La construcción del albertismo

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    El peronismo es, hoy, cuanto menos, un recipiente con caramelos surtidos. ¿Será Alberto Fernández el que anude las partes de la mano del albertismo o se mantendrán los gustos y las diferencias en su interior? ¿Será el presidente electo el caballo de Troya que lleve en su interior lo peor y lo mejor del Frente de Todos? Para alegría del anti peronismo rampante que anida en un sector de la sociedad —y, por ende, del periodismo—, las dos fotos de las últimas horas parecen darle la bienvenida a un escenario de pequeños mosaicos, que conservan su identidad individual.

    El domingo, para festejar la victoria, el palco elegido sólo contempló kirchnerismo, más el agregado de Sergio Massa, quien con su rictus amargo durante toda la celebración —vaya oxímoron— alertó a los curiosos sobre la existencia de problemas internos, ajenos hasta ahí a la mirada del gran público.

    El after de la polémica

    Cada protagonista cuenta una historia diferente sobre lo ocurrido en el after electoral que tuvo lugar en un local del barrio de Chacarita. Hasta allí había llegado, incluso, el gobernador electo de Santa Fe, Omar Perotti, pero tuvo que quedarse entre los dirigentes y militantes que celebraban abajo del escenario.

    Sea como fuere, Cristina dio un mensaje esa noche y Alberto lo consintió. No podría ser de otra manera. Los que le piden al futuro presidente que rompa filas con la ex mandataria pasan por alto que Fernández es presidente electo gracias a la diferencia que sacó en provincia de Buenas Aires. Léase: gracias a los votos de Cristina y de Kicillof.

    Es por eso que resultaba tan importante para el ex jefe de Gabinete ampliar o mantener la diferencia de las Paso. Y es por eso que resultó tan extraño que se haya dejado dominar por el letargo en la última parte de la campaña. Por estas horas, en las oficinas de calle México, en San Telmo, y en los lugares donde se reúne el peronismo triunfador la pregunta que se hace es: "¿Qué pasó en Santa Fe?".

    En la provincia de Santa Fe fue asombroso el repunte de Mauricio Macri. De estar diez puntos abajo en las primarias pasó a ganar por dos puntos en la primera vuelta. La situación advierte sobre varias cuestiones, pero la primera es la extraordinaria volatibilidad del voto, y cómo nadie tiene lealtades aseguradas. El crecimiento de Juntos por el Cambio obliga a Fernández a extremar las acciones destinadas a lograr la mayor masa crítica posible en su gobierno, algo que, en principio, el presidente electo está dispuesto a hacer. En su gestión parecen poder convivir todos los sectores del peronismo.

    Sin Perotti:

    Por las dudas, los gobernadores fueron a la asunción del tucumano Juan Manzur dispuestos a empardar la instantánea del acto de celebración del domingo pasado con impronta kirchnerista. En Tucumán, estuvo hasta Jorge Asís (más peronista no se consigue), mezclado con gobernadores e intendentes. Una muestra del peronismo clásico. Tampoco estuvo allí Perotti.

    No es ninguna revelación sostener que Fernández busca embeberse del espíritu previo a la asunción de Néstor Kirchner, quien se había convertido en el preferido de la progresía, fundamentalmente de los periodistas que se identificaban con ese sector y que terminaron siendo, todos, pro kirchneristas. Fernández, hoy, no podrá repetir esas adhesiones porque muchos de aquellos tienen una mirada cercana a la del macrismo.

    Tal vez sea cuestión de tiempo. Si a Fernández le va bien en la gestión, su poder interno irá in crescendo y habrá quienes quieran que en 2021 desafíe al kirchnerismo, como Kirchner hizo en su momento con Eduardo Duhalde. "Vísteme despacio, que estoy apurado", podría decirle el futuro mandatario a los ansiosos.

    Y recordarles, de vez en cuando, que su poder viene de la decisión de Cristina de ungirlo candidato a presidente.

    Seguramente, esas tensiones aparecerán, porque Cristina no sólo tomó la decisión de hacerlo candidato a Fernández, sino de disputar la provincia de Buenos Aires con alguien que sí es su santo y seña: Kicillof.

    Empoderado:

    Antes de que esas expresiones lleguen a puerto, Fernández tiene la oportunidad de fundar el albertismo. ¿Cuándo? En el momento de anunciar su gabinete. Tiene algo que Néstor no tenía cuando asumió: votos. En el 2003, el ex gobernador de Santa Cruz cosechó el 22 por ciento, y no tuvo ballottage que lo empodere porque Carlos Menem se bajó.

    Fernández puede poner en práctica algo que Kirchner siempre verbalizó pero pudo concretar a medias: la transversalidad. Qué curiosidad: Fernández fue el encargado, por aquellos tiempos, de poner en práctica una alianza con el socialismo santafesino, Martín Sabbatella y Aníbal Ibarra. Incluso, Carlos Reutemann y Jorge Obeid se molestaban. Alguno se atrevía a sostener que Fernández prefería el triunfo de Binner al de Obeid, en 2007.

    En una reciente entrevista con LaCapital, se le preguntó sobre aquellos acercamientos con el socialismo. Fernández lo rechazó de plano. Ahora, sin embargo, tiene la oportunidad de plasmar aquellas transversalidades. Incluso, ha tenido respaldos socialistas, como el de Eduardo Di Pollina y Claudia Balagué, entre otros. ¿Habrá socialistas en el gabinete de Fernández? ¿Habrá cambiemitas?

    El albertismo está contando aún los votos. Y dando sus primeros pasos.

     

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