La ‘jefa’ terminó cediendo, en nombre de la preservación del ‘movimiento’, ante la evidente derechización del electorado”, se escucha ya en las filas kirchneristas para justificar la entronización de Sergio Massa. La derechización de la fórmula presidencial no sería más que una movida táctica exigida por una población confundida por el hostigamiento de los “medios hegemónicos”. Invirtiendo aquello de que “el pueblo siempre tiene la razón”, la racionalidad es amputada del cuerpo popular para refugiarse en la cabeza de Cristina, que sacrifica sus pasiones ideológicas a fin de resguardar aquello en que las masas ya no creen, pero que volverán a creer luego del “ajuste neoliberal” en ciernes.
Esa explicación parte de una premisa falsa. No hay tal “derechización”, sino la completa derrota ideológica del kirchnerismo por parte del liberalismo. Triunfo tan brutal que ha dejado vacíos dos tercios del arco político.
“A mi izquierda, la pared”, podría decir, con toda justicia, un sorprendido Horacio Rodríguez Larreta. Pero este apabullante éxito liberal no es virtud propia, sino, más bien, el reflejo del fracaso kirchnerista. Es su absoluta incapacidad para gobernar un país que no comprende y un sistema, el capitalismo, que no entiende.
El kirchnerismo es un simple redistribucionismo punteril, carente de toda perspectiva de futuro. Una máquina de ganar elecciones con la plata de ese otro al que define como “la patria”, una población trabajadora a la que no deja de esquilmar, pero de la que pretende la pleitesía de la resignación. No hay planes de industrialización, de conquista de mercados, de ampliación de la riqueza social; no hay programa político que diseñe una Argentina pujante y laboriosa.
La Argentina K es “inclusiva” solo bajo la forma de un gigantesco plan social, del “capitalismo de amigos” y su “constitución” escrita en la causa de los cuadernos. Es a ese empirismo de la dádiva y a esa prepotencia del privilegio “de casta” que las masas escapan. Una cárcel que ya no soportan.
Las elecciones provinciales dejan señales claras. Milei no hace pie en ningún lado. Los que ganan han sabido “redistribuir”, aunque más no sea al modo de “caudillo”. Allí donde alguno dice “ajuste”, la provincia le estalla en la cara, como a Morales. En el resto, la contracara de las “victorias” es un ausentismo y un voto en blanco que superan lo de 2001.
Un “que se vayan todos” silencioso, inorgánico, que no encuentra representante. Un espacio de más del 30% del electorado al que Cristina le sacó el cuerpo. Tenía a mano la epopeya de “Demóstenes”, como apela Asís a De Pedro: hijo de la generación diezmada, de padres desaparecidos, con la capacidad visible de “empoderarse” y superar sus propias limitaciones, Wado era el candidato ideal. En medio de la desbandada, sale a la palestra, encara al público y hace, con coraje, lo que peor le sale: hablar.
Y dice: “No todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi voz”. Wado de Pedro-Natalia Zaracho: fórmula para sacudir la tierra, para embravecer los mares de multitudes en la triste calma chicha de la soledad política. Con un programa tibiamente centroizquierdista (no pidamos revoluciones al olmo peronista), habría abrazado millones.
Cristina los hubiera podido presentar en esa plaza que llenó tantas veces, para su propia y mezquina conveniencia, y decir: “Aquí están mis hijos, aquí está el futuro, ahora yo me callo, porque la patria es del otro, del que habla a duras penas, de la que junta cartón, de la que arrastra niños en vagones atestados, del que agacha el lomo y labura”. Un huracán de esperanza hubiera sacudido el país, decenas de miles de militantes hubieran vuelto a la trinchera, a galopar las rutas llevando la nueva palabra. Pero no. Prefirió la “ventajita” de nombrarlo a “Ventajita”.
La explicación a esta verdadera traición imagina conveniencias tribunalicias y estrategias defensivas para retener distritos estratégicos. Pero el asunto es mucho más amplio. Los límites de Cristina son sus límites de clase: desatar las pasiones de ese 2001 aletargado es peligroso. Vale recordar que, antes que cualquier otra cosa, Cristina es una defensora del capitalismo que sabe que lo que se desboca puede terminar mal, para ella y para su clase.
En esto deberían pensar aquellos que, aturdidos, no entienden: han sido traicionados en su buena fe; el kirchnerismo es una estafa y es hora de construir, contra reloj, otra cosa. Algo sin límites.
De Cedoc Perfil