Nunca los ingresos de los CEO de las grandes compañías estadounidenses fueron tan dispares respecto a los de los empleados: más de 2 mil por ciento en varios casos. Y uno de los ejemplos más significativos es el de Amazon. Su gerente general, Andy Jassy, ganó el año pasado 213 millones de dólares. Y el sueldo promedio de un trabajador fue de 32.855. Un fenómeno que se fue desarrollando a la par de la pérdida de peso de los sindicatos.
Cuando se informó que Andy Jassy, el director ejecutivo de Amazon, embolsó en 2021 alrededor de 213 millones de dólares como pago por su trabajo, a pocos se les movieron más que las cejas y se les fruncieron los labios en señal de resignación un poco frustrada. Ni siquiera el hecho de que esa suma represente 6.474 veces el salario promedio de los empleados del gigante del comercio electrónico (32.855 dólares anuales) provocó sorpresa.
Después de todo, se trata de un fenómeno que marca la economía estadounidense desde hace décadas.
Ya en 2007 lo articulaba claramente un dirigente demócrata. Cada año, después de que el presidente de turno presenta ante el pleno del Congreso su esperado mensaje sobre el Estado de la Unión, un representante de la oposición pronuncia un contra-discurso. El 23 de enero de ese año el jefe de la Casa Blanca era el republicano George W. Bush y quien estuvo a cargo de la respuesta demócrata fue Jim Webb, en ese entonces senador por Virginia.
“Cuando uno mira la salud de nuestra economía, es casi como si estuviéramos viviendo en dos países diferentes”, se quejaba Webb. “Algunos dicen que las cosas nunca han sido mejores”, que “el mercado de valores está en su punto más alto, al igual que las ganancias corporativas”, describió.
“Pero estos beneficios –denunció Webb– no están siendo compartidos equitativamente”. Y compartió una historia: “Cuando me gradué de la universidad, el director ejecutivo corporativo promedio ganaba veinte veces lo que ganaba el trabajador promedio. Hoy es casi 400 veces”, apuntaba, en referencia a los números de 2007. Para que quedara bien en claro, Webb explicó que eso significaba que “al trabajador promedio le toma más de un año ganar el dinero que su jefe gana en un día”.
Quince años y medio después, cuando a principios de junio se conocía la cifra en el cheque del sucesor de Jeff Bezos al frente de Amazon, la revista Fortune señalaba que el “400 veces” presentado por Webb en aquella respuesta al discurso sobre el Estado de la Unión de Bush quedó en el pasado.
Varios directores ejecutivos de empresas en el ranking Fortune 500 “ganaron más de mil veces lo que ganó el empleado medio de su empresa” en 2021, comentó la revista estadounidense, que se animó a decir que “Andy Jassy se lleva la palma” del primer lugar entre los supersalarios.
Ninguna otra compañía del famoso ranking “se acerca a la proporción de pago de CEO/empleado de Amazon”, continuó el reporte de Fortune. Sin embargo, precisó, el año pasado siete compañías dieron a sus directores ejecutivos paquetes de pago por valor de más de 2 mil veces el salario medio de un trabajador: Warner Bros. Discovery, Expedia, Gap Inc., ManpowerGroup, McDonald’s, TJX Companies y Yum Brands.
Los datos de un informe de agosto de 2021 del Economic Policy Institute, un think tank de la ciudad de Washington –citado por Fortune–, muestran que, desde 1977, el salario de los directores ejecutivos se disparó un 1.322 por ciento, mientras que la compensación de un empleado “típico” creció apenas un 18 por ciento entre 1978 y 2020.
Fortune destacó que el valor de esos gigantescos salarios se infló en gran parte porque las adjudicaciones y opciones de acciones “se han convertido en un componente mayor de la remuneración de los ejecutivos”.
En cualquier caso, “el pago exorbitante de los directores ejecutivos es un importante contribuyente a la creciente desigualdad” en la economía de Estados Unidos, aseguró el Economic Policy Institute, según el cual ese factor “se podría eliminar sin mayores problemas”.
