El presidente, que está terminando su espinoso mandato subido a un atril, mezclado entre la gente, adoptando posturas de "tribuna" que antes evitaba, sabe que será el primer mandatario no peronista en culminar su período desde que lo hizo Marcelo T. De Alvear en 1928. Algo que parece mucho, pero tiene sabor a poco.
Pero también sabe que, en la democracia moderna, las salidas de Alfonsín, en 1989 y De la Rúa, en 2001, fueron demasiado traumáticas por la grave situación social en la que se produjeron. Y que esos traumas políticos y sociales, que precipitaron las salidas anticipadas de ambos gobiernos no peronistas, generaron también un vacío de poder en ese sector de la política, al que le costó mucho tiempo encontrar un rumbo y un líder opositor. Tardó diez años en hacerlo después de Alfonsín y casi veinte, después de De La Rúa. El otro lado de la historia nos recuerda que, ante la falta de una oposición unida y bien liderada, en esos períodos el peronismo administró el poder prácticamente sin control ni condicionamientos.
Por eso, Mauricio Macri, que siempre intentó mostrarse como un hombre de gestión, un administrador, lejos del rol del político tradicional, sabe también que, si así le toca el 27 de octubre, no es lo mismo "irse a casa" por la puerta trasera de la Rosada, que salir escoltado por la imagen de una movilización multitudinaria.
Nadie, cerca del presidente, acepta hablar de un escenario sin ballotage, pero si este se da, Macri tiene mucho para convertirse en el principal candidato para liderar la nueva oposición. "Está dejando un claro mensaje en ese sentido", suelen decir en su entorno. Lo saben sus socios más íntimos, como Horacio Rodríguez Larreta o María Eugenia Vidal, posibles competidores de ese liderazgo, pero también sus aliados más escamados, como el promisorio Alfredo Cornejo o el siempre difícil, Martín Lousteau, que comienzan a reunir pergaminos para erigirse como el líder opositor necesario, pensando en lo que puede venir.
Jorge Macri, intendente de Vicente López y primo del presidente no duda: "Mauricio está cambiando, se convierte en un dirigente político dispuesto a pelear para seguir en el poder, si como todos queremos reelige, o en todo caso, lo será liderando un espacio opositor. Pero se queda a pelearla", dice convencido.
La esperanza "macrista" renació de la mano de un aire fresco, que comenzó a soplar en favor del oficialismo de abajo hacia arriba. No fue el equipo de campaña, ni ningún cerebro estratégico, al que se le ocurrió "mover el avispero", dejando de lado las redes, un modo tan característico en la forma de comunicar del gobierno, para sacar gente a la calle. Se sabe que no está en el ABC de las estrategias políticas intentar ganar la calle en medio de una delicada y desfavorable situación económica.
Fue exactamente al revés, hubo un sector de la sociedad que despertó al oficialismo autoconvocándose el 24 de agosto a Plaza de Mayo cuando comenzó a gestarse el #SíSePuede que, con el correr de los días, terminó siendo algo más que un eslogan para impulsar dar vuelta un magro resultado electoral. Sienten que es más que eso, comenzó a leerse en el oficialismo como un nuevo contrato social entre el Gobierno y aquellos que salieron a pedir ser representados. Este contrato tiene dos lados: damos, pero pedimos. Un lado A: "apoyamos la continuidad de este proyecto republicano para contener el regreso del populismo" y un lado B: "Exigimos que nos representen y que estén a la altura del desafío".
La gente en la calle, las movilizaciones, el compromiso que transmitieron cada una de las marchas que viene realizando por distintas ciudades, en medio de una crisis que golpea la casa de todos sin preguntar si allí viven republicanos o populistas, le dieron el oxígeno que Mauricio Macri precisaba para volver a subirse a la pista tras la obligaba parada en boxes, luego de las PASO.
Hubo un cambio sensible y notorio en el presidente a medida que se suceden las marchas. "Es otro", dicen quienes lo acompañan en su recorrido por el país. "Ahora, hasta hace una pausa para escuchar a la gente cuando habla en las plazas, escucha y luego retoma", destacando ese aprendizaje, en algo que nunca fue su fuerte: la oratoria.
Pero también el nuevo Macri responde que: "Si la elección la ganábamos nosotros, el dólar seguía a $45. A ese precio estaba perfecto. Era un dólar competitivo", ensayando una respuesta política ante una pregunta técnica respecto al 5,9 % de inflación de septiembre.
El secretario de Medios, Hernán Lombardi, coordinador y organizador de todos los actos que se están realizando, los describe: "Había una demanda subterránea que ahora emergió, lo que vimos en Tucumán, en Salta, en Reconquista, en cada plaza donde fuimos es inédito, no es sencillo convocar gente sin aparato político", resalta, y llama a este fenómeno como "la rebelión de los mansos". Cerca del Macri leen algo más y muy propio de las convocatorias: pasaron de cantar ¡No está solo!, dirigido a Macri, a entonar ¡No estamos solos!, como sintiéndose protagonistas de esta movida.
En este contexto, este sábado, en la Avenida 9 de Julio, en la llamada #MarchaDelMillón, se juega parte del futuro político de Macri. Allí necesitará comenzar a despojarse de su traje de ingeniero para pasar a vestir el de dirigente político. Porque las "mansos" marcharán convencidos de que ya no solo necesitan un administrador o un jefe de un grupo de profesionales con conocimientos técnicos, como les gustaba presentarse a Macri y sus funcionarios, esa fórmula que les sirvió para ganar en 2015, ahora irán en busca de un referente político.
Las altas concurrencias que se observaron en las plazas en favor de la continuidad el gobierno fueron una de las novedades políticas de esta campaña. Quizás otra la estaremos observando el sábado a la noche. Ahí sabremos si la marcha al Obelisco, donde Raúl Alfonsín e Ítalo Luder cerraron sus campañas en 1983 durante el retorno de la democracia, puede finalmente otorgarle a Mauricio Macri el diploma de líder político que lo convierta en ese dirigente tradicional de la política argentina que, hasta ahora, nunca quiso ser.