100 años del Partido Comunista Chino

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    El Partido Comunista de China (PCCh) celebra este año sus 100 años de existencia. Es un momento de hacer balance, una tarea que sin duda no resulta sencilla. El Partido tiene en su haber activos importantes. Se pueden destacar fundamentalmente dos. En primer lugar, con la fundación de la República Popular China, el Partido terminó un largo período de crisis y decadencia del país, el llamado “siglo de humillación”, en el que sufrió agresiones exteriores, pérdida de soberanía sobre partes de su territorio, enfrentamientos internos que desembocaron en la guerra civil de fines de los años cuarenta del siglo XX, etcétera.

    Con la nueva República Popular fundada en 1949, el Partido Comunista devolvió a China la unidad nacional que le permitió superar la larga crisis que arrastraba desde mediados del siglo XIX, transformándola en una potencia temida y respetada en la comunidad internacional.

    El segundo gran activo está ligado a la etapa de reforma de las últimas cuatro décadas. El Partido ha liderado un gran proceso de transformación económica que ha producido una mejora espectacular en las condiciones de vida de la población. Gracias a la nueva orientación que asumió a fines de los años setenta del siglo pasado, China ha protagonizado la mayor revolución económica de la historia de la humanidad, en el sentido de que nunca antes un colectivo tan grande de población había experimentado una mejora tan intensa de sus condiciones económicas de vida en un periodo de tiempo tan corto.

    Junto a estos activos existe un lado oscuro en la historia del PCCh: las purgas y ejecuciones masivas, las campañas políticas y sociales que supusieron grandes convulsiones, como el Gran Salto Adelante de finales de los años cincuenta, que provocó una gran hambruna y millones de muertes, o la Revolución Cultural, que trastornó gravemente la estabilidad del país y dio lugar a la persecución, y la muerte violenta, de muchos miles de personas, los trágicos sucesos de Tiananmen de 1989…

    Un partido enraizado en las tradiciones chinas

    El Partido Comunista Chino es un partido político especial, diferente al de otros países. El Partido entronca con las tradiciones de la cultura china: aglutina a “los que gobiernan”, las personas que por sus méritos, su formación y su experiencia, tienen la responsabilidad de gobernar y administrar los asuntos públicos. En China no existe la separación de poderes entre los poderes ejecutivo, legislativo, judicial. Todos los poderes del Estado se agrupan bajo el control del Partido Comunista.

    En China la tradición de democracia es casi inexistente. Prácticamente no ha habido etapas en las que haya existido un régimen democrático, con elecciones, alternancia de partidos. Cuando se habla de democracia, reformas democráticas, etcétera, no se está hablando normalmente de multipartidismo, elecciones libres o alternancia en el poder. Más bien se está hablando de profundizar en la extensión y el respeto a las leyes, la responsabilidad de los gobernantes ante los ciudadanos, combatir los abusos, las arbitrariedades y la corrupción.

    Por otro lado, el propio carácter “comunista” del partido debe ser considerado con matices. La revolución china fue una revolución nacionalista, más que una revolución comunista. El comunismo chino incorporó ingredientes tradicionales de la cultura china y, en concreto, de lo que constituye la médula de ésta desde hace muchos siglos: el confucianismo. Del marxismo-leninismo adoptó sobre todo el segundo componente, el leninismo. El peso del marxismo, como ideología, como doctrina política, fue relativamente escaso. ¿Acaso no resulta extraño que un país gobernado por un partido en teoría “comunista” se haya convertido en uno de los países del mundo con mayores desigualdades económicas?

    La involución de Xi Jinping

    Con la llegada al poder de Xi Jinping, en 2012, la República Popular China ha entrado en una nueva etapa. Con Xi se ha producido una involución en buena parte de las tendencias que impulsó Deng Xiaoping, el líder político que emergió como dirigente supremo del país tras la muerte de Mao (en 1976), y que fue el gran motor de la era de la reforma y apertura al exterior.

    Deng promovió un carácter más colectivo en el ejercicio del poder. Durante sus tres primeras décadas, el poder en la República Popular tuvo un carácter personalista muy acusado, centrado en la figura de Mao. A la muerte de éste tomó el poder, también con un fuerte componente personal, Deng Xiaoping.

    Deng Xiaoping impulsó un sistema de relevo en los puestos clave del Partido y el Estado. Los dirigentes iban cambiando cada cierto tiempo, de acuerdo con unos plazos establecidos y conocidos de antemano.

    En la nueva etapa de Xi Jinping se ha producido una involución en estas tendencias. Ha retornado el culto a la personalidad. El poder se ha concentrado en Xi, quien se ha convertido en el nuevo gobernante supremo de China. Por otra parte, la tendencia anterior hacia un mayor grado de libertades se ha frenado. Ha aumentado la represión de disidentes y defensores de los derechos humanos, Hong Kong ha perdido buena parte de su autonomía y libertades, está el tema de Xinjiang, etcétera.

    En política exterior China ha adoptado una política agresiva, que la está llevando a un enfrentamiento cada vez más agudo con numerosos países. Las diferencias y conflictos con Estados Unidos, India, Australia, la Unión Europea, los países asiáticos con los que mantiene disputas territoriales en el mar del Sur de China, están aumentando de manera alarmante.

    Especialmente preocupante es el propósito de China de exportar la censura apoyándose en el poder de su mercado (o peor aún, la autocensura: el mensaje que China transmite es que no se le puede criticar, porque responderá a las críticas con represalias económicas).

    Está por ver, sin embargo, cuáles serán las consecuencias de esta política a largo plazo. ¿Piensan los actuales dirigentes chinos que la creciente reacción contra China en la comunidad internacional no les va a afectar, que el poderío de su mercado les permitirá imponerse en todos los contenciosos a los que se puedan enfrentar?

    En todo caso, la comunidad internacional debe continuar buscando un acomodo con China, dado su peso demográfico, económico, militar. Por supuesto, debe ser firme a la hora de defender, con la mayor unidad posible de los países con sistemas democráticos, los derechos humanos y el respeto las normas internacionales.

    Hay que pensar que en el futuro, tras la etapa de Xi Jinping, en China podría abrirse una nueva etapa, con unos gobernantes y unas perspectivas diferentes en todos los órdenes.

     

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