El populismo no es lo mismo que el nacionalismo. Ni siquiera habría que aclararlo: un “ismo” no es igual a otro. Si lo fueran, no requeriríamos dos palabras diferentes para describir el mismo, exacto fenómeno. Pero un vistazo al modo en que se emplea en la actualidad el término “populismo” nos indica que quizá ese hecho no sea tan obvio: los títulos periodísticos confundieron una y otra vez populismo y nacionalismo al interpretar el éxito de figuras como Donald Trump, Rodrigo Duterte, Recep Tayyip Erdo an o Narendra Modi. Esto también se aplica a la bibliografía académica: numerosos trabajos conceptuales y empíricos han mostrado dificultades para discernir dónde termina el populismo y dónde empieza el nacionalismo (...).
Si bien es cierto que el nacionalismo y el populismo a menudo hacen buena pareja –casi todos los casos destacados de populismo que forman parte del paisaje político contemporáneo combinan alguna forma de nacionalismo–, existen razones de peso para mantenerlos separados desde un punto de vista analítico. El populismo no necesita al nacionalismo para funcionar de manera correcta y el nacionalismo puede operar con eficacia sin la ayuda del populismo. Más aún, el vínculo entre populismo y nacionalismo “es un constructo inestable, una articulación contingente, determinada históricamente” (Stavrakakis, 2005) antes que algún tipo de asociación automática. Dada esa situación, exploraremos tanto las diferencias como los vínculos entre populismo y nacionalismo.
Recurriendo tanto al trabajo discursivo teórico de De Cleen y Stavrakakis como al enfoque ideacional de Mudde se muestra que, si bien el populismo y el nacionalismo emplean el significante “el pueblo”, ambos adoptan lógicas diferentes, postulan caracterizaciones distintas y, en última instancia, tienen en la mira a enemigos diferentes. A partir de allí, también se examina el modo en que los populistas situados en diferentes extremos del espectro ideológico se vinculan con el nacionalismo, y se argumenta que los populistas de izquierda tienden a operar con una forma cívica de nacionalismo mientras los populistas de derecha tienden a adoptar una forma étnica, o lo que podría entenderse mejor como “nativismo”. Por último, para ejemplificar las distinciones entre populismo y nacionalismo, se dirige la mirada a los casos de populismo que caen fuera
El término “populismo” suele prevalecer y acaba por absorber la noción de nacionalismo.
del ámbito de lo nacional (y a veces de lo nacionalista), y se examina el modo en que el populismo puede operar en un nivel subestatal (municipal, provincial o regional) o trascender las fronteras nacionales (populismo internacional o transnacional).
SIMILITUDES Y DIFERENCIAS ENTRE POPULISMO Y NACIONALISMO. Empecemos con una pregunta básica: ¿por qué suelen mixturarse el populismo y el nacionalismo? Existen, al menos, cuatro buenos motivos por los cuales los especialistas y estudiosos del tema tienden a confundirlos. El primero es simple: muchos de los casos más resonantes de populismo también fueron casos de nacionalismo. El eslogan nacionalista de Donald Trump “Hagamos que los Estados Unidos vuelvan a ser grandes”, por ejemplo, iba de la mano de sus convocatorias populistas a “drenar el pantano” de Washington; Juan Domingo Perón combinó nacionalismo argentino con populismo y obtuvo excelentes resultados. Si bien sabemos que los actores políticos rara vez son una sola cosa –líderes, movimientos y partidos pueden ser populistas, nacionalistas, de izquierda o de derecha, etc. al mismo tiempo–, parte del problema reside en que, en el habla cotidiana, no es infrecuente que uno de esos descriptores gane primacía sobre el resto y, como resultado, subsuma el carácter específico de los demás. Así, el término “populismo” suele prevalecer y acaba por absorber la noción de nacionalismo.