Además, continuó el centro de estudios de la capital norteamericana, de orientación progresista, los CEO “obtienen más debido a su poder para establecer salarios” y porque gran parte de sus ingresos (más del 80 por ciento) “está relacionado con acciones, no porque estén aumentando su productividad o posean habilidades específicas de alta demanda”.
“Los economistas neoclásicos –apunta Omar Ocampo, uno de los investigadores del Institute for Policy Studies– nos dicen a menudo que las desigualdades que existen entre un CEO y el trabajador promedio son una respuesta directa a los principios de oferta y demanda en el mercado laboral, que se necesitan salarios grandes para atraer al mejor talento posible y que se otorgan paquetes de compensación aún mayores para recompensarlos por su productividad, los riesgos que asumen y las contribuciones que brindan tanto a la empresa como a la sociedad”.
“Esto suena como un argumento lógico y convincente, pero solo si uno elige ignorar la evidencia”, añade Ocampo en una entrevista con PERFIL vía correo electrónico.
Ocampo dice que diversos estudios vienen “demostrando que estas enormes diferencias salariales son un fenómeno relativamente reciente”, y que la relación entre la compensación de un CEO y sus trabajadores “era de una proporción de 27 a 1 en 1980 y ahora, de 351 a 1”.
“¿Hay algún dato que demuestre que los CEO de hoy son trece veces más productivos que sus predecesores?”, se pregunta. Y se responde: “Lo más probable es que no”. Por otro lado, sigue: “¿Aumentó la productividad de los trabajadores en los últimos cuarenta años? Absolutamente. Sin embargo, los ingresos se están concentrando en una pequeña minoría”.
Para este especialista, y para la mayoría del escenario político estadounidense desde el ala progresista de los demócratas hacia la izquierda, “nadie discutirá que los gerentes y CEO calificados con mayor productividad y más responsabilidad merecen una paga mayor, pero no hay nada en el capitalismo moderno que justifique el alcance de estas brechas salariales”.
Ocampo admite que este fenómeno “llegó para quedarse, pero solamente si la izquierda y la clase obrera siguen desorganizadas”, dice con algo de esperanza.
Sin embargo, esa esperanza podría estar bastante alejada de la realidad y de las tendencias. Un informe de enero de 2020 del Pew Research Center, una de las más prestigiosas instituciones de investigación de Estados Unidos, armó un elenco de razones detrás de la desigualdad de ingresos y riqueza que parece difícil de perforar.
“El aumento de la desigualdad económica en Estados Unidos –dijo el Pew– está ligado a varios factores”, y todos ellos parecen estar instalados como para quedarse para siempre, o al menos un tiempo muy largo. Esos factores incluyen, “sin ningún orden en particular, el cambio tecnológico, la globalización, el declive de los sindicatos y la erosión del valor del salario mínimo”, enumera la lista.
En 1965, puntualiza Ocampo, un tercio de la fuerza laboral del sector privado de Estados Unidos era miembro de un sindicato, con una brecha salarial entre el CEO y los trabajadores de 15 a 1, mientras que hoy en día la tasa de afiliación sindical es del 6 por ciento y la relación de brecha salarial es de 351 a 1. “Este conjunto de circunstancias también tiene otros efectos negativos: estancamiento de salarios, aumento del trabajo precario, menos derechos laborales, menos beneficios y más inseguridad económica”, señala.
Trump. Claro que, más allá de estas variables de largo plazo, también hay razones coyunturales que abrieron todavía más la brecha salarial y de ingresos en Estados Unidos. Para algunos comentaristas, una de esas principales causas tiene nombre y apellido: Donald Trump.
En una columna de enero de 2021 en la revista The Hill, una importante publicación estadounidense que se concentra en la cobertura del Congreso y la Casa Blanca, el analista Jeff Kucik opinaba que “es difícil seleccionar solo un tema que defina el legado del presidente Trump”.
“Está su trágico mal manejo de la pandemia de covid-19, su alienación de los aliados de Estados Unidos, incluso están sus guerras contra la ciencia y el Estado de derecho –escribió Kucik–. Cualquiera de estos desastres proporcionaría una línea adecuada para los libros de historia”, argumentó. “Pero debemos agregar algo igualmente importante a esta lista: cuatro años después de que Trump asumiera el cargo”, decía en 2021, la desigualdad de ingresos “continúa creciendo”. Y lo que es peor, “está creciendo a un ritmo más rápido que durante cualquiera de las últimas cinco administraciones” que se instalaron en Washington.
