Ambos murieron con apenas un año de diferencia. Recordar la amistad entre dos de nuestros pilares de la emancipación es una forma de reconocerlos como hombres, no sólo con un objetivo común, sino también por su afinidad y camaradería en tiempos de guerra.
Ambos murieron con apenas un año de diferencia. Recordar la amistad entre dos de nuestros pilares de la emancipación es una forma de reconocerlos como hombres, no sólo con un objetivo común, sino también por su afinidad y camaradería en tiempos de guerra.
“Cuando digo amigo, lo soy y lo seré siempre, como lo soy de Ud; sin embargo de que me han querido persuadir de lo contrario”.
Así se expresaba el General Manuel Belgrano, desde Tucumán el 10 de noviembre de 1816, a escasos 4 meses de haberse declarado la Independencia; quien recibía esta muestra de amistad, era nada más y nada menos que su comandante de vanguardia y gobernador en Salta y Jujuy, el General Martín Miguel de Güemes.
Con frecuencia son soslayadas las relaciones personales de nuestros próceres, su amistad, sus visiones comunes de proyectos de país; como si hubieran actuado por separado. Sin embargo, interactuaron no sólo en cuestiones de la lucha militar sino también en cosas cotidianas, más allá del bronce.
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Si bien ambos coincidieron en las invasiones británicas de 1806/07 no consta que se hayan tratado, al menos más allá de lo formal.
En 1812, cuando Belgrano se hizo cargo del Ejército Auxiliar del Alto Perú recibió informes negativos sobre la conducta privada y poco reservada del salteño -pues tenía amoríos con la esposa de un oficial- algo que resultaba un escándalo para las filas patriotas, por la alta graduación del marido de dicha señora. Por lo que la primera impresión sobre el salteño no fue buena para Belgrano.
La solución: enviar a Güemes a Buenos Aires a acantonarse allí hasta nuevo aviso.
En 1814, volvieron a encontrarse brevemente en Tucumán, Belgrano fue relevado como jefe del Ejército por San Martín; y Güemes, se sumó a los pocos días regresando de Buenos Aires. Posiblemente el Gran Capitán haya mediado entre los dos hombres para que limaran asperezas y no guardaran rencores.
Con Güemes a cargo de la lucha en la frontera por encargo de San Martín y con Belgrano en misión diplomática a Inglaterra, pasó el año 1815. Luego de la declaración de la Independencia y el posterior nombramiento de Belgrano como Comandante en Jefe del Ejército del Alto Perú, comenzó una relación profesional y personal de las que dan testimonio más de 300 cartas intercambiadas.
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De a poco se cimentó una fuerte amistad entre estos dos hombres fuertes de la Patria. En la correspondencia se nota como fueron mutuamente entrando en confianza, a pesar de los enemigos de la unión, que por conveniencia propia intentaban enemistarlos, llevando y trayendo chismes y falsas noticias para mellar la relación.
Conscientes de ello, fortalecieron el vínculo, sabiendo que no sólo debían luchar con los enemigos externos sino también con los internos. Algo a lo que ambos se acostumbraron con el correr de los meses, y hasta se reían de ello.
No sólo hablaban de la campaña militar, de objetivos y miras, sino de política interna, del Cruce de los Andes, del papel que les tocaba desempeñar administrando la escasez de recursos, caballadas y hombres; sino de cosas personales que son en las que quiero centrarme en esta nota. Allí ya no eran generales sino dos amigos. Pasemos a ver algunos temas a modo de ejemplos de lo que digo:
Las cuestiones médicas: la dura vida en campaña aquejaba la salud de Güemes que sufrió a fines de 1816 un ataque de apoplejía; informado Belgrano le pide a su amigo que “es preciso que tome precauciones grandes para que no vuelva a retocarle: dieta moderada y de cuando en cuando un purgantito suave y seguir un método de buen vivir”.
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Es precisamente don Martín quien ofrece a Manuel a su médico personal Redhead para atenderlo de una afección ocular y quien oficia además de correo personal entre ambos, estrechando aún más el vínculo.
Pepe Güemes: Siempre en las cartas de Belgrano que se conservan, hay espacio para párrafos amistosos de atención personal para con el salteño, incluso Güemes envía a Tucumán a su hermano menor Pepe para que se instruya en el arte militar, supervisado por el creador de la bandera. Sobre este punto contaba: “Pepe está muy decidido a aprender en la Academia de Matemáticas y ya le he señalado maestros para lo que es la táctica de Caballería. Creo que ha de salir un buen oficial, según los deseos que me manifiesta”. Meses más tarde escribía: “El Cadete es un diablito de primera: lo que le gusta es el caballo, y esto me servirá para hacerlo aplicar, concediéndoselo, o privándoselo”. Y en otra oportunidad: “A Pepe lo he puesto en su regimiento para que me lo sujeten y aprenda, se me iba echando a perder; tercera vez lo he vestido completamente porque todo se lo robaban; lo he de sacar un hombre o poco he de poder”. Se ve que el muchachito tenía lo suyo…
El vestuario: la elegancia en el vestir del salteño pasaba en 1817 por un momento de crisis; informado Belgrano le escribía: “Me dicen que está Ud desnudo: envíeme sus medidas, que no falta crédito para enviarle ropa y algo más que quiera. Trampa adelante, que pagaremos cuando se pueda.”
También le pedía las medidas de sus botas para confeccionarlas o bien encargarlas a Buenos Aires “adonde me dicen las han traído muy buenas los franceses”. Incluso le adjuntaba un diseño “a fin de que vea Ud en qué lugares se toma y se señalen las pulgadas que hay de ancho y de largo”.
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En la misma misiva Belgrano reconoce la actuación de Güemes con estas palabras “estoy convencido de su mérito, de sus servicios y de que ha sido la muralla de todas estas Provincias” elevando el pedido de ascenso al Director Supremo que fue otorgado.
En junio de 1817 ambos se entrevistaron personalmente en el río Pasaje en Salta, Belgrano contaba así a su regreso su parecer: “Compañero y amigo muy querido: mi viaje fue feliz, aun viniendo con coche en pedazos, todo lo componía la satisfacción que me asistía y asiste de haber hablado y tratado con Ud afirmándome en el concepto que ya tenía de que sus miras por el bien general son conformes a las mías”.
Esta unidad de miras, al decir del historiador Juan Marcelo Calabria era “tan necesaria para sortear las adversidades, traiciones y sinsabores de la causa en que se hallaban empeñados”.
Sin embargo, a pesar de todo, fueron sinceros amigos y compartieron alegrías como el nacimiento del “nuevo Martincito” por el que Belgrano daba “mil veces enhorabuena, a mi amigo y compañero querido”. Felicito a Ud, a la Señora Da Carmencita y a ambas familias… por haber dado un hombrecito a la Patria que herede las virtudes de sus padre y el amor de tan digna madre.”
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Así con estas pequeñas muestras de afecto mostramos a nuestros próceres más allá del bronce, hombres con todas las letras que nos dejaron su ejemplo de lealtad y patriotismo. Vale el recuerdo también en estas facetas.