El segundo motivo de la confusión radica en que tanto el populismo como el nacionalismo emplean un vocabulario similar. Los dos tienden a hablar del mismo sujeto, “el pueblo” o, en otros idiomas, “das Volk” o “folket”. El significado que le asignan puede diferir: en un nivel formal las concepciones populistas suelen relacionarse con la falta de poder de “el pueblo” o con su sensación de ser “los de abajo”, mientras que las concepciones nacionalistas lo vinculan con la pertenencia a un grupo étnico o cultural. No obstante, el solapamiento lingüístico entre las expresiones empleadas por ambos grupos puede desdibujar las fronteras entre esos dos significados.
La tercera razón por la cual se confunden populismo y nacionalismo es que tendemos a prestar más atención a los populistas que actúan en el nivel nacional; es decir, los populistas que captan la atención de los medios y de la academia no suelen ser quienes se mueven en un nivel municipal o regional, sino aquellos que lograron representación nacional. Lo ya señalado es lógico: los políticos de nivel nacional suelen ser los representantes con mayor visibilidad en la escena internacional y sus acciones tienen consecuencias de mayor peso que las de un intendente o un gobernador de un estado o provincia. Así, aunque las figuras populistas en la escena nacional no sean explícita o deliberadamente nacionalistas, pese a todo tienden a emplear el léxico de un “pueblo” definido en el contexto “nacional”, lo cual, una vez más, deja margen para desdibujar las categorías involucradas. Dicho tercer motivo de confusión proviene ya de la bibliografía académica sobre el populismo: abiertamente o no, numerosas definiciones académicas de populismo incorporan lineamientos del nacionalismo. Esto se aplica en particular a los trabajos académicos sobre populismo europeo, en los que “a menudo el populismo se asocia con políticas y partidos xenófobos de la extrema derecha o la derecha radical (y se considera, por ende, peligroso)” (Van Kessel, 2015). En esas publicaciones, la “derecha radical populista” se ha convertido en una suerte de tipo ideal a la hora de formular teorías acerca del populismo; como resultado, buena parte de los trabajos académicos consideran que las tendencias excluyentes del nativismo o el nacionalismo, propias de la extrema derecha o de la derecha radical, son parte fundamental del populismo en general (Boomgaarden y Vliegenthart; Jagers y Walgrave; Taguieff) y, por el bien de su argumentación, pasan por alto que el populismo de izquierda, incluso en Europa, no explota la xenofobia como lo hace el populismo de derecha.
Por ser uno de los textos más influyentes del campo, el trabajo de Mudde (de 2007) sobre la derecha radical populista proyecta una larga sombra: muchos autores usan el término “populismo” como una forma sucinta de referirse a este tipo o “familia” específica de partidos. Sin embargo, ese uso se apoya en una interpretación errada del argumento ideacional de Mudde, que insiste en señalar que la familia de partidos de la derecha radical populista combina tres ingredientes ideológicos centrales: nativismo, autoritarismo y populismo. Pero también deja en claro que el populismo no es la característica clave en la que debe ponerse el foco: “Dado que el nativismo, no el populismo, es la característica fundamental por excelencia de la ideología de estos partidos, ‘derecha radical’ debe ser el término primordial del concepto”. Es de lamentar que esta aseveración no haya impedido que numerosos autores empleen indistintamente las designaciones “populismo”, “populismo de derecha radical” y “derecha radical populista”, pese a que es muy importante cuál es el sustantivo y cuál el adjetivo en cada una de estas frases. Esa falta de cuidado en la elección de los términos (y, por ende, de los conceptos empleados) implica que “a menudo veamos el término 'populismo' usado como sinónimo de populismo de derecha o de extrema derecha populista, o incluso de derecha neonazi extremista, una asociación reificada que pasa por alto tanto la diversidad global del fenómeno populista (que en la América Latina contemporánea se encuentra mayormente situado en la izquierda) así como el panorama europeo, cada día más diversificado” (Stavrakakis y otros, 2017). Visto que, entre las publicaciones académicas regionales sobre populismo, la europea es probablemente la más vasta y hegemónica, la situación descripta por Stavrakakis tiene repercusiones en el modo en que teóricos y estudiosos del mundo entero tienden a abordar el tema del populismo.
