Las protestas violentas y masivas en Chile y Bolivia indujeron a muchos a caer en interpretaciones atávicas, propias del siglo pasado. Se señala con ligereza que la insatisfacción de las mayorías en Chile desmiente los logros económicos y sociales generalmente asociados con el neoliberalismo y que la renuncia del ex presidente de Bolivia responde a un golpe de Estado de grupos poderosos que se oponen a las políticas “antineoliberales” de Evo Morales. Las evidencias no soportan estas interpretaciones. Chile es un país que viene creciendo económicamente desde 1990, cuando recuperó su democracia. Es tan robusto y sostenido su crecimiento que pasó de tener un PIB per cápita en dólares de US$ 2.600 en 1990 a US$ 15.000 en 2018. O sea, lo multiplicó por 5. Argentina, en el mismo período, hizo pasar su PIB per cápita en dólares de US$ 4.300 a US$ 8.700. O sea, apenas lo duplicó.
Gracias a este crecimiento, Chile redujo la pobreza a un dígito y acompañó con importantes logros sociales como la tasa de mortalidad más baja, los mejores resultados educativos y la expectativa de vida más alta de la región. Lo que faltó es más sensibilidad con el tema de la desigualdad. Chile sigue siendo un país con un coeficiente de Gini cercano a 0,5 lo cual es inconsistente con el nivel de desarrollo alcanzado. Este déficit en materia de desigualdad es la contracara de un sistema político que no es muy inclusivo y que ahora empezó a avanzar en su modernización con el llamado a la reforma constitucional. En suma, las mayorías no están cuestionando el modelo económico chileno sino su mezquino sistema político.
Bolivia, por su parte, bajo el Gobierno de Morales hizo lo suyo en materia de crecimiento económico y social. Entre el 2006 (cuando asume Evo) y el 2018 el país hizo pasar su PIB per cápita en dólares desde US$ 1.200 hasta US$ 3.500, o sea, casi el triple, cuando Argentina en el mismo período lo hizo crecer sólo 47% (pasando desde US$ 5.900 a US$ 8.700).
Si bien Bolivia sigue teniendo un ingreso per cápita menor que Argentina, es de remarcar que a dicho crecimiento lo logró casi sin inflación (4% promedio anual) y sin endeudarse irresponsablemente (36% del PIB de deuda pública). Argentina en el mismo período tuvo una tasa de inflación promedio anual de 30% y tiene hoy una deuda pública de más del 100% del PIB.
En lo que falló Bolivia es en que, si bien construyó instituciones políticas más inclusivas que Chile que permitieron a los representantes del indigenismo llegar al poder, no supo construir instituciones democráticas sólidas que impidan que un líder importante (como Morales) pugne por cualquier medio a eternizarse en el poder. Más allá de lo que diga o no su Constitución, si se respetaban los recambios de gobernantes que requiere toda democracia gran parte de la tragedia boliviana se hubiera evitado. Hacia el futuro, más que ponerse a discutir si fue o no golpe de Estado, Bolivia tiene que ponerse a trabajar –como hizo Chile con su sistema político para darle más apertura– en su sistema de ejercicio de las prácticas democráticas.
De todas formas, saliendo de la mirada coyuntural, y tratando de ver más el horizonte, surge que América Latina avanza. Lo que pasa es que lo hace a los tumbos, trastabillando, cayendo y levantándose. Chile pudo crecer sostenidamente y progresar socialmente, pero no supo modernizarse políticamente. Bolivia supo crecer y progresar socialmente, pero no supo construir un sistema democrático sólido y respetado.
Para entender más palpablemente lo que pasa en Chile y Bolivia sirve más que nunca el contraste con Argentina. Porque nosotros, a diferencia de Chile, supimos crear un sistema político muy abierto y plural (al punto que la mayoría de los que conforman las listas para diputados y senadores en los tres niveles de gobierno son perfectos desconocidos); y a diferencia de Bolivia supo construir una democracia muy robusta (ni siquiera la sucesión de renuncias de varios presidentes en la crisis del 2001-2002 puso en cuestionamiento la democracia como institución).
Lo que Argentina no pudo construir, a diferencia de Chile y Bolivia, son instituciones económicas y sociales que generen crecimiento sostenido y reducción de la pobreza. Argentina sigue atrapada en la atávica idea de que el equilibrio fiscal es “neoliberal”, que la emisión monetaria es una herramienta de reactivación económica y que las deudas no se pagan por el sólo hecho de que se pasan a considerar muy difíciles de pagar.