Irónicamente, Trump llegó al poder, entre otras razones, empujado por un enorme segmento de los propios estadounidenses dañados por la brecha en los salarios y la riqueza, sostiene el columnista.
Para cuando llegaron las elecciones de 2016, “parecía que los votantes estaban hartos”, se lee en el artículo de The Hill. “Aprovechando la desilusión generalizada con la economía, Trump hizo campaña con la promesa de hacer algo al respecto” y, “entre otras cosas, prometió restaurar la debilitada base manufacturera de Estados Unidos y enfrentarse con firmeza a los mercados emergentes, a los que mucha gente culpa por desviar empleos de la economía” local.
“Desafortunadamente, las cosas han empeorado, no mejorado”, sentenció Kucik.
Los números citados por el analista son “reveladores”, afirmó. En particular, la distancia que separa los segmentos de ingresos más altos y más bajos de Estados Unidos creció casi un 9 por ciento anual bajo Trump, según datos de la propia Oficina del Censo.
Además, ese desalentador aumento resultó ser más rápido que en períodos anteriores: de 1990 a 2015 –mostraron las cifras de otro reporte del Pew–, el crecimiento de la brecha fue de alrededor del 7 por ciento durante un período que incluyó tres recesiones.
Historia. Poniéndose a hacer historia, Ocampo va un poco más allá en el tiempo y acusa a uno de los predecesores republicanos de Trump, Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos entre 1981 y 1989. El ex actor, dice el investigador, aprovechó para llevar adelante una “contrarrevolución” basada en ideas que habían ganado popularidad “una década antes de su administración, cuando la economía estadounidense entró en un período de estanflación, con decrecimiento económico, aumento de la inflación y desempleo”.
Era la situación ideal, continúa, para avanzar sobre los sindicatos, el poder gremial con duros músculos políticos que lo hacía, en ese entonces, un jugador muy importante en la vida social y económica de los norteamericanos. “Con la llegada de Ronald Reagan a la presidencia, comenzó el ataque a los sindicatos y al Estado de bienestar”, resume Ocampo en el intento por rastrear los orígenes de la situación actual de inequidad en el país.
Saltando otra vez unas cuantas décadas, otra señal de que el problema preocupa en estos días, no solamente a la izquierda y a los demócratas progresistas, es la campaña que, contra la inequidad salarial y en los ingresos, está llevando adelante una inesperada aliada de los trabajadores “típicos”.
Hija de Roy E. Disney (quien cofundó The Walt Disney Company con su tío abuelo, Walt), Abigail Disney es una de las voces más potentes en esta singular lucha político-económica estadounidense. Pero no se trata solamente de palabras y declaraciones a la prensa: Abigail, una conocida productora de documentales (y también millonaria, por supuesto), estaría llevando adelante una operación para recortar el salario anual de Bob Chapek, el CEO de la multinacional de Mickey Mouse y el Pato Donald.
El cheque más reciente que recibió Chapek tenía un número interesante, 32,5 millones de dólares, un monto que a Abigail le parece exagerado. Por eso, según reportó el New York Post en junio último, la heredera está “cortejando secretamente” a numerosos inversores institucionales para impugnar la compensación de Chapek.
Abigail Disney, recordó el diario neoyorquino, “tiene antecedentes de criticar el pago de los ejecutivos” en la compañía, y una vez se refirió a la “ganancia inesperada” de Robert Iger, actual presidente y ex CEO, como “insana”. En aquel momento se determinó que Iger ganaba 1.424 veces el salario promedio de los empleados de Disney. Algo que no le cayó nada bien a Abigail ni, por supuesto, a los trabajadores de la multinacional.
Y ahora, quién sabe. Quizá la carta brava del movimiento contra la inequidad en Estados Unidos sea la heredera del imperio de Pluto y Tribilín.
De:Marcelo Raimon Ex corresponsal en Washington y en Israel. Escribe sobre temas de Estados Unidos, Medio Oriente y tendencias.