¿De qué manera es posible evitar tal situación?
¿Cómo podemos distinguir teóricamente el nacionalismo del populismo, dadas las comprensibles similitudes, solapamientos y mixturas entre ellos?
Es probable que el método más promisorio para comprender la diferencia entre los dos sea el propuesto por De Cleen y Stavrakakis, que recurren a un enfoque inspirado en la Escuela de Essex para definir al populismo y al nacionalismo como discursos diferentes. La fortaleza de este enfoque, según sus autores, radica en que “en lugar de concebir el nacionalismo y el populismo como proyectos políticos que representan categorías sociopolíticas preexistentes, el marco teórico-discursivo los interpreta como involucrados en la construcción discursiva de las categorías que afirman representar” (De Cleen y Stavrakakis, 2017). En otras palabras, los autores no se interesan en el nacionalismo y en el populismo como ideologías o sistemas de creencias fundados en actitudes ya establecidas respecto de “el pueblo” o “la nación”, sino en el modo en que “el pueblo” y “la nación” son “producidos y construidos” por discursos populistas y nacionalistas. En este contexto, definen el nacionalismo como “un discurso estructurado en torno del punto nodal 'nación', concebido como una comunidad limitada y soberana que existe a lo largo del tiempo y está ligada a cierto espacio, y que se construye mediante la oposición dentrofuera entre la nación y sus grupos externos”.
Esta definición puede compararse con la de populismo, que los dos autores ven como “un discurso dicotómico en el que 'el pueblo' está yuxtapuesto a 'la élite' según las líneas de un antagonismo abajo-arriba en que 'el pueblo' se construye discursivamente como un gran grupo sin poder mediante su oposición con 'la élite', concebida como un grupo pequeño, ilegítimamente poderoso”. Al utilizar este enfoque, podemos encontrar al menos cuatro diferencias importantes entre populismo y nacionalismo según cómo responden las siguientes preguntas:
-¿QUIÉN ES REPRESENTADO? El nacionalismo busca representar a “la nación” (o a “el pueblo” concebido como nación), mientras el populismo apunta a representar a “el pueblo” (concebido como “los de abajo”, los desempoderados).
-¿QUÉ POSICIÓN DE SUJETO SE LES OFRECE A LOS VOTANTES QUE PODRÍAN IDENTIFICARSE CON CADA DISCURSO? El nacionalismo propone la posición de ciudadano de “la nación”, mientras que el populismo ofrece la posición de miembro de “el pueblo”. -¿QUIÉN ES EL “OTRO” DE CADA UNA DE ESTAS POSICIONES DE SUJETO? Los otros del nacionalismo son quienes no son ciudadanos, residentes o miembros “legítimos” de “la nación”, junto con otros Estados-nación; los otros del populismo son los miembros de “la élite”. -¿CÓMO SE ESTRUCTURA LA RELACIÓN DE PODER ENTRE LA POSICIÓN DEL SUJETO Y SU OTRO? El nacionalismo obra con una direccionalidad horizontal, dentro-fuera, por la cual la distinción entre quienes pertenecen a “la nación” y quienes no pertenecen se basa en la calidad de miembro o la identidad construida en torno a un sentido compartido de territorio, tiempo y espacio (la distinción entre estadounidenses y no estadounidenses); el populismo, en cambio, obra con una direccionalidad vertical, de arriba-abajo, por la cual la distinción entre “el pueblo” y “la élite” tiene que ver con el poder, la jerarquía, el reconocimiento y la posición socioeconómica y cultural.
