Hiperinflación: cerca, pero no tanto

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    El alza del IPC de abril fue muy alta (6%) como la medición interanual (58%) pero debajo de esa foto, se desliza una película más preocupante. Una proyección de ese mismo mes arroja 101% anual, pero, aun entendiendo que podría ser una excepción, la proyección de los cuatro primeros meses del año arroja 86,5%. Se confirmaría esta cifra si las estimaciones de mayo no se alejan del promedio anterior. Por ejemplo, la de C&T Asesores Económicos arrojaría alrededor de 5,2% y una cifra similar la proyección de EcoGo luego de tres semanas: 5,3%. Al parecer el piso del 45% que incluía el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional ya quedó en el olvido. Los primeros que lo perciben son los sindicalistas, pilotos con muchas horas de vuelo en su haber, que van pidiendo 60% como piso en sus paritarias, pero con cláusulas gatillo o compromiso de reapertura. La efervescencia en los reclamos sociales también huele una inflación acelerada: según IDESA, en 2021 se gastó en la totalidad de beneficios sociales 4,5% del PBI (ver nota de tapa). ¿Es esto la antesala de una hiperinflación o ya estamos viviendo ese proceso, pero de “baja intensidad”?

    La economista Diana Mondino, profesora de la UCEMA, señala que no hay un límite preciso para acercarse a la híper. “Quizás ocurre cuando muere la moneda local y nadie la quiere. No es solamente un número (50%) que en Argentina ya hemos superado hace tiempo. Pero será difícil entrar de lleno en un proceso de hiperinflación mientras el Estado siga recibiendo pesos para cobrar los impuestos”, sostiene. “Creo que un shock de oferta es la mejor opción para absorber la cantidad de pesos sobrantes en la economía, pero eso no está ocurriendo”, afirma.

    Por su parte, Jorge Vasconcelos, economista jefe del IERAL, muestra su preocupación por la velocidad con que se van ajustando las variables. “Pese a que el programa acordado con el FMI limita la emisión de pesos del Banco Central a favor del Tesoro, la dinámica de inflación y expectativas se encuentra en el peor momento”, advierte en el último informe de la entidad.

    La historia. Con una rápida visita a cualquier sitio de divulgación económica hay algo en lo que Argentina es protagonista principal: la inflación. Y no es porque acá se hayan dado picos de alza de precios, como en Alemania en 1923, Grecia durante la Segunda Guerra Mundial o la Venezuela chavista. A pesar de algunos períodos en que los precios aumentaron casi 200% (julio de 1989), la inflación en Argentina se caracterizó por su persistencia. Después de la inusual década de la convertibilidad que incluyó, incluso, períodos de deflación, el IPC retomó su dinámica en 2005, luego del lógico reajuste de 2002 con el impacto de otra híper: la devaluación del peso de más del 200%. Tanto que forzó la intervención del INDEC y la aparición del “dibujo patriótico” del exsecretario Guillermo Moreno que llegó, incluso a los tribunales de Nueva York por una demanda de bonistas que se vieron afectados por la eventual manipulación estadística.

    El factor dinero. Una clásica grieta entre economistas parece haberse zanjando al a luz de la experiencia argentina. Con los datos de la inflación en la mano, irrefutables, quedaba por concluir cuál era la relación que tenía con la tasa de emisión monetaria (billetes y de creación bancaria). Pero el vértigo inflacionario parece haber sentenciado a favor de la correlación entre el ritmo de alza de precios y el de creación de moneda.

    Francisco Gismondi, economista jefe de Empiria Consultores, la clave del sostenimiento del esquema monetario está, justamente, en las restricciones que fue agregando el Gobierno para limitar los efectos de la súper emisión monetaria a partir de la pandemia.

    “Lo esencial fue mantener la demanda de dinero, ya que cuando esta cae, colapsa todo el sistema monetario y casi desaparecen los pesos. El plan platita generó la inflación actual y allí podemos ver que el lapso de tiempo entre más gasto y su efecto monetario se está dando más rápido, porque en general, cuanto más estable es un país más tarda en impactar”. Gismondi remarca que en Argentina ese “delay” era de entre 6 y 12 meses, pero este plazo se acortó.

    Las razones de este “rebrote” son varias, pero las sintetiza en dos factores importantes. El primero, que no hay instrumentos de ahorro que puedan ganarle a la inflación, lo cual alienta a sacarse los pesos de encima y eso aumenta la velocidad de circulación del dinero. Otras cuestiones que influyeron en el corto alzo tienen que ver con aspectos externos (alteración del real, la guerra en Ucrania y su impacto en el precio de los commodities; los fletes más caros; salarios, tarifas, etc.). “Pero en, síntesis, en el largo plazo es todo monetario porque incluso la guerra no afectó más que marginalmente”, concluye Gismondi.

    El artículo “Some monetary facts”, de George T. McCandless Jr. y Warren E. Weber, publicado en 1995 en un “journal” sobre economía, el Federal Reserve Bank of Minneapolis Quarterly Review llegó a una conclusión contundente. Tomó 110 países por un período de 30 años (1960-90) para indagar sobre el vínculo entre la tasa de emisión monetaria y la inflación para constatar que existe una fuerte correlación entre ambas variables; que los aumentos de precios no se correlacionan con un aumento en la oferta de bienes y que la inflación es inversamente proporcional a la tasa de aumento de la producción. Con la particularidad, que McCandless es un economista estadounidense que se incorporó hace dos décadas al staff de investigadores del Banco Central y enseñó en cursos de posgrado en universidades del país sobre política monetaria.

    El camino. Si aceptamos la influencia decisiva del papel de la emisión monetaria en la inflación actual, no habremos descubierto nada nuevo. Pero sí, viendo la dinámica y la causas por las cuales va subiendo escalones sin solución a la vista.

    Vasconcelos refuerza la idea de que el déficit fiscal no se está reduciendo de forma consistente, lo que arroja dudas sobre el cumplimiento de esa meta. “El gasto público en marzo subió 20 puntos porcentuales por encima de los ingresos genuinos, en parte por el hecho que los subsidios, en lugar de achicarse este año en términos del PBI, se estarían incrementando en 0,8%”, advierte.

    A la hiperinflación no se llega por un deseo de licuar pasivos estatales, sino a veces por la buena intención de evitar una recesión. Gismondi enfatiza que, si la inflación sigue corriendo al 5 o al 6% mensual y la emisión monetaria va al 1%, hasta se podría tener ambas cosas al mismo tiempo: inflación y recesión. En 2020 se emitió por 7% del PBI, en 2021, 4% y el compromiso con el FMI para este año da otro 4% (1% para el Tesoro y 3% para afrontar deuda interna), de los cuales para el 30 de junio se habrá emitido la mitad. Esto, considera que ya es muy desafiante porque la temporada fuerte de emisión es, históricamente, en el segundo semestre.

    Como también observa Esteban Domecq, no todos los precios de la economía están “andando” a la misma velocidad por lo que “la economía argentina está acumulando inflación reprimida, producto de los cambios en precios relativos que se han originado en estos tres años como consecuencia de cepos, controles, congelamientos y restricciones en general”. La hiperinflación no es una realidad actual, pero el camino hacia una dinámica cualitativa diferente está pavimentado de buenas intenciones.

    Por: TRISTÁN RODRÍGUEZ LOREDO

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