La Argentina vive en una transición permanente a la espera de algo que no se sabe muy bien qué es.
¡Es la estructura, estúpido! La inflación de los últimos 10 años muestra el límite de toda la arquitectura de un capitalismo estatal que ha organizado a la economía argentina desde el regreso a la democracia. Este estado de cosas se asemeja a un laberinto sin salida. Las usinas liberales piden como siempre un recorte drástico del gasto público, fácil de declarar desde los estudios de televisión, pero casi imposible de realizar desde la función pública donde el recorte que se pide (alrededor de 10 puntos del PBI) implicaría la expulsión de cerca de la mitad de la planta de empleados públicos nacionales, provinciales y municipales, una nueva ronda de privatizaciones, la eliminación de todos los planes sociales, y de toda la obra pública, tan cara para la dirigencia política. La cara oculta de la moneda son la cantidad de subsidios encubiertos que reciben las empresas, desde la posibilidad de importar con dólar subsidiado hasta la protección arancelaria y paraarancelaria que hace que la mayoría de los productos que los argentinos consumen estén entre los más caros del mundo.
La otra demanda empresarial es la flexibilización de las reglas del mundo del trabajo. Este punto resulta una radiografía del drama argentino. A las empresas les gustaría contratar y despedir empleados sin tener que pagar nada (como en el modelo norteamericano), pero a la vez prefieren tratar con el sindicalismo tradicional con el que pueden negociar “como en una reunión de amigos”, como le gustaba decir al legendario líder metalúrgico Lorenzo Miguel. Por otra parte, cualquier alternativa al sistema de indemnizaciones que funciona en Argentina es atacada sin piedad por las usinas “progres”, “buscándole el pelo al huevo”. Por omisión prefieren que casi la mitad de la población ocupada esté contratada de modo informal, facturando con un régimen de Monotributo fantasma, “en negro”, o directamente que muchas pequeñas y microempresas trabajen subdotadas de personal o con fuerza de trabajo familiar antes que contratar a alguien que podría eventualmente generales un juicio más adelante.
Ese problema verde. Todavía no deja de sorprender la decisión de Sergio Massa de haber tomado el timón de la economía en una situación tan delicada y que transcurre en una crisis política producto de la ruptura dentro del Frente de Todos. Si bien los argentinos pueden naturalizar todo, que el presidente y la vice (que lo eligió) no se dirijan la palabra es un síntoma de un problema serio y que dejará enseñanzas a futuro sobre la constitución de la alianzas para alcanzar el gobierno. En este marco complejo, Massa tomó decisiones necesarias, como volver a acordar con el FMI (la salida de Guzmán del Gobierno dejó el acuerdo casi en letra muerta), y lograr que los productores liquiden el remanente de la cosecha gruesa.
Los argentinos naturalizamos todo, pero que el Presidente y la vice no se dirijan la palabra es un problema serio..
El éxito del establecimiento del dólar diferencial de 200 pesos para los productores que guardaban sus granos esperando una devaluación demostró, al menos, dos cosas: que el dólar oficial no es real y que el sector agropecuario tiene una fuerza económica intacta. Sobre la primera premisa (el valor del dólar oficial) muestra algo que nadie quiere discutir abiertamente, un poco como sucedió hacia el final de la convertibilidad, el cepo cambiario está agotado. Hoy es inimaginable abrirlo; eso implicaría, en principio, neutralizar la deuda pública en pesos en letras del Tesoro; si no, es obvio que la devaluación puede llegar al infinito, y llevar a una hiperinflación. Con respecto a la potencia de este sector agropecuario, resulta medianamente claro que esos recursos no se vuelcan en la economía por fuera del propio ciclo, excepto en actividades puntuales, como la construcción. Ahí hay un problema o una solución, según cómo se mire. Es una necesidad lograr que los propios argentinos inviertan en el país.
Neuropolítica. En el plano político, la novedad la proveyó Facundo Manes, que por un minuto sacó a Cristina Kirchner de la agenda mediática. A las declaraciones de Manes se las puede calificar de mil formas, pero nunca de casuales. No fue un exabrupto, sino un evento calculado y medianamente ensayado. Si se quejaba que el PRO lo invisibilizó durante la campaña electoral de 2021, ahora salió de ese armario por sus propios medios y en el programa de televisión donde más ruido podía hacer. La comunicación política se anotó un poroto en la eterna recomendación de ser disruptivo.
Obviamente que en una primera lectura se observa a alguien que cree que está destinado a la presidencia de la Nación, pero que se enfrenta según su propia opinión con dos obstáculos del pasado: Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Manes tiene algunos atributos que demandan los ciudadanos: alguien nuevo (o, mejor dicho, con poco desgaste), con propuestas, preocupado por temas como la educación y la ciencia. Pero le faltan otras cualidades, como la fuerza de un liderazgo (que no puede ser coucheado) y la capacidad de articular apoyos políticos en forma capilar.
Otras lecturas sobre la disrupción de Manes muestran las necesidades tácticas de fortalecer otras candidaturas, en particular la de Martín Lousteau en la Ciudad de Buenos Aires y la del propio Horacio Rodríguez Larreta, pero a un alto costo personal. La única declaración asertiva de Macri (y que pasó un tanto inadvertida) fue el apoyo pleno de la candidatura a jefe de Gobierno a su primo Jorge. No obstante, la carta de negociación es la amenaza de una ruptura del bloque de Evolución (espacio político liderado por Lousteau y Emiliano Yacobitti, este último, además de diputado, vicerrector de la UBA). Esta posibilidad está siendo evaluada con atención por el daño electoral que podría producirle a Juntos por el Cambio. Las primeras mediciones indican que podrían restarle a JxC desde un 4% hasta un 8% en forma muy irregular, dependiendo el distrito, pero que, en definitiva, hace muy competitivo al kirchnerismo, que sigue con suma atención el caso.
De: Carlos De Angelis Sociólogo (@cfdeangelis).