La utilidad de este enfoque radica en que nos permite ir más allá de la pregunta binaria respecto de si un actor político es populista o nacionalista, y explorar el modo en que es posible articular populismo y nacionalismo juntos en ciertos proyectos políticos. Este tipo de abordaje se adapta mejor a la realidad empírica, ya que los populistas suelen recurrir al nacionalismo, y viceversa. Lo más útil de esta manera de encarar la cuestión reside en que, aunque reconozcamos que esos dos discursos pueden estar presentes a la vez, nos proporciona las herramientas conceptuales necesarias para identificar cuál de ellos ocupa un lugar preeminente; en otras palabras, podremos corroborar si el discurso central o primario en juego en situaciones específicas es el nacionalismo o el populismo. Asimismo, este enfoque coincide con el modo en que los investigadores ideacionales conciben la relación entre populismo y nacionalismo (Bonikowski y otros, 2019). El enfoque ideacional argumenta que el populismo es una ideología delgada o de núcleo delgado que tiene como ejes la concepción de la voluntad homogénea de “el pueblo” y el antielitismo. En virtud de esa delgadez, el populismo requiere ideologías adicionales que le aporten contenido y lo vuelvan “más denso” para dotarse de significado. El nacionalismo es una de esas ideologías que pueden proporcionar contenido al populismo y enriquecer su concepción de “el pueblo”, su percepción de “la élite” y su caracterización de los otros con un significado más sustantivo. En palabras de Müller, “el populismo no es una doctrina, sino antes bien un marco. Y todos los populistas tienen que llenar ese marco con contenido que explique quién es “el verdadero pueblo” y qué quiere. Ese contenido puede adoptar muchas formas diferentes y puede recurrir a ideas de la izquierda o de la derecha. […] Los populistas de derecha de la actualidad recurren, mayormente, a ideas nacionalistas”.
Desde un punto de vista ideacional, no tendría sentido tratar de discernir si un actor político es “más” nacionalista o “más” populista, ya que no se considera que el populismo pueda operar sin otra ideología que le provea contenido: el populismo por sí solo no tiene existencia real para quienes trabajan desde ese enfoque.(...)
DERECHA POPULISTA Y NACIONALISMO. Los populistas de derecha tienden a definir a “el pueblo” como un grupo nacional; cuando “aseguran hablar en nombre del pueblo en cuanto a ‘los de abajo’, solo se refieren a (quienes consideran) miembros de la nación, con exclusión de todos los demás” (De Cleen). En rigor, Müller llega al extremo de sostener que “en la actualidad, todos los populistas de derecha son nacionalistas”. En esa fusión de las interpretaciones nacionalista y populista de la noción de “el pueblo” lo que se trasluce es que los grupos pertenecientes a minorías étnicas o culturales, que supuestamente comparten con “el pueblo” la misma alienación socioeconómica y sociocultural –tienen el mismo perfil de clase, se encuentran en igual medida alejados de los pasadizos del poder y la influencia, y se sienten igualmente, si no más, frustrados por los caprichos de “la élite”–, quedan claramente excluidos de “el pueblo” y no comparten esa caracterización. La dimensión sociocultural de la identidad, con las preguntas que plantea respecto de la pertenencia –aquí, en términos de nacionalismo–, prevalece sobre aspectos socioeconómicos más amplios o preguntas explícitas acerca de desigualdades de poder a la hora de establecer quién pertenece a “el pueblo”.
En consecuencia, Mudde (2007) señala que debemos comprender que la derecha radical populista no es solo nacionalista sino, más específicamente, nativista. Si bien el nacionalismo puede tener tanto variantes étnicas como cívicas –las primeras, vinculadas con la homogeneidad racial o cultural; las segundas, centradas en la participación política y la ciudadanía compartida–, este autor sostiene que la inclusión de las dos variantes bajo el término “nacionalismo” no permite “diferenciar entre los nacionalistas ‘moderados’, en especial los denominados nacionalistas liberales, y los nacionalistas ‘radicales’, que son los que nos ocupan”. El término “nativismo” deja en claro la índole específica de los segundos; Mudde lo define como “una ideología que sostiene que los Estados deben ser habitados exclusivamente por miembros del grupo nativo (‘la nación’) y que los elementos no nativos (personas e ideas) constituyen en esencia una amenaza al Estadonación homogéneo”. La utilidad del término “nativismo” radica en que es más específico que “nacionalismo” y a la vez más amplio que otras caracterizaciones empleadas para referirse a partidos, por ejemplo “racista” (ya que el nativismo también puede ser cultural o religioso, como en el caso del partido indonacionalista Bharatiya Janata [Pueblo Indio] de Modi en India) o “antiinmigrante” (ya que a menudo no se trata de partidos con un único interés, sino que combinan varias cuestiones salientes en sus plataformas). Por lo general, el nativismo debe considerarse “una combinación de nacionalismo y xenofobia”. (…) Aunque la derecha populista puede ser casi uniformemente nativista, el contenido discursivo y la centralidad de ese nativismo difiere de un caso a otro. Algunos populistas de derecha se muestran más nativistas que otros.
Si el nativismo constituye un elemento esencial en la derecha populista, entonces, ¿qué diferencia a esos nativistas de los racistas o fascistas hechos y derechos, que también promueven el nacionalismo étnico, aunque de maneras más virulentas? Existen al menos dos diferencias que es importante señalar. Una de ellas es que la derecha radical populista (como es obvio) combina su propia clase de nativismo con populismo y juega con la ambigüedad del significante “el pueblo” con excelentes resultados: lo enfrenta no solo con “la élite”, sino también con los “otros” no nacionales. Como apuntó Judis, la derecha populista tira golpes hacia arriba y hacia abajo, contra “la élite” y las minorías, respectivamente. Pero ni los nacionalistas, ni los racistas ni los fascistas dirigen sus ataques necesariamente contra “la élite”: a veces, solo tienen como blanco a las minorías. Es más, estos grupos no afirman, como regla, ser los portavoces de “el pueblo” ni tampoco emplean ese significante en su discurso, y muchas veces hablan en forma explícita de grupos raciales o étnicos, como hemos visto en los últimos años en el ascenso de la derecha alternativa [alt-right] (Hawley, 2017) que propugna el nacionalismo blanco o el fascismo en términos inequívocos. En una vena similar en lo que respecta al procedimiento, si bien quienes se sitúan en la derecha populista tienden a no ser fanáticos de la democracia liberal, a menudo abogan por la democracia en cuanto sistema mayoritario, y esto es más de lo que puede decirse respecto de los fascistas o muchos nacionalistas étnicos, que por lo general consideran que la democracia es un régimen político fútil y débil y expresan sin ambages su desprecio por las masas (“el pueblo”), que describen como estúpidas, ordinarias y desinformadas. La centralidad del nativismo en la derecha populista ha dado lugar a debates acerca de si en efecto la categorización de esos partidos es acertada: algunos afirman que los partidos llamados de derecha populista son nacionalistas, más que populistas, y que deberían denominarse en función de esta característica. (...)
LA IZQUIERDA POPULISTA Y EL NACIONALISMO.
¿Cuál es la situación de la izquierda populista? Es innegable que el nacionalismo también ha sido utilizado por muchos partidos, figuras y movimientos de izquierda identificados como populistas: tanto en América Latina, donde Juan Domingo Perón, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa recurrieron al nacionalismo para construir sus regímenes populistas, como en Europa, donde proyectos como Syriza y Podemos exhiben matices claramente nacionalistas. Sin embargo, es importante señalar respecto de la forma de nacionalismo utilizado por la izquierda que no se trató de un nacionalismo explícitamente excluyente o, en otras palabras, que la izquierda populista no está constituida por nativistas. La identidad de “el pueblo” cuya representación se adjudica no tiende a tener los matices raciales o étnicos que presenta la derecha populista; es más probable que la construcción de un “pueblo” nacional por parte de la izquierda tenga que ver con reunir un grupo diverso de “los de abajo” unidos en la frustración de ser excluidos del poder político y económico por las élites nacionales y transnacionales. En efecto, su nacionalismo tiende a girar en torno a cuestiones vinculadas con la soberanía nacional y, en muchos casos, a sospechas sobre potencias transnacionales y entidades tales como el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio y la Unión Europea. Es más, esos llamamientos a luchar por la soberanía suelen referirse a la soberanía
En el populismo, la distinción entre “el pueblo” y “la élite” tiene que ver con el poder y la jerarquía económica, a diferencia del habitual llamado a la acción de la derecha populista orientado a detener amenazas culturales o garantizar la “seguridad nacional” (…)
Así, el nacionalismo al cual recurre la izquierda populista suele ser una forma de nacionalismo cívico, a diferencia del nacionalismo étnico o el nativismo que caracteriza a sus contrapartes de la derecha. Si bien la identidad nacional puede revestir importancia –o incluso ser fundamental– en su proyecto político, esta variedad identitaria no se basa sobre la homogeneidad étnica o cultural, sino que tiene como premisa la ciudadanía compartida y la participación política en el marco del Estado. Este factor se vuelve evidente cuando se comparan populismos a ambos lados de la brecha ideológica en la Francia contemporánea.
Mientras el Rassemblement National de Marine Le Pen propone una versión del nacionalismo étnico que tiene como enemigo al multiculturalismo y los musulmanes, La France Insoumise (Francia Insumisa) de Jean-Luc Mélenchon pone en escena una forma de nacionalismo cívico con marchas durante las cuales se agitan banderas francesas y se corea La Marsellesa; asimismo, Mélenchon sostiene una noción mucho más pluralista y diversa respecto de quiénes integran el pueblo nacional. Esa noción se refleja, tal vez, en el hecho de que él, secularista declarado, fue el candidato más popular entre los votantes musulmanes en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2017.
La ausencia de un nacionalismo excluyente o nativismo en la izquierda populista, y su adhesión a un nacionalismo cívico, también se ejemplifica en el reconocimiento por parte de varios populistas latinoamericanos de la existencia de múltiples naciones dentro del Estado. En 2008, durante el mandato de Rafael Correa, Ecuador sancionó una nueva Constitución que reconoce la condición del país como Estado plurinacional; lo mismo ocurrió al año siguiente en Bolivia, durante el gobierno de Evo Morales. En Europa, mientras tanto, Podemos ha hecho de alguna manera lo propio al manifestar la necesidad de un marco constitucional que reconozca a España como un Estado plurinacional para distender el tema de la independencia catalana.
Esta idea más “inclusiva” del nacionalismo practicado por los populistas de izquierda no lo vuelve necesariamente deseable desde el punto de vista normativo. Por un lado, los populistas de izquierda no siempre cumplen sus llamamientos o promesas en este terreno: el plurinacionalismo de Correa y Morales fue más teórico que real, pues en la práctica terminaron por limitar los derechos de los pueblos originarios y criminalizar las protestas contra la extracción de recursos naturales en sus países. Por otro lado, inclusión no significa automáticamente democracia, como observa De la Torre en su estudio del modo en que los dos casos más paradigmáticos de populismo en América Latina, Chávez y Perón, combinaron populismo y nacionalismo: “Si bien el populismo en América Latina fue inclusivo, no era democrático. A pesar de su retórica y políticas inclusivas de construcción nacional y empoderamiento popular de la nación, Perón y Chávez erigieron gobiernos autocráticos. […] Cumplieron sus promesas de incluir a los pobres política, económica y culturalmente. No obstante, esos procesos de inclusión condujeron a regímenes autocráticos porque la lógica de la confrontación populista negaba la existencia de espacios democráticos para los opositores, construidos como enemigos de los pobres y de la nación (De la Torre, 2017).
Los autores ideacionales argumentarían que es aquí donde se llega al límite en lo referido a las posibilidades de que la concepción más inclusiva de “la nación” que ofrece el nacionalismo cívico se adecue a la noción antipluralista de “el pueblo” que propone el populismo.
*Por Benjamin Moffitt, investigador y profesor de ciencia política en la Universidad Católica de Melbourne. Colabora habitualmente en medios como “The Washington Post” y “The Economist”. Su último libro es “Populismo. Guía para entender la palabra clave de la política contemporánea” (SigloXXI).