Textiles argentinos piden protección: en Australia crecieron con apertura

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    Agobiado por la recesión, el país oceánico decidió en los 90 dejar el proteccionismo y abrir la economía. Desde entonces no para de crecer.

    La crisis económica y un posible cambio de modelo a partir del 10 de diciembre próximo -según lo que permite presumir el resultado de las PASO- vuelve a reavivar en la Argentina el eterno debate: cómo hacer para crecer. Eso quedó reflejado, la semana pasada, en la convención anual de la Fundación Pro Tejer, un tradicional evento que nuclea a las empresas de la industria textil local. El encuentro estuvo dominado por las críticas de los empresarios del rubro a la política llevada adelante por el Gobierno de Mauricio Macri que provocó, según los datos aportados, la pérdida de unos 50.000 puestos de trabajo y el cierre de más de 4.000 empresas. De hecho, no había ningún funcionario oficial en el lugar y sí, en cambio, participó Matías Kulfas, un referente económico de Alberto Fernandez.

    Aparte de las quejas, se escucharon muchos reclamos con el eje puesto en el freno de las importaciones de productos. El expresidente de la entidad, Jorge Sorabilla, durante un almuerzo con periodistas, resumió la situación: “Entre la baja de impuestos y la protección arancelaria, preferimos esta última porque es de fácil implementación. El tema de los impuestos es más complicado y lleva tiempo”.

    Este dilema -apertura vs. proteccionismo - fue superado en muchos países, para un lado o para el otro, hace ya algún tiempo, con resultados diversos. Un ejemplo para tener en cuenta podría ser el de Australia, un país que tiene algunas similitudes básicas con la Argentina. Amplio territorio, baja población, geográficamente periférico y gran cantidad de recursos naturales.

    Hasta hace tres décadas atrás, con una economía cerrada, se encontraba en una profunda crisis con una recesión prolongada, desempleo en alza y una inflación descontrolada, dentro de sus parámetros. Todo eso llevó a que se produjera un fuerte debate en el Gobierno y la sociedad sobre la solución a esos problemas. El primer ministro de entonces, el laborista Bob Hawke, fue el encargado de llevar adelante una transformación económica que se mantiene hasta hoy. Basado en instituciones independientes de la clase política y siguiendo las sugerencias de una comisión autárquica de competitividad (algo hoy impensado en la Argentina), se decidió entrar en una proceso paulatino de recortes de subsidios y apertura económica. Concretamente, se definieron los sectores en los que tenían que hacer foco y se les quitaron beneficios a otros que no eran eficientes.

    Así se llegó a la conclusión, en 1991, de que los contribuyentes no debían sostener con sus impuestos a fábricas automotrices como Ford y General Motors, entre otras, que producían autos caros para los australianos y que, por esos altos costos, no podían ser exportados. En un proceso de 20 años fueron cerrando todas plantas y se abrió la importación. Paralelamente, se implementó un plan de capacitación para reconvertir a los trabajadores que se quedaran sin empleo a otros sectores como el turismo, los servicios y la minería. El resultado fue que, con precios más accesibles, se duplicara en pocos años las ventas de 0 km.

    Otro de los sectores que tenían una fuerte protección era el textil que producía productos caros por el alto nivel de protección con aranceles entre el 30% y el 80%. Esto impedía que fueran competitivos para exportar. De manera gradual se fue quitando la protección y reconvirtiendo a la industria que producía “todo pero caro” a especializarse en determinados rubros para poder exportar. El principio que guió este cambio fue empezar a considera a los aranceles eran un subsidio que pagaban todos los habitantes. El resultado de esas políticas provocó un cambio profundo que llevó al país a no entrar en recesión desde hace 28 años, con un fuerte aumento del PBI per cápita de la industria manufacturera (ver cuadro).

    Diego Berazategui, director de consultora Akrom y presidente de la Cámara de Comercio Argentina en Australia, explicó que “los derechos de importación eliminan la competencia en el mercado local y los fabricantes dimensionan sus empresas para vender en un mercado cautivo. Así, los productos importados se venden en la Argentina al doble o al triple que lo que se venden en Australia. Sólo en 2017, la política de subsidiar al sector textil le costó a los argentinos $30.000 millones anuales.”

    En tanto, del otro lado del mundo -agrega Berazategui- los resultados son otros:

    Desde que el Gobierno australiano tomó la decisión de abrir la economía, el PBI per cápita de Australia creció 6 veces más rápido que el de Argentina.

    En la actualidad, el sector textil australiano aporta el 30% más al PBI que el argentino.

    Poniendo el foco en áreas de valor, el sector textil australiano exporta 7 veces más que el argentino.

    En Australia, con la mitad de la población argentina, la industria textil emplea a 33.000 personas (0,12% de la población) mientras que en el país ocupa a 98.000 (0,21% de la población).

    Australia pone el foco en áreas de diseño, con alto valor agregado, mientras que la Argentina mantiene el modelo de sustitución de importaciones.

    En estos casi 30 años, la Argentina pasó por distintas políticas económicas pero, su mayor parte, con sesgo proteccionista. Es normal, cuando se viaja o se navega por internet, comprobar que los argentinos pagan mucho más caro por indumentaria de lo que cuesta en otros países. A favor de los industriales locales hay que puntualizar que el nivel impositivo argentino sacan de competitividad a casi cualquier industria. El debate está abierto y lo plasmado en la convención de la fundación Pro Tejer muestra que será unos de los principales temas de agenda desde diciembre. Un dato para tener en cuenta: el primer ministro australiano Hawke, antes de dirigir el país, había sido presidente de la Australian Council of Trade Unions, la versión oceánica de la CGT local.

    Por Horacio Alonso

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