Hace poco más de una semana, se consolidaba la convicción de que la Argentina, una revolución cultural mediante, estaba transformándose en un país serio que no tardaría en recuperarse del daño hecho por los demagogos corruptos que durante tanto tiempo lo habían dominado. Aunque la Argentina que surgió de las elecciones de 2023 seguiría teniendo sus rarezas, entre ellas un presidente bocón de pelo revuelto que se cree respaldado por una hueste de militantes celestiales, llamaba más la atención la defensa intransigente del realismo fiscal del gobierno que formó. También impresionaba su voluntad de hacer cuanto a su juicio sería necesario para asegurar que no volviera un pasado repleto de frustraciones en que el “país rico” de la mitología nacional se las había arreglado para depauperarse tanto que parecía estar en vía de extinción. Aún más impactante ha sido el que, después de un año de ajustes severos, la mitad de la población haya continuado apoyándolo por entender que cualquier alternativa planteada por una facción opositora sería peor.
Pues bien, para alarma de quienes ya celebraban el tan demorado renacimiento argentino, de un día para otro el peligro de una recaída se intensificó hasta tal punto que las acciones de las empresas locales se desplomaran en los mercados internacionales. De haber ocurrido en otro momento, las fluctuaciones no hubieran motivado preocupación, ya que la economía mundial en su conjunto está transitando por una etapa llamativamente volátil, pero sucede que, de acuerdo común, fueron gatilladas por un tweet presidencial.
Decía Napoleón que “de lo sublime a lo ridículo hay un solo paso”. Para desconcierto de sus admiradores, Javier Milei acaba de dar uno muy grande. Al intervenir temerariamente en el mundillo febril de las criptomonedas, un nicho caótico en que fortunas inmensas pueden cambiar de mano en una cuestión de segundos, el Presidente puso en riesgo la parte más valiosa de su capital político. Como no pudo ser de otra manera, quienes quieren que la Argentina regrese al statu quo que precedió a la irrupción del libertario rabioso, no vacilaron en procurar aprovecharlo.
El poder que Milei ha acumulado aquí y la fama mundial que se ha granjeado se deben en buena medida a la convicción difundida de que entiende mejor que nadie cómo funcionan las economías y sabe lo que será forzoso hacer para que la Argentina se reincorpore al club de los países ricos. Aun cuando el episodio que protagonizó hace una semana no nos diga mucho acerca de su solvencia profesional, habrá servido para recordarnos que Milei es un narcisista sumamente impulsivo que se imagina infalible que en cualquier momento podría cometer más errores garrafales.
Sin interiorizarse “de los pormenores del proyecto”, como confesó, Milei optó por promocionar a una criptomoneda llamada $LIBRA que, merced exclusivamente a su reputación como un mago de las finanzas que, para colmo, estaría en condiciones de ayudar concretamente a quienes apoyaran sus iniciativas, subió como un cohete para entonces precipitarse a tierra a una velocidad aún mayor, lo que costó a los inversores -mejor dicho, jugadores- la friolera de, según algunos expertos en este negocio esotérico, aproximadamente cuatro mil millones de dólares.
Para la esquelética economía argentina, se trata de un monto colosal. No extraña, pues, que los perdedores quieran figurar como víctimas de un fraude de dimensiones históricas. Aunque todos habrán sido conscientes de los riesgos que corrían, recurrir a los tribunales en un esfuerzo por resarcirse es parte del juego. Igualmente resueltos a hacer pensar que Milei sabía muy bien lo que estaba haciendo, son sus muchos enemigos que, desde luego, no titubearon un minuto en pedir una investigación plena que, esperan, culmine en un juicio político.
Para contraatacar, Milei se ha visto obligado a subrayar su propia honestidad, lo que puede hacer porque a diferencia de tantos otros nunca le ha interesado el lujo, y compararla con la deshonestidad serial de “la chorra” Cristina Kirchner que, dice, ha sido “la mayor estafadora de la historia argentina”. Hasta ahora, Milei ha sido reacio a desempeñar un papel activo en la lucha contra la corrupción, acaso por considerarla intrínseca al “modelo” corporativo que se propone desmantelar, y por motivos que aún son oscuros, ha querido que un juez tan extraordinariamente polémico como Ariel Lijo que, conforme a sus muchos críticos, suele proteger a políticos acusados de enriquecerse a costillas de los contribuyentes, sea nombrado miembro de la Corte Suprema de la Nación. Por fuerza de las circunstancias, ya no podrá permitirse ambigüedades tan flagrantes.
Desgraciadamente para Milei, legiones de juristas en Estados Unidos participarán gozosamente de las batallas legales que están por comenzar, lo que garantizará que durante años se entrecrucen en los tribunales y en los medios sociales o periodísticos acusaciones tremendas, con frecuentes alusiones despectivas a la corrupción que siempre ha sido rutinaria en la Argentina. El que Milei sea un amigo predilecto de Donald Trump no lo beneficiará; para muchos jueces, abogados y funcionarios norteamericanos que se interesarán en el caso, el presidente de su país es un estafador nato. Para colmo, en Estados Unidos la Justicia suele moverse con tanta lentitud como la versión argentina que se inspira en ella, lo que significa que, aun cuando la gestión de Milei dure ocho años, no le será dado dejar atrás un escándalo que continuará mortificándolo e incidiendo negativamente en la imagen del país a ojos de los inversionistas.
Mientras que los kirchneristas y sus compañeros de ruta de la izquierda tienen en la mira a Milei mismo, Mauricio Macri y sus seguidores prefieren culpar a los improvisados y obsecuentes que lo rodean, ya que, además de sentirse hartos de las maniobras en su contra del “triángulo de hierro” de Milei, su hermana Karina y el asesor sin firma Santiago Caputo, están decididos a defender el “modelo” que está fraguando el gobierno libertario e impedir que se desate una convulsión que podría facilitar el regreso de la cleptocracia populista que tanto daño ha hecho al país.
Pueden sostener que Milei, obsesionado como está por temas macroeconómicos, confía demasiado en asesores que se han acostumbrado a privilegiar sus propias prioridades personales. Lo que quieren los macristas es salvar a un monarca de las consecuencias de su propia conducta separándolo de cortesanos que suponen son capaces de engañarlo. Es una maniobra que, a través de los siglos, ha sido ensayada muchísimas veces por operadores en centenares de países distintos.
Además de impresionar gratamente a muchos por su adherencia férrea a ciertas verdades económicas inconvenientes que otros dirigentes suelen pasar por alto, Milei ha logrado aprovechar en beneficio propio la pésima imagen de “la casta” y la plétora de agrupaciones civiles que el conjunto así calificado ha patrocinado, pero por razones es de suponer personales, da por descontado que todos aquellos que se animan a discrepar con sus definiciones contundentes son sujetos miserables, ratas inmundas, mandriles, alimañas asquerosas. Si bien dista de ser el único que habla de tal manera, ya que siempre lo han hecho los nazis, fascistas, peronistas de la primera generación, comunistas y otros autoritarios de la extrema izquierda, a menudo parece olvidar que es presidente de un país democrático, no de una tiranía en que sólo importa la palabra de quien manda.
Mal que le pese a Milei, no podrá llevar a cabo las muchas reformas que tiene en mente sin el apoyo decidido de muchos legisladores y también de aquellos intelectuales que han sido inmunes al “virus woke” y que, desde los medios periodísticos tradicionales, siguen influyendo en la opinión pública. En el corto plazo, fabricarse enemigos innecesarios puede ser un buen negocio para un outsider, pero a la larga es contraproducente. Desde asumir el poder, Milei se ha especializado en brindar a los demás motivos de sobra para odiarlo. Entre éstos están muchos que, en términos generales, estarían dispuestos a aprobar lo que está intentando hacer aunque sólo fuera porque las alternativas factibles los asustan.
Milei quiere que la gente lo tome por una víctima más de una estafa cripto, pero no le será fácil convencer a quienes sospechan que se prestó a una maniobra para enriquecer a amigos de que fue una víctima inocente de financistas marginales que se las habrían ingeniado para convertirlo en un colaborador muy útil. Y aun cuando logre zafar personalmente de un escándalo que fue ocasionado por su propia insensatez, no le será fácil limitar los perjuicios que causará. Por cierto, en el exterior el espectáculo ya está planteando dudas en cuanto a la coherencia del esquema económico mileísta y de la capacidad del gobierno para asegurar que todo ocurra conforme a principios que en teoría deberían imperar en todos los países del mundo.
Como Milei sabrá muy bien, la reputación internacional de la Argentina es malísima. Por cierto, no servirá para tentar a muchos inversionistas el que miles de millones de dólares puedan esfumarse en pocas horas en una zona financiera pantanosa que para muchos economistas profesionales, incluyendo a Milei, sigue siendo tierra incógnita.
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