La estafa que Milei promocionó y que es noticia en el mundo expone la esencia del presidente: su palabra vale menos que la cripto $LIBRA, y no reconoce límites para alcanzar sus fines políticos y sus negocios. ¿La foto de Olivos libertaria? El peligro de un líder que ahora promociona guillotinas y ejecuciones.
La onda expansiva del estallido del criptogate, aún en crecimiento y de alcances incalculables, permite algunas rápidas aproximaciones. La Argentina transita el riesgoso camino de encontrarse en manos de un presidente cuya palabra ya no tiene valor alguno, fronteras adentro y afuera del país, y cuyo único reflejo para responder a una realidad que no se ajusta a sus delirios de grandeza es la paranoia de encontrar dos enemigos debajo de cada baldosa y “ejecutarlos”.
El escándalo de la millonaria estafa que Milei promovió y de la cual fue partícipe necesario fue la frutilla de unos 10 días en los que el ADN del gobierno libertario quedó totalmente a la vista. El terremoto comenzó con la desmedida reacción del presidente frente a las fundamentadas y hasta bienintencionadas críticas de Domingo Cavallo por el inocultable atraso cambiario, que le hizo al Gobierno dilapidar un fenomenal superávit comercial en 2024 con el único objetivo electoralista de mantener a raya la inflación. El brutal ajuste fiscal y la recesión económica inducida le permitieron al Gobierno hacerse de más de 20.000 millones de dólares, pero las reservas siguen en rojo. Lo sabe el mercado, lo reclama el FMI, lo marcan economistas que están en las antípodas como Cavallo, Kicillof o Carlos Melconian.
La respuesta es la misma de siempre: todos son mandriles y nadie entiende nada sobre este virtuoso proceso económico que se inscribe en las mejores páginas de la historia nacional. Pero el oficialismo también lleva lo discursivo al acto. Volaron en estos días la embajadora en la OEA, sólo por ser hija de Cavallo, y el segundo titular de la Anses eyectado en lo que va del gobierno por no seguir a rajatabla los designios del líder. Una novedad sin embargo marcó estos despidos en el oficialismo: apareció una figura alarmante para enmarcar esta nueva etapa libertaria, la guillotina.
El propio Milei la introdujo en la entrevista televisiva en la que, otra vez, volvió a sentirse saboteado por supuestos “kukas” que habrían alterado el funcionamiento de los micrófonos. Lo extraño es que, como siempre, la entrevista tuvo lugar en un canal y un programa absolutamente alineados con el Gobierno. Lo dicho: ningún elemento de la realidad le impide a Milei construir sus explicaciones paranoicas, en las que cualquier situación que se salga de lo que él pretende y proyecta se encuadre automáticamente en un ataque comunista contra su cruzada épica por la liberación de la Argentina y, por qué no, del mundo entero del yugo del socialismo.
El “brazo armado libertario” también se subió a la ola de la semana de purga. El ministro de Economía brindó el lunes una entrevista al Gordo Dan, principal figura del oficialismo en el mundo de las redes y el streaming, que se promoció con bombos y platillos para ser emitida ese lunes por la noche. Allí, “Toto” explicaría en línea con el líder por qué los “econochantas” no tenían razón en sus críticas a la Argentina más cara que Europa, y reafirmaría el virtuoso rumbo económico. La entrevista tuvo que esperar 24 horas para ser emitida y la explicación fue, nuevamente, un “atentado comunista” en la producción del streaming, que terminó con un “editor de Carajo ejecutado”. La “guillotina”, además, fue expuesta y celebrada en redes por el propio Dan.
X de DAN
El paso de la licuadora y la motosierra a la guillotina, del “afuera” al “ejecutado”, ¿no debería encender al menos una mínima alarma en una sociedad democrática? ¿No estaremos normalizando absolutamente cualquier cosa, minimizando el carácter performativo de las palabras y el lenguaje, y acercándonos peligrosamente a que, así como vale todo ya no sólo en Twitter sino en el discurso público, valga todo también en el plano de la acción?
En paralelo al corrimiento permanente de los límites por parte del oficialismo, lo que el criptogate deja como saldo es la pérdida total del valor y el sentido de la palabra presidencial. Si ya de por sí la palabra de Milei podía ser poco creíble para el espectro opositor, producto de las incontables contradicciones e incoherencias del presidente, la novedad ahora es que los estafados pertenecen a la tropa propia. No solo eso, están por todo el mundo.
Las miles de personas que, confiando en el tuit y la palabra de Milei, pusieron dinero en la meme coin $LIBRA y lo perdieron son parte de la propia base libertaria. La exposición internacional del caso, por su parte, devalúa brutalmente la imagen y la credibilidad del presidente en el mundo. Los diarios internacionales y las redes cripto estallan por estas horas con críticas de todo tipo para con la operación que le hizo ganar millones a unos pocos amigos y dejó un tendal de estafados.
Milei demostró con esta acción que no tiene ningún prurito ya no solo en atacar a todo aquel que considere su enemigo, incluso desdiciéndose a sí mismo y sus opiniones del pasado como con Cavallo (basta recordar el paso de Bullrich de “poner bombas en jardines de infantes” a la mayor aliada en cuestión de días), sino que no reconoce límite alguno incluso para estafar a sus propios seguidores. Cómo y cuánto repercutirá esto en la confianza que la sociedad pueda seguirle brindando es el gran tema a seguir, pero cuesta encontrar hacia atrás un caso en el que el presidente haya quedado más expuesto en su brutalidad para obtener lo que quiere cargándose a quien sea en el camino. Y con un aditivo excepcional: esta vez hubo una estafa económica de millones de dólares, evidentemente orquestada para engrosar las arcas libertarias.
La sociedad argentina viene de una experiencia reciente homologable en cierta medida al criptogate. La famosa foto de Olivos fue el principio del fin para Alberto Fernández, justamente porque destruyó la credibilidad del entonces presidente. Nadie más, ni propios ni extraños, volvió a creer en un presidente que exigió el mayor de los sacrificios a la sociedad mientras él estaba de fiesta. El resultado político y económico de esa devaluación de la investidura presidencial fue una catástrofe. Hoy por hoy, ¿quién y cómo vuelve a creerle a un presidente que promocionó una estafa millonaria, fue partícipe necesario del robo a miles de seguidores propios, y cuya única explicación posterior fue que “no estaba interiorizado” sobre aquello que fijó en su Twitter durante las horas que duró el negocio?
Si este caso será o no la foto de Olivos libertaria dependerá, en gran medida, de lo que pueda instalar y construir la oposición en el debate público. Un punto a favor de Alberto Fernández en la comparación, y algo sobre lo que se debería hacer foco, es que al menos el ex presidente pidió disculpas. Milei no parece tener entre sus recursos la posibilidad de admitir un error y pedir perdón, algo que también debería encender alarmas. Alguien que se piensa una eminencia mundial, que jamás se equivoca y que todo lo que le sale mal se lo explica como producto de atentados comunistas en su contra difícilmente pueda conducir a buen puerto a un país en crisis como la Argentina.
Los riesgos del presente son importantes y como para dimensionar. El país está en manos de un sector político que se maneja como una secta en la que el líder tiene la facultad y el derecho de “ejecutar” a cualquiera. Un líder cuya palabra no vale nada, porque puede decir algo hoy y lo contrario mañana sin registrar consecuencia alguna, incluso si esas consecuencias son la pérdida de millones de dólares por parte de sus propios seguidores. Un líder que no registra la posibilidad de cometer errores, que ve enemigos en cualquiera que le discuta una coma y que está firmemente decidido a traspasar cualquier límite en pos de llevar adelante su delirio de grandeza y, como quedó claro en las últimas horas, también sus negocios. Todos los anticuerpos democráticos y colectivos que aún persistan en la sociedad argentina deberían activarse sin demoras ni especulaciones, antes de que sea tarde.
Por: Nicolas Baccaro.