preocupa quién sería el dueño y controlaría sus datos.
Kofe explica que el proyecto Futuro Ahora es un plan B, pero insiste en que el plan A es hacer todo lo que esté en su mano para salvar la isla tanto tiempo como sea posible. “Estamos en primera fila del cambio climático; aun así, contribuimos de forma negligente al cambio climático a través de nuestras emisiones. Por eso, la responsabilidad debería recaer directamente sobre los países con mayores emisiones, para actuar de verdad de forma proactiva y ambiciosa”, dice el ministro Paeniu.
Por ahora, el reverendo Fitilau Puapua, presidente de la Iglesia Cristiana de Tuvalu, repite la importancia de mantener la cultura, los valores y la religión pase lo que pase: “Eso es lo que estamos tratando de enseñar a nuestra gente, preparándola para afrontar lo impredecible, un mundo muy distinto a aquel en el que han vivido toda su vida”.
O como dice Saloa: “La gente se está guardando sus conocimientos para sus propias familias, pero es hora de mostrárselos al mundo. Porque pronto nadie te recordará como tuvaluano”.