Vladimir Putin no es -ni en su vida personal ni en su actividad política- un ejemplo de caballero cristiano. Pero su programa ultranacionalista cuenta con el renacimiento de la religiosidad popular como ariete de su proyecto. En este empeño la sintonía del Kremlin con la jerarquía ortodoxa de Moscú es total. Y muy en particular con el patriarca de Moscú, Kirill -amigo personal de Putin-, que estos días ha mantenido un mutismo total tras la invasión de un pueblo hermano.
Ucrania es, para los nacionalistas rusos, la madre patria de su religión y su cultura desde el siglo X. La Iglesia ortodoxa ucraniana -a la que pertenece la mayoría del pueblo ucraniano- ha dependido desde hace siglos del Patriarcado de Moscú, hasta que en 2014 decidió erigirse en iglesia nacional, y en 2019 recibió el espaldarazo del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla para constituir una autocefalía en Kiev.
La alianza entre el trono y el altar es otro de los extraños anacronismos que, en pleno siglo XXI, muestra Rusia a los ojos del mundo. En cierto modo demuestra que un siglo de ateísmo militante comunista fue incapaz de desarraigar la profunda fe cristiana del pueblo ruso. También muestra la facilidad con que los políticos populistas agitan los sentimientos religiosos en favor de su causa. En el verano del año pasado, Vladimir Putin escribió: «Nuestra unidad espiritual también ha sido atacada» por la decisión de los ortodoxos ucranianos de separarse de la disciplina del Patriarcado de Moscú.
La decisión del patriarca ecuménico de Constantinopla -'primus inter pares'- de reconocer a Kiev como Patriarcado autocéfalo, ha envenenado aún más las las relaciones entre las distintas ramas de los ortodoxos. Dentro de Ucrania, la situación también es compleja. La mayor parte de los 41 millones de ucranianos son ortodoxos, pero están divididos en tres sectores: el que sigue vinculado al patriarca de Moscú, el de la nueva Iglesia nacional de Ucrania, y el constituido ya autocéfalo con anterioridad en la diáspora. El país cuenta además con una importante minoría católica, de rito no latino pero unida a Roma, que llega hasta el 10 por ciento